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Turquía, lejos del ideal de Europa y cerca de Rusia e Irán

Tras el acercamiento a la UE en sus primeros años en el poder, Erdogan ha derivado la política exterior turca hacia alianzas con regímenes autocráticos

Juan Carlos Sanz
Desde la izquierda, los presidentes de Irán, Rohani; de Turquía, Erdogan, y de Rusia, Putin, en abril en Ankara.
Desde la izquierda, los presidentes de Irán, Rohani; de Turquía, Erdogan, y de Rusia, Putin, en abril en Ankara.GETTY

El candidato que desafía al presidente Recep Tayyip Erdogan en las urnas, el socialdemócrata Muharrem Ince, ha anunciado que volverá a poner a Turquía en el camino que conduce hacia Europa si logra la hazaña de derrotar al líder político que no ha perdido ninguna elección en tres lustros. Lo mismo prometía el islamista Erdogan a finales de 2002, cuando su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas turcas) obtuvo la primera victoria.

Poco después se fotografiaba en las cumbres de la Unión Europea como mandatario de un país candidato a la adhesión. Tras una fértil época de reformas democráticas y modernización económica —que se estancó por los portazos de gobernantes liberales europeos al aspirante turco—, en los últimos cónclaves del hombre fuerte de Ankara abundan las figuran autócratas de los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y de Irán, Hasán Rohaní.

El axioma de Mustafá Kemal Atatürk “Paz en casa, paz en el mundo”, que definió la política exterior de Turquía durante décadas, apenas servía para ocultar una guerra civil larvada en el sureste kurdo de Anatolia y la enemistad manifiesta de casi todos los países de su entorno. La determinación inicial del AKP de buscar la plena integración en la Unión Europa no solo contribuyó a duplicar el Producto Interior Bruto en 15 años, sino que también alteró el paradigma de las relaciones regionales turcas.

“Se produce un compromiso regional multiforme: en el plano político, bajo el popular lema ‘cero problemas con los vecinos’; en el económico, mediante acuerdos de libre comercio, y en el sociocultural, a través de un soft power que emana del turismo y las telenovelas y series turcas”, sostiene la profesora de Relaciones Internacionales Jana Jabbour, experta en Turquía, del Centro de Investigaciones Internacionales de París.

Esta diplomacia neotomana fue puesta en práctica por el consejero de Erdogan Ahmet Davutoglu, quien posteriormente ejerció como titular de Exteriores y sucedió al líder del AKP como primer ministro cuando este accedió a la presidencia de la República. En paralelo al acercamiento a Europa, Turquía consolidó un hinterland o zona de influencia en los Balcanes, Oriente Próximo, Mediterráneo oriental y Asia central. El reconocimiento de su singularidad como país islámico invitado a ser socio de la UE fue la carta de presentación con la que Ankara afianzó su prestigio regional.

“Europa ha acabado decepcionando a Turquía, y sobre todo nos ha decepcionado a los liberales laicos”, asegura el profesor de Ciencias Políticas Üstün Ergüder, en un centro de estudios de la Universidad Sabançi situado en el corazón de Estambul. “Todas las reformas y cambios, todo el esfuerzo de la sociedad civil, no se han visto correspondidos por la UE, y muchos han perdido interés por la adhesión”, advierte.

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La primavera árabe catapultó a Erdogan, que en 2011 ganaba sus terceros comicios consecutivos con el 48% de los votos, como modelo para los países que aspiraban a desembarazarse de sus dictaduras. El estancamiento de las negociaciones con Bruselas distanció al mismo tiempo al líder del AKP de su sueño europeo. La guerra civil en la vecina Siria y el golpe militar que derrocó a los Hermanos Musulmanes en Egipto se convirtieron en pesadillas en las que el eslogan de “cero problemas con los vecinos” parecía una broma de mal gusto.

Sumida en una profunda crisis económica y asediada por conflictos regionales, el alejamiento de Europa constata la debilidad del proyecto del AKP, que por primera vez corre el riesgo de fracasar en las urnas. Miembro fundador de la OTAN y eterno aspirante a la integración en la UE, Turquía experimenta una inquietante involución tras el fallido golpe de Estado de 2016. Erdogan apenas viaja a Bruselas, aunque se escuda en el papel que juega su país como compuerta para millones de refugiados a las puertas de Europa para obtener contrapartidas económicas y políticas. Ahora se cita a menudo con Putin y Rohaní en el foro de Astaná para repartirse la influencia sobre Siria.

De enemigos a aliados, de antiguos amigos a rivales

En la era de máximo aislamiento diplomático turco, Israel —que tampoco mantenía buenas relaciones con el vecindario— era un firme aliado de Turquía. Grecia, en cambio, potencia ocupante tras la derrota otomana en la Primera Guerra Mundial, fue archirrival durante décadas pese a que Ankara y Atenas formaban parte de la OTAN.

Los griegos se convirtieron después en valedores de la candidatura turca a la UE, pues confiaban en que Recep Tayyip Erdogan iba a marcar el paso al Ejército y a sus agresiones en las islas del Egeo. Israel, sin embargo, arruinó en 2010 la entente con Turquía en el asalto al buque Mavi Marmara, que encabezaba una flotilla con ayuda para Gaza, en el que murieron 10 ciudadanos turcos.

Hoy los cazas de Turquía siguen sobrevolando las islas. Un piloto griego murió en abril en un accidente causado por la tensión bélica. Los israelíes han convencido a EE UU de que no le venda a la Fuerza Aérea turca los ultramodernos aviones furtivos F-35. Hoy, Grecia e Israel son aliados.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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