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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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Antes de que empiece el fin (Despacho presidencial, Casa de Nariño)

El pasado jueves, Santos publica en su cuenta de Twitter una carta para un “estimado sucesor”. Y promete que dejará en paz a quien quiera que llegue a ese despacho

Ricardo Silva Romero

Estoy hablando con un amigo mío que suele manejar campañas políticas: cada cuatro años tenemos esta misma conversación en la que al final nos preguntamos cómo hacer para que no se nos vuelva a subir al despacho presidencial, en la Casa de Nariño, un populista que como Uribe viva embrujado por su propio personaje y su propia autoridad y se quiera quedar para siempre con el puesto. Es una pregunta retórica: lo único que hacemos mi amigo y yo es decir lo que pensamos y votar. Pero esta vez, cuando le digo lo que creo que puede pasar de aquí a las presidenciales –y confieso que ruego que los candidatos de centro, De la Calle y Fajardo, cada vez sean más claros para los electores–, me dice “pero es que esto no es un partido de ajedrez, sino una locura: todo el mundo corre por su vida para uno de los dos lados…” y no se me ocurre ninguna respuesta mejor que “pues sí…”.

Al otro día, jueves 15 de febrero, el presidente Santos publica en su cuenta de Twitter –antes de que empiece el fin y se desboque la locura– una carta para un “estimado sucesor” en la que habla de los cinco millones de colombianos que salieron de la pobreza, de los siete millones que pudieron conectarse al alcantarillado, de los seis millones y medio de turistas que vinieron a Colombia en 2017, del fin de aquel conflicto armado con las Farc que lo enrarecía y lo ensangrentaba todo y de la tasa de homicidios más baja en los últimos 42 años, que se dieron durante su mandato, pero también sugiere que “ser presidente en el mundo de hoy es cada vez más difícil”, pues las frenéticas redes han servido de manera perversa al pensamiento de manada, al complejo de Adán y a las oposiciones inescrupulosas. Y promete que dejará en paz, que no es poco, a quien quiera que llegue a ese despacho.

Al otro día, viernes 16, nadie está hablando de la carta ni siquiera para criticarle los vacíos –Santos habría podido hablarle a su sucesor de todo lo que falta para dejar atrás las mafias electorales o de cómo el miedo a volverse Venezuela debería ser el miedo a la injusticia social–, sino que se revela que la Corte Suprema de Justicia sospecha que el expresidente Uribe fabricó testigos para acabar con su némesis, el senador Cepeda; se señalan las amenazas a las campañas de estos días; se discute sobre cómo cada vez es más claro que la gente de nuevo se está yendo detrás de las embelesadas e hipnóticas retóricas populistas, de nuevo creyéndoles la refundación de la patria a un par de vivos, para llevar a cabo la fantasía de votar contra un establecimiento al que pertenecen todos los candidatos si uno se fija con cuidado.

Después, el domingo 18, el expresidente Uribe publica en su cuenta de Twitter un video en el que asegura que la Corte Suprema está persiguiéndolo una vez más para enredarle su nueva candidatura al senado, pero no dice que el caso es tan fácil como esto: que Uribe denunció ante la Corte al senador Cepeda por fabricar testigos que lo acusan de fundar un grupo paramilitar, pero, luego de reunir algunas pruebas, la Corte concluyó que el que debía ser investigado por presunta manipulación de testigos era el expresidente todopoderoso. Y de inmediato Iván Duque, el candidato presidencial del uribismo que hasta entonces parecía responsable, tuitea “el acuerdo no escrito con las Farc es encarcelar a Uribe” y lo hace para que esto no sea un partido de ajedrez, sino que siga siendo una locura, una violencia.

Para que nadie hable de la carta presidencial que invita a construir sobre lo construido, ni entienda que en Colombia cuando se habla de “candidatos de centro” se habla de “candidatos responsables”, sino se corra por la vida a uno de los dos infiernos: me temo que están abusando de ese truco.

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