Arlington: armas en oferta entre centros de yoga y supermercados caros
En el suburbio rico y progresista de Washington, a 15 minutos del lugar del tiroteo contra congresistas republicanos, se observa la división de opiniones sobre la violencia armada
Nova Armory escapa del estereotipo que uno puede tener de una tienda de armas de fuego en Estados Unidos. El establecimiento es moderno y su banda sonora son los últimos éxitos pop, no música country. En los alrededores, hay restaurantes de moda —uno mediterráneo y otro asiático—, un estudio de yoga, un supermercado caro y un salón de belleza. Enfrente de la tienda, se alquilan apartamentos por 2.800 dólares al mes.
Nova Armory está en Arlington (Virginia), una ciudad rica y progresista a las afueras de Washington. Pero también un símbolo de la impronta militar de este país: al lado del local, hay un centro de reclutamiento del Ejército y a pocas calles se llega a un puesto militar y al cementerio nacional de Arlington, donde descansan los caídos en combate.
En el paisaje alrededor de la tienda, son visibles las divisiones entre estadounidenses sobre el control a la venta de armas. Pero la rutina dentro y fuera del establecimiento parecía la de siempre el miércoles por la tarde, pocas horas después de que un hombre abriera fuego contra congresistas republicanos en un campo de béisbol en Alexandria, a 15 minutos en coche de Arlington. Había familias con niños comiendo en las terrazas, parejas paseando felizmente a sus perros, gente haciendo la compra y clientes mirando rifles.
Nova Armory se publicita como la tienda de armas más cercana a Washington, donde están prohibidas las ventas. Es un pequeño local, pero el despliegue de artilugios colgados en las paredes es impactante: una cuarentena de pistolas, una veintena de rifles de estilo militar y una decena de escopetas. Los precios van de los 400 a los 3.000 dólares. También hay ofertas para armas de segunda mano.
Un rifle semiautomático —como el que presuntamente empuñó James T. Hodgkinson, de 66 años, contra los políticos republicanos y que ha sido usado en las últimas grandes matanzas en EE UU — puede costar 420 dólares más otros ocho dólares para un paquete de 20 balas. Para comprarlo hay que tener 18 años y superar un control de antecedentes delictivos o trastornos mentales. “Es como un coche, los hay de todo tipo”, dice un empleado, que declina dar su nombre.
Hay interés por los fusiles militares, cuyas ventas estaban restringidas hasta 2004. Un hombre, que lleva una pistola —es legal en Virginia, un Estado tolerante con las armas—, pide información sobre un rifle. Otro cliente llama por teléfono para preguntar sobre distintos modelos. Pero cuando al trabajador se le pide más información y se le inquiere por el tiroteo en Alexandria, se cierra en banda a hablar con un periodista: “No le voy a dar ningún tipo de información”, responde.
En la tienda, hay un cartel para “unirse o renovar hoy” la afiliación a la Asociación Nacional del Rifle, el poderoso lobby de la industria armamentística. Hay información de un abogado que explica los requisitos para poder comprar armas. Y se dispensan pegatinas a favor de políticos que defiendan el derecho a las armas, protegido por la Constitución y un principio sagrado para muchos estadounidenses. “Gunvote”, reza la pegatina, uniendo las palabras inglesas votar y arma. “No te arriesgues a perder tus derechos”, agrega.
Arlington es un feudo del Partido Demócrata, que obtuvo más del 70% de los votos en las elecciones presidenciales de noviembre. Los demócratas piden imponer más controles a las ventas de armas, que matan cada día a 93 personas en el país. La proporción de armas es la más alta del mundo, equivalente a nueve por cada diez ciudadanos. Los republicanos se oponen a cualquier restricción porque, alegan, coerce la libertad individual.
“No me gusta que haya una tienda de armas allí, pero es legal. No es un problema, no va en contra de la ley. Es lo que hay”, dice Steve Ricks, de 53 años y que vive por la zona, al salir de un restaurante. Defiende endurecer los controles de venta, pero asume que esos locales integran el paisaje de EE UU: “No creo que la presencia de tiendas equivalga al número de armas en manos de la gente en esa zona”.
Otros vecinos se incomodan cuando se les pregunta por la tienda y la violencia armada, y declinan dar sus nombres. “Creo que es normal”, dice un veinteañero sobre la presencia del local. “A mí no me molesta”, señala otra, que explica que trabaja de policía.
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