La tregua que no trae la paz
La victoria del régimen no acalla las armas en un país con muchos bandos y amenazado por el terror yihadista
Algo ha cambiado en seis años. Firas al Jatib, estrella del fútbol sirio, ha sido convocado por la selección de su país para disputar este mes dos partidos de la fase de clasificación para el Mundial de 2018 en Rusia. El delantero abandonó hace cinco años el equipo nacional tras unirse a la oposición al régimen del presidente Bachar el Asad. Desde entonces ha fichado por equipos asiáticos y del Golfo. Su actual club, el Al Kuwait, ha explicado que aún no ha decidido si volverá a vestir la camiseta de la selección con la que marcó 31 goles, aunque había declarado su deseo de jugar después de recibir garantías sobre su seguridad para regresar del exilio.
Hace poco más de tres meses, en medio de la batalla más sangrienta en seis años de conflicto, no hubo tregua del fútbol. Una invitación del gobernador de Alepo, la capital del norte del país, para asistir y participar en un partido amistoso “como muestra de buena voluntad en favor de la reconciliación nacional” fue rechazada de plano por los asediados rebeldes del este de la ciudad, donde las bombas no dejaron de caer durante semanas.
La pasión por el fútbol puede ser uno de los pocos nexos que queda en común entre los combatientes de ambos lados de las trincheras. Después de más de 320.000 muertes, 145.000 desaparecidos, 60.000 muertos por torturas y malos tratos, casi cinco millones de refugiados y con la mitad de los 22 millones de sirios expulsados de sus hogares —este es el último recuento del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos–, el conflicto tal vez haya empezado a tocar fondo para entrar en una recta final de impredecible duración.
El cese de hostilidades en vigor desde el 30 de diciembre, apadrinado por Rusia y Turquía, se mantiene con altibajos. El Ejército prosigue su tarea de limpieza en los focos rebeldes que quedan en torno a Damasco. Mientras tanto, acaba de negociar la salida de los insurgentes cercados en Al Waer en Homs (centro), una de las ciudades más martirizadas por la guerra junto con la zona oriental de Alepo.
El régimen y Rusia, de un lado; Turquía y grupos rebeldes islamistas, de otro, y Estados Unidos junto con las milicias kurdas, por su parte, combaten todos contra el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés), aunque con distinto nivel de intensidad. La presión yihadista se hizo patente el pasado día 11 cuando el grupo radical Tahrir al Sham, última reedición de Al Qaeda en Siria, mató a más de 70 personas en un doble atentado en el centro histórico de la capital siria.
“Aún es demasiado pronto. No podremos decidir sobre el futuro de Siria hasta haber acabado con los extremistas”, advirtió El Asad el lunes en declaraciones citadas por la agencia SANA. El presidente enfría las expectativas de que lo procesos de negociación con la oposición que se han vuelto a poner en marcha este año vayan a desembocar de inmediato en una transición pactada. “Sería un lujo hablar de política mientras sigamos sufriendo ataques terroristas”, enfatizó.
Proceso de diálogo
La mayor parte de la oposición siria ha boicoteado este martes la tercera ronda de conversaciones en Astaná, la capital de Kazajistán, centradas en la aplicación del alto el fuego, en las que actúan como garantes Rusia e Irán, por el Gobierno, y Turquía, por la oposición. El mediador de Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, ha convocado el próximo día 23 la segunda fase de Ginebra IV, conversaciones que arrancaron en febrero y en las que régimen y rebeldes ya acordaron una agenda. Un nuevo portazo de las milicias y partidos insurgentes amenazaría con arruinar de nuevo el proceso de diálogo.
La guerra civil siria ha causado destrucción masiva en ciudades y un éxodo de población sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial que han hecho retroceder tres décadas la economía del país árabe. La actividad de las empresas había caído en 2015 más de un 50% respecto al nivel de 2010. El 83% de la red de suministro eléctrico está fuera de servicio y solo una quinta parte de la población vive por encima del umbral de pobreza, según datos de la ONU y de ONG humanitarias. Las escuelas y hospitales han quedado arrasados en zonas de combate. Han muerto en acciones violentas 814 miembros de equipos sanitarios, según datos recopilados por la revista médica británica The Lancet. La mitad de los 30.000 facultativos —y entre ellos los doctores con mayor experiencia— con los que contaba el país en marzo de 2011 se han exiliado.
Son descomunales los retos para la reparación de los desastres de la guerra. El despliegue aéreo y terrestre ruso y el respaldo de las milicias chiíes de Líbano e Irán salvaron al régimen cuando parecía condenado a la derrota en el verano de 2015. El vuelco militar ha implicado también un giro diplomático, en el que casi nadie parece cuestionar ya la permanencia de El Asad en el poder, al menos mientras no se pueda negociar una transición política. Ante la aparente inhibición de la Administración del presidente republicano Donald Trump a la hora de gestionar una salida al conflicto —EE UU parece estar interesado solo en la erradicación de la amenaza del ISIS—, el Kremlin es quien marca ahora el paso a los bandos contendientes en Siria.
Estabilización y reconstrucción
Estimaciones citadas por el analista sueco Aron Lund elevan a entre 200.000 y 350.000 millones de dólares el coste de un plan Marshall internacional para reflotar la economía del país tras la guerra. Este experto en el conflicto sirio apunta a que la comunidad internacional tendrá que plantear un programa de estabilización que permita el regreso de los refugiados y la repatriación de capitales antes de poder abordar una campaña intensiva de reconstrucción. En caso contrario, el peligro de que amplias zonas no controladas por el Gobierno se conviertan en un nuevo foco de violencia se proyectaría sobre la región y presumiblemente también sobre Europa. La UE anticipó el martes que respaldará la reconstrucción de Siria una vez que se haya entablado un proceso de transición política "creíble".
El régimen de El Asad culminó en las calles de Alepo la estrategia para dominar la llamada Siria útil: la capital, la costa y los corredores que enlazan las grandes ciudades en su poder. El espacio donde se concentra la riqueza del país y la mayor parte la población. Pero el presidente sirio se ha convertido seis años después del inicio del conflicto en un gobernante con poder capitidisminuido, sometido a la tutela de Rusia e Irán. Aunque seguirá teóricamente al frente de un Estado con una única selección de fútbol, alauíes prorégimen y suníes rebeldes, musulmanes y cristianos, árabes y kurdos difícilmente volverán a aplaudir juntos como antaño en un mismo estadio.
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