“El mundo árabe afronta su momento más difícil desde 1967”
El dirigente de la organización panárabe alerta de las consecuencias catastróficas de un colpaso de los Estados nación en la región
El mundo árabe atraviesa una fase catastrófica de su historia. Varios de sus Estados se hallan al borde de la descomposición asolados por violentos conflictos (Siria, Yemen, Irak y Libia); otros se enfrentan en un durísimo pulso fratricida (Arabia Saudí y sus aliados contra Catar); por debajo de la geopolítica, decenas de millones de jóvenes incuban frustración ante la falta de empleo, la corrupción, el autoritarismo. “Es el momento más difícil desde 1967”, reconoce Ahmed Aboul-Gheit (El Cairo, 1942), secretario general de la Liga Árabe, en referencia al año en el que, en la conocida como Guerra de los Seis Días, las fuerzas armadas israelíes infligieron a la coalición árabe una derrota cuyas consecuencias estratégicas todavía perduran.
“La situación es extremadamente mala”, argumenta Aboul-Gheit en una entrevista concedida en Madrid. “Pero tenemos que perseverar. Hay muchos esfuerzos, y algunos resultados. Es fundamental que al final logremos garantizar que los Estados naciones sobrevivan. Durante mucho tiempo, estuvimos frustrados con la estructura surgida en 1916 con el acuerdo Sykes-Picot. Pero con el tiempo, Estados naciones emergieron y se consolidaron en Irak, Siria, Jordania, Líbano… Eso conllevó ciertos logros. Estos Estados nación hoy están dramáticamente amenazados. Mucha gente no entiende que su fracaso sería catastrófico. No significaría una reforma de la región árabe, sino un daño. Y no solo causaría daños en la región, sino que produciría graves consecuencias más allá de sus fronteras”, sostiene el veterano diplomático, que también fue ministro de Exteriores egipcio en la era Mubarak.
Aboul-Gheit ocupa el cargo de secretario general de la Liga desde 2016. La organización agrupa a 22 países de la región (incluyendo a Siria, cuya membresía está suspendida, y Palestina, que es considerada como Estado) en los que viven unos 400 millones de personas. Su PIB conjunto, sin embargo, equivale al de Francia (66 millones de habitantes), y su esperanza de vida media es de 71 años, 10 menos que la UE. La tasa de paro juvenil, sobre la que no hay estadísticas fiables, es sin duda elevadísima; el número de refugiados en lo que va de década se cuenta por millones, y el de víctimas de conflictos armados por cientos de miles. “Occidente, Europa y la OTAN tienen graves responsabilidades por este estado de las cosas. No es solo fruto de errores internos”, denuncia Aboul-Gheit.
La gravedad de la actual deflagración deriva en efecto de una pluralidad de inextricables conflictos superpuestos: el pulso sectario chií/suní (evidente en la guerra siria); el forcejeo interno al mundo suní entre la galaxia de los hermanos musulmanes y la constelación wahabí (una de las claves del bloqueo saudí contra Catar); la interferencia de superpotencias (EE UU, Rusia) y potencias (Irán, Turquía) exteriores en muchos asuntos de la región.
En este oscuro escenario, Aboul-Gheit insiste en la importancia de preservar la supervivencia de los Estados. Las monarquías han resistido algo mejor que las repúblicas, en las que las revoluciones bautizadas como primaveras árabes han dado paso a violencia desbocada o involuciones ultrautoritarias. “Yo no las llamo primaveras. Fueron si acaso otoños. Inviernos. No hubo florecer de democracia o de los derechos humanos… asistimos más bien a lo contrario, a la destrucción, a la quiebra del Estado, de la autoridad central, de la seguridad de los ciudadanos”.
¿Qué fue mal? “La región no estaba preparada. Los islamistas, que querían el poder, contribuyeron a difundir ideas que no eran implementables. Había mucha rabia subyacente, pero la gente estaba enfadada por el nepotismo, por la división desigual de la riqueza y, por supuesto, por la eternización en el poder de ciertos líderes. La rabia estaba, pero hay que preguntarse quién y qué la movió en la dirección equivocada. Aparecieron muchas armas. No se producían en Bengasi o Alepo. Eran suministradas”.
-¿Cómo juzga el papel de Al Jazeera, uno de los motivos del pulso entre saudíes y cataríes?
-En un sentido ha sido un elemento positivo, pero en otro no contribuyó positivamente. Pero cuando uno sopesa los dos aspectos, y los resultados… creo que la destrucción, la agonía, los millones que han sido matados o expulsados de sus casas muestran que la región no estaba todavía lista para algunas de las ideas que Al Jazeera estaba propagando.
-¿Y cómo juzga el estado de los derechos humanos en el Egipto actual?
-Como secretario general de la Liga no comento los asuntos internos de los países miembros.
La hoja de ruta que Aboul-Gheit divisa para serenar la región pasa por la derrota militar del ISIS –“no desaparecerá por completo. Se sumergirá debajo de la superficie, pero es importante eliminarlo como fuerza regular”- y, sobre todo, buscar un cauce político al conflicto sirio. “En Irak se están dando pasos adelante. Lo fundamental es una solución política en Siria”.
-¿Puede Bachar el Asad ser parte de la futura solución política de Siria?
-Eso lo deben decidir los sirios.
Hace no mucho, aunque no lo explicitaran, para muchos Estados árabes la permanencia de El Asad en el poder era anatema. Las cosas han cambiado lo suficiente sobre el terreno —en buena medida gracias a la intervención rusa— como para que esto sea considerado inevitable. Un ejemplo más de la inextricable complejidad de la policrisis árabe.
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