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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Tembleque continental

La filtración del contrato de coalición entre 5 Estrellas y la Liga Norte provoca un toque de atención en los mercados y bloquea una agenda ambiciosa de reformas del euro

Claudi Pérez
Matteo Salvini el 16 de mayo en Roma.
Matteo Salvini el 16 de mayo en Roma. Getty Images

El nihilismo, escribe Turgueniev en su imponente Padres e hijos, consiste en destruir lo existente sin saber con qué demonios sustituirlo. Los conservadores británicos sacaron al Reino Unido de la UE, y el único objetivo de sus dirigentes es tratar de minimizar daños: los tories no tienen la más remota idea de cuál va a ser el lugar de su país en el mundo. Donald Trump tiene el orden liberal occidental (o lo que queda de él) patas arriba agarrado al monocultivo del interés nacional estadounidense: no hay absolutamente nada más detrás de su estrategia. Y esa acepción política del nihilismo ha llegado a Europa: el continente consiguió salvar varias pelotas de partido contra ese fenómeno que el establishment bautizó como populismo, pero Italia le ha despertado del ensueño. La filtración del contrato de coalición entre Movimiento 5 Estrellas y La Liga Norte es una bomba de relojería cargada de metralla a lo Turgueniev.

Parte de ese contrato ha acabado en la basura, pero deja ver lo que hay detrás de la cortina: el populismo italiano tiene una agenda increíblemente radical en el peor de los sentidos. Aunque no aparece en un segundo borrador, la cláusula de salida del euro es una invitación a que los mercados vuelvan a oler sangre. Las medidas fiscales ultraexpansivas, en un país con una deuda desbocada, provocarán un choque de trenes con Bruselas y de nuevo un potencial lío con los mercados. El guiño a Rusia es una provocación. Y el llamado comité de reconciliación es un ataque indisimulado al orden constitucional italiano, con la creación de estructuras paralelas de Gobierno que recuerdan el modus operandi del fascismo o el comunismo. La democracia liberal se cae a pedazos en todo el mundo, pero lo de Italia es excesivo.

“Os bajaremos los sueldos, os quitaremos los derechos, nos llevaremos la pasta y además nos votaréis”, decía allá por 2010 ese Turgueniev de la viñeta que es El Roto. Italia es el ejemplo europeo de que eso se acaba, aunque ojo con la alternativa. Malas noticias para Europa: Berlín tiene la excusa perfecta para no reforzar el euro, con el argumento irrefutable de que no hay quien se fíe de los italianos. Malas noticias para Italia, en manos de una clase política que se está jugando la estabilidad del país. Y malas noticias para España por riesgo de contagio. Tonterías, las justas: la prima de riesgo italiana supera ya la portuguesa.

Y a la vez la extraña belleza de las contradicciones. Porque el mérito de esa excéntrica batería de medidas radica en que Italia acaba de decirle al mundo que el rey está desnudo. La renta per cápita no crece desde la creación del euro: 20 años de eras de radiantes colores que no acaban de llegar. La moneda única ha sido una camisa de fuerza, y no solo más allá de los Apeninos. Es evidente que los italianos han puesto poco de su parte, pero es imposible que toda la culpa sea suya y solo suya. Italia dice basta: o la Europa alemana empieza a moverse o este capítulo será el principio de la chifladura política que consiste en destruir lo existente sin saber cómo sustituirlo. Ay, si Turgueniev levantara la cabeza.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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