Francia dos años después del atentado de Bataclan, el duelo aplazado
La sucesión de atentados islamistas desde 2015 y el largo estado de excepción dificultan que los ciudadanos pasen página
Francia supera los atentados de hace dos años en París a trompicones. Cuando parece que por fin puede pasar página, otro atentado deja un reguero de muertos, o estalla una alerta, o un ataque en un país vecino recuerda que el peligro no ha pasado. Y, sin embargo, como ocurrió tras los ataques de 2001 en Estados Unidos, o tras la matanza de Madrid, en 2004, la vida cotidiana acaba imponiéndose.
Si la idea de los terroristas, adscritos al llamado Estado Islámico o ISIS, era destruir el estilo de vida de una gran capital europea hedonista y diversa, el fracaso es palmario. Solo hace falta dar un paseo por los lugares del múltiple atentado del 13 de noviembre de 2015 —los alrededores del Stade de France en Saint-Denis, al norte de París; los cafés del distrito XI; la sala de conciertos Bataclan— para observar que siguen desbordando vitalidad.
“Sabemos, desde el punto de vista de la sociología, que, en general, tras un atentado tan importante, tan traumático, hace falta más o menos un año para volver a la normalidad”, explica Gérôme Truc, sociólogo en el CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) y autor de Sidérations. Une sociologie des attentats. Truc recuerda el 11-S: la sociedad estadounidense necesitó unos nueve meses para que las señales que mostraban el impacto de los ataques, como las banderas en las casas o coches, empezaran a retirarse.
La particularidad de Francia es que el ciclo de nueve meses ha sido difícil de concluir. Los atentados de noviembre de 2015 se perpetraron menos de un año después que los del semanario Charlie Hebdo en París. Y nueve meses después un terrorista al volante de un camión mató a 86 personas en Niza. Es decir, justo cuando, según la “mecánica social” de la que habla Truc, había llegado el momento de la vuelva a la normalidad. “En Francia ha habido un efecto de acumulación [de atentados]: quizá por eso es necesario más de un año, año y medio, o dos años, para pasar a otra cosa”, añade el sociólogo.
El país empieza volver a la normalidad , pero nada es tan fácil. La sucesión de incidentes terroristas y pequeños atentados es otro recordatorio: en cualquier momento puedo repetirse la tragedia. Los soldados patrullando en las calles, o las leyes de excepción que han regido durante estos años, recuerdan que algo no encaja, que el país, como dijo el presidente François Hollande tras el 13-N, “está en guerra”.
"Es típicamente una declaración de alguien que jamás ha hecho ni visto la guerra. La idea de que, porque ha habido tres atentados, hay que considerar las garantías liberales como un lujo, es sorprendente", dice el abogado François Sureau, que ha litigado en tres ocasiones ante el Consejo Constitucional contra varias disposiciones legislativas del estado de excepción, instaurado tras los atentados de noviembre de 2015. El libro Pour la liberté recoge estos textos.
Sureau considera que las medidas de los últimos años —como el estado de excepción, ya anulado pero parcialmente convertido en una ley permanente— reflejan una tradición histórica de recelo hacia las libertades civiles en Francia. Pero también un endurecimiento de las leyes, incluso desde antes de los atentados, que en gran parte la población asumía mientras no invadiesen sus derechos individuales. A esto se une una tendencia a sobrerreaccionar ante el terrorismo con la equívoca dicotomía entre libertad y seguridad.
El despliegue de 7.000 militares en el territorio nacional, en el marco de la llamada Operación Centinela, es otra anomalía francesa entre las democracias liberales. "Los franceses siguen pensando, en el plan histórico, que la salvación, en periodos difíciles, podría venir del ejército", dice Sureau. "Lo pensaron con los dos napoleones bonapartes, en la guerra del 14-18 al divinizar al mariscal Foch, en 1940 con el mariscal Pétain, y después con el general De Gaulle y los acontecimientos de Argelia".
La memoria es confusa, y engañosa a veces. El neuropsicólogo Francis Eustache ha puesto en marcha, junto al historiador Denis Peschanski, un proyecto para estudiar, durante 12 años, cómo se construye la memoria individual y colectiva de los atentados de noviembre de 2015. Es pronto para sacar conclusiones, avisa Eustache, pero los datos acumulados dos años después —sobre todo demoscópicos— permiten algunas observaciones. Por ejemplo, en la memoria colectiva se forman falsos recuerdos: muchas personas creen recordar que en noviembre hubo una gran manifestación en París, cuando la gran manifestación fue tras el atentado de Charlie Hebdo en enero. El recuerdo del 13-N toma la forma de los que llama un “recuerdo flash”, aquellos recuerdos en que las personas recuerdan qué hacían en aquel momento (el caso típico es el del asesinato de Kennedy o, en España, el 23-F). Al mismo tiempo, explica el profesor Eustache, un acontecimiento —en el caso de noviembre de 2015, el Bataclan, más que los ataques a las terrazas de los cafés o en Saint-Denis— se impone sobre otros.
“Hay un gran relato colectivo que se construirá y al lado se construirán muchas memorias individuales”, dice Eustache. Esto ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, que Eustache y Peschanski han estudiado: la memoria traumática de los bombardeos aliados en Normandía quedó tapada por la gesta colectiva el desembarco.
El sábado por la tarde, en Saint-Denis, la selección francesa de rugby jugaba contra la neozelandesa. A siete kilómetros de ahí, pese a la lluvia había grupos tomando cervezas en la terraza de Le Carillon, uno de los cafés con terraza que los terroristas asaltaron, como en la terraza de La Bonne bière, otro de los locales golpeados por los terroristas, también lleno. En el Bataclan se anunciaba un concierto del grupo Rise Against: no quedaban entradas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.