Lluvia, té y la lupa de Jiang Zemin: el discurso de Xi Jinping desde la banda
Arranca el Congreso del Partido Comunista de China entre fuertes medidas de seguridad
La “nueva era” que anunció este miércoles el presidente Xi Jinping para China comenzó con una sorpresa: Llovía en Pekín. Algo insólito: hasta ahora, en cada gran cita importante para el régimen chino, y por contaminados o lluviosos que hubieran sido los días previos, la polución y las nubes siempre habían dejado paso como por arte de magia a lo que los ciudadanos llaman con socarronería el “azul APEC”, por la cumbre asiática que se celebró aquí hace unos años.
Todo llevaba preparado desde hacía semanas en Pekín para el 19 Congreso del Partido Comunista de China, la semana de fastos que culminarán en el nombramiento de un nuevo Comité Permanente —el órgano supremo— y la confirmación de Xi como gran líder. Los carteles de propaganda y bienvenida para el cónclave ya estaban colgados. Las decoraciones, colocadas en las calles. Las calles, libres de estructuras que pudieran afearlas.
Miles de policías habían llegado para reforzar la vigilancia en toda la capital. Los controles se habían extremado: cada paquete enviado por correo a la capital, cada pasajero en el metro debía someterse a un cuidadoso escrutinio. Muchos de los bares y discotecas más populares han cerrado estos días para evitar las redadas que se han venido sucediendo. Todo para evitar que algún imprevisto pudiera dejar una mancha en la cita de las máximas autoridades.
La ceremonia comenzó con total puntualidad en el Gran Palacio del Pueblo, el mastodóntico edificio que Mao Zedong ordenara construir en la plaza de Tiananmen para conmemorar los primeros diez años de la República Popular de China. Bajo la hoz y el martillo, y toda una sarta de banderas rojas, 2.287 delegados aguardaban en el gran salón de actos; casi dos centenares de miembros del Comité Central, sobre el estrado. La inmensa mayoría, vestidos de manera idéntica: traje de chaqueta oscuro, corbata roja y camisa blanca. La única excepción, las mujeres delegadas —muy pocas— y los representantes de las minorías étnicas, ataviados con sus trajes tradicionales.
Exactamente a las 9.00 de la mañana, la hora prevista, la banda militar comenzó a tocar; entraban los 25 miembros del Politburó, con Xi Jinping a la cabeza. A ambos flancos del presidente, sus dos predecesores más inmediatos: Hu Jintao y el anciano Jiang Zemin, de 91 años, el gran poder en la sombra durante los tiempos de Hu.
“¡Tongzhimen! [Camaradas]”. Con la fórmula habitual de los discursos solemnes, Xi empezó a hablar. Habló y habló. Cinco años antes, en el Congreso anterior, Hu había abogado por reducir la palabrería innecesaria. Eran otros tiempos. Y el actual secretario general, el jefe de Estado, el presidente de la Comisión Militar Central y núcleo del Partido, entre algunos de sus títulos, tenía ahora mucho que decir.
A lo largo de tres horas y media —203 minutos, para ser exactos—, Xi repasó lo logrado durante su mandato que ahora termina y anunció las prioridades para los próximos cinco años ; y más allá.
Los delegados le escuchaban estoicos, pasando una a una las 60 páginas del discurso, todos al unísono. También al unísono le aplaudían. Hasta 73 veces, según precisó después una delegada que aseguró haberlas contado.
El tiempo corría. Jiang Zemin miró su reloj. Hu Jintao necesitó ausentarse unos minutos. De nuevo Jiang Zemin volvió a mirar su reloj. Ahora examinaba con una gran lupa los ideogramas en su copia del texto. Ahora parecía adormecerse.
Las azafatas del Congreso, todas mujeres, todas jóvenes y bellas, y todas con el mismo uniforme granate y un termo gigantesco idéntico, escanciaban té a los líderes del Comité Central con movimientos idénticos y precisión militar. El propio Xi, con la garganta seca, necesitó beber varias veces.
A las 12.30, con un último llamamiento a “alcanzar el sueño chino del rejuvenecimiento de la nación”, el presidente terminó su intervención, entre largos aplausos. Su primer gesto, dirigirse a Jiang Zemin. Quizá para pedirle disculpas por haberle retenido en la silla tanto rato.
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