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La sombra de terror ensancha el desgarro cultural en Birmingham

La conexión del atentado de Londres con esta ciudad pone el foco en los enclaves musulmanes que viven en una sociedad paralela

Dos policías hacen guardia en la calle Hagley, en Birmingham este jueves.
Dos policías hacen guardia en la calle Hagley, en Birmingham este jueves. Christopher Furlong (Getty Images)
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“El hombre de Londres vivía aquí”, aseguraba esta mañana a la Press Association un afligido vecino de Edgbaston, el barrio de Birmingham que ha sido tomado por la policía británica a las pocas horas del ataque en el corazón político y turístico de la capital. El terrorista finalmente abatido, Khalid Masood, era conocido por varios alias y los inspectores creen que vivía en West Midlands, el condado de Birmingham. No estaba siendo investigado en la actualidad, según ha informado la policía en un comunicado, este jueves. Estaba conectado de algún modo con las seis viviendas registradas por los agentes desde esta madrugada en uno de los suburbios más plácidos y acomodados de la segunda ciudad del país. También la que tiene mayor porcentaje de población musulmana (casi el 22%), una buena parte concentrada en zonas segregadas e inmunes al exterior.

Cerca de uno de los pisos objeto de la redada, ubicado en la arteria principal de Hagley Road, el individuo habría alquilado el todoterreno con el que el miércoles arrolló a los viandantes del puente de Westminster antes de estrellarlo contra la verja de los jardines colindantes con el Parlamento y acuchillar a uno de los policías allí apostados. El cordón policial ha apagado la habitual animación en estas calles del centro de Edgbaston, flanqueadas por pequeños edificios con comercios en los bajos y muy frecuentadas por la comunidad estudiantil de la cercana Universidad de Birmingham. Se trata del enclave más popular y modesto en este suburbio del sudoeste mayormente habitado por las rentas pudientes de la ciudad, sede del campo de críquet que aloja al equipo de Inglaterra e incluso de un campo de golf.

Pero frente a ese paisaje idílico existe otro Birmingham, donde este jueves se han realizado varios arrestos que pueden estar vinculados al atentado y al que la prensa conservadora ha llegado a tildar de “la capital del yihadismo en el Reino Unido”. Medios como el Daily Mail esgrimen un dato para denostar la multiculturalidad de esta gran ciudad (1,1 millones de habitantes) y la “tibieza” del ayuntamiento laborista frente a lo que considera crecientes signos de radicalización entre la ciudadanía muslmana: uno de cada diez procesados por delitos relacionados con el terrorismo en todo el país procede de Birmingham. Entre ellos Moinul Abedin, conocido como el primer terrorista británico inspirado por Al Qaeda y condenado a veinte años en 2002 por convertir su casa adosada en una fábrica de bombas. El material químico que se le incautó en cantidades industriales es del mismo tipo del utilizado para fabricar explosivos como los que, tres años más tarde, volaron varios tramos de la red del transporte público de Londres.

La evolución demográfica de Birmingham apunta a que pronto un cuarto de la población será de fe islámica. Y, a diferencia de otra de las grandes localidades inglesas con similar perfil, como un Leicester donde impera mayor dispersión, aquí se caracteriza por su densa concentración en pocos kilómetros cuadrados. En torno al 70% de los vecinos de barrios como Washwood, Alum Rock y, sobre todo, Sparbrook, son hoy musulmanes y en muchos casos habitantes de una sociedad paralela y autosegregada que algunos han calificado de “pequeño Pakistán”, aunque los orígenes sean más diversos. En el Birmingham considerado no hace tanto tiempo un ejemplo de integración han aparecido muchas grietas en los últimos años, tan solo con el cambio de una generación.

Uno de los episodios que hizo saltar todas las alarmas hace justo tres años fue el llamado caso del Caballo de Troya, con al menos una quincena de escuelas públicas en el punto de mira por intentar imponer al alumnado “una ética islámica agresiva”. Una denuncia anónima acabó desencadenando una amplia investigación que luego fue presentada ante el Parlamento, ante el riego de que los docentes estuvieran inculcando el extremismo en los “jóvenes vulnerables a la radicalización”. El asunto era resucitado hace pocas semanas en la prensa local, a raíz la dimisión de un concejal (musulmán) responsable de las políticas de “transparencia, apertura e igualdad”, por presionar a una escuela católica —aunque con estudiantes de diversas confesiones— para que permitiera a una niña de cuatro años llevar el velo en clase.

Desde medios antiislámicos o muy reticentes al cambio experimentado en la fisonomía del Reino Unido en las últimas décadas (en cuanto a color y religiones) se clama contra ese tipo de noticias. O contra episodios aislados aunque magnificados como el protagonizado en verano por un clérigo musulmán que acosó a una joven en plena calle de Birmingham por llevar unos vaqueros ceñidos. Y que respondió al policía que intentó disuadirle con el grito de Allahu Akbar (Alá es grande). La confirmación de que el terrorista de Westminster procedía de esta misma ciudad viene a atizar una guerra cultural ya en ciernes.

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