¿Qué pasó, Hillary Clinton?
El libro de la candidata presidencial derrotada, desde el martes a la venta, es una mezcla de testamento, autocrítica y también ajuste de cuentas: contra el director del FBI, contra Bernie Sanders, contra Rusia...
Cuando Donald Trump anunció su candidatura a la Casa Blanca, en el verano de 2015, se propagó una teoría conspirativa según la cual el empresario neoyorquino estaba conchabado con el matrimonio Clinton para revirar la campaña republicana y favorecer la llegada de Hillary a la presidencia. Así de estrafalaria parecía la carrera electoral del magnate, más aún sus posibilidades de victoria, y por eso mismo la derrota demócrata resultó sonada. ¿Qué pasó? Desde el 8 de noviembre, noche electoral, se ha escrito un mar de páginas tratando de explicarlo, pero este martes han salido a la venta las 512 escritas por la vencida y en ellas entona el mea culpa, pero también señala al exdirector del FBI, James Comey, a su contrincante progresista, Bernie Sanders, pasando por el Gobierno ruso y –veladamente– en parte a Barack Obama.
"Yo llevé a cabo una campaña tradicional, con políticas muy pensadas, mientras Trump hacía un reality show que azuzaba el resentimiento de los estadounidenses de una forma implacable”, afirma Clinton en What Happened (Qué pasó), donde habla de una “tormenta perfecta” que acabó por arruinar las que parecían las elecciones perfectas para ella, después de haber caído en la primera intentona, ocho años atrás, al perder ante Barack Obama la candidatura demócrata.
What happened no es el tradicional libro de confesiones de político retirado, esos plagados de pecados ya prescritos que se publican al cabo de los años. Está escrito en caliente y sale a la calle 10 meses después de la noche electoral. Sí desprende, sin embargo, aroma a testamento de quien ya nunca más saldrá a pedir el voto. Ella misma lo confirmó este fin de semana en una entrevista en la cadena CBS: “No volveré a ser candidata”, dijo, el desenlace de su última campaña “sigue doliendo mucho”.
“Tuve que aceptar que millones y millones de personas no me querían. Imaginen lo que se siente”. Cuenta que después de la derrota se refugió en su casa de Chappaqua, un precioso pueblo del norte del estado de Nueva York, y se dedicó a arreglar armarios, pasear por el bosque y beber Chardonnay.
Pero luego, por lo que parece, se puso a escribir, en algunos momentos, casi a rugir. A rugir, por ejemplo, contra James Comey, cuya investigación sobre el caso de los correos –el mal uso que Clinton hizo de su servidor privado mientras era secretaria de Estado–, fue reabierta y publicitada en los días previos a las elecciones (pese a no hallar ningún delito). “Sin la intervención del director del FBI, pese a todo, habríamos ganado la Casa Blanca”, dice, y se arrepiente de no haberse defendido con dureza de esas acusaciones.
En el libro –un superventas ya antes de salir a la calle, solo por las reservas– también lamenta las continuas insinuaciones del izquierdista Bernie Sanders, quien compitió con ella por la candidatura demócrata y, durante las primarias, la atizó constantemente por su cercanía al poder económico y sembró dudas sobre su honradez. “Sus ataques complicaron la unión de los demócratas y abonaron el terreno para la campaña de Trump de ‘Hillary la corrupta [expresión que el hoy presidente repetía constantemente]”, escribe.
Clinton nunca ha sido condenada ni juzgada por corrupción y ninguna investigación ha dado lugar a indicios de delito. Sin embargo, los ingresos de la fundación benéfica que tiene con su marido, el expresidente Bill Clinton, o los discursos pronunciados hace años en Wall Street y pagados a precio de oro (Obama, como otros presidentes, ha esperado a dejar la Casa Blanca para empezar a hacer caja de la misma manera) la han convertido en una sospechosa permanente.
"¿Por qué soy pararrayos de esta furia?"
Clinton aborda ampliamente la injerencia rusa –una campaña de ciberataques y desprestigio que los servicios de inteligencia estadounidenses atribuyen al Kremlin– y cuestiona que Obama, conciente de ello desde al menos octubre, no se hubiese pronunciado públicamente y con dureza. "Me pregunto que hubiera pasado si en otoño de 2016 el presidente Obama hubiese dado un discurso televisado advirtiendo de que estaban atacando nuestra democracia. Quizá mñas americanos hubieran despertado. Nunca lo sabremos", escibe.
Admite, no obstante, muchos pecados propios. Afirma que cometió graves errores al descuidar estados que al final resultaron claves, como Wisconsin, y que se comunicó fatal con el votante del cinturón industrial. “Vamos a parar la actividad de un montón de mineros y empresas del carbón”, llegó a decir en un mitin en Ohio, unas palabras que, insiste, se sacaron de contexto. Añade, además, que Obama había alimentado previamente ese relato de hostilidad demócrata contra las minas de carbón al anunciar un plan de reducción estado por estado.
La candidata presidencial también concluye que ser mujer no le ha ayudado en esta carrera por gobernar el país más poderoso del mundo. “¿Qué me hace ser semejante pararrayos de la furia? Lo pregunto de veras, estoy perdida”, clama antes de apuntar al género como unos de sus fantasmas.
No se enfrentó solo a Trump, apunta en otro momento, sino también al FBI, a Rusia y al complejo sistema electoral. “He repasado todos los errores que cometimos. Asumo la responsabilidad de todos ellos. Puedes culpar a los datos, al mensaje y todo lo que quieras, pero la candidata era yo, era mi campaña, eran mis decisiones”, recalca, no obstante.
Ganó con una mayoría aplastante la votación popular (el número de papeletas), pero la presidencia se le escapó por unos pocos miles en el colegio electoral (la elección del presidente es indirecta y el peso demográfico de cada territorio se corrige, así que perder en un estado pequeño puede ser clave). El libro no aborda ninguna posible explicación de su fracaso que los analistas no hayan apuntado en los últimos meses, pero deja sin responder una cuestión de fondo, otra rareza: es la única candidata presidencial desde 1992 cuyos ratios de popularidad no habían mejorado tras la derrota. ¿Qué pasó, Hillary Clinton?
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