Estados Unidos, donde nacer mujer multiplica las probabilidades de vivir en la pobreza
Una de cada tres madres solteras vive rozando o por debajo del umbral de la pobreza
Estados Unidos solo ha celebrado en su historia una conferencia pública sobre la situación de la mujer en el país. Era el año 1977 y entre las cerca de 20.000 personas que asistieron se encontraban las líderes del movimiento por la igualdad de las mujeres de aquella época, desde Gloria Steinem y Betty Friedan hasta la escritora y actriz Maya Angelou o la congresista Maxine Waters. Su declaración final acordó un plan de acción para lograr la igualdad salarial, acabar con la violencia doméstica, el acceso a bajas pagadas por maternidad o el fin de la deportación de los hijos estadounidenses de madres indocumentadas. Son las mismas exigencias que se leían el pasado 21 de enero en la Marcha de las Mujeres en Washington.
La brecha de la desigualdad entre hombres y mujeres en EE UU afecta a todos los ámbitos, desde la educación hasta la pobreza, desde el empleo hasta la salud. Según los expertos, todos esos factores están entrelazados de tal manera que tratarlos de manera aislada no servirá para superar el reto de la desigualdad. Todos pasan, además, por la maternidad: una de cada tres madres solteras vive rozando o por debajo del umbral de la pobreza. En el caso de las mujeres en general, son una de cada ocho, y una de cada seis vive en la pobreza extrema. Nacer mujer en EE UU es nacer con un 35% más de probabilidades de terminar en la pobreza, según datos del Centro Nacional de Leyes de Mujeres (NWLC).
Ningún otro factor explica mejor por qué, al contrario que en otros países desarrollados, la situación de las mujeres que viven en la pobreza en EE UU no mejora con los años por mucho que aumente el número de estudiantes universitarias o su acceso al mundo laboral. El 70% de los pobres en EE UU son mujeres y niños. La mitad de los menores que viven en condiciones de pobreza —el umbral está en 24.000 dólares anuales para dos progenitores con dos hijos— son criados por madres solteras. El empleo no es garantía de seguridad: más de una de cada diez mujeres con hijos y con un empleo a tiempo completo seguían en la pobreza en 2015, según el NWLC. Los porcentajes suben en el caso de las afroamericanas (39,9%), hispanas (41,9%) y americanas nativas (48,4%).
En el mundo laboral, las estadounidenses representan el 60% de los trabajadores con salarios más bajos. Independientemente de su rango, ellas también cobran menos que sus colegas masculinos —76 céntimos por cada dólar que cobra un hombre— y al terminar una carrera profesional de 40 años, han recibido 430.000 dólares menos que los hombres, según datos de la Oficina del Censo.
La explicación del estancamiento de tantas mujeres en la pobreza radica en dos factores peculiarmente estadounidenses: el acceso a los anticonceptivos y al aborto, —amenazados en la actualidad por las políticas de Donald Trump— y la ausencia de la baja por maternidad remunerada. Un estudio de la Universidad de California en San Francisco detectó que las mujeres que siguen adelante con un embarazo no deseado tienen más probabilidades de vivir en la pobreza y la brecha de la desigualdad se amplía aún más entre mujeres blancas, afroamericanas e hispanas. Allí donde las leyes han concedido el acceso a los anticonceptivos desde los 18 años, ha aumentado el número de mujeres en la educación superior y en el mundo laboral, así como su nivel salarial. Pero EE UU, con Trump a la cabeza, viaja en la dirección contraria.
El Instituto Guttmacher ha documentado a lo largo de varios estudios los beneficios por el hecho de que las mujeres puedan decidir si ser madres y cuándo. “Retrasar la maternidad reduce la brecha salarial entre las madres y sus compañeras sin hijos y reduce las probabilidades de que necesiten asistencia pública”, dice su informe más reciente, publicado en 2013.
Los datos del censo estadounidense revelan que el riesgo de caer en la pobreza se dispara cuando las mujeres cumplen 20 años y no se iguala con el de los hombres hasta superados los 45 años, a pesar de que es casi idéntico hasta los 18 años. Una vez cumplidos los 65, las diferencias se vuelven a disparar. “En la veintena, las mujeres empiezan a combinar responsabilidades familiares y laborales, mientras que en la tercera edad empiezan a pagar por la diferencia salarial acumulada a lo largo de su vida”, apunta Bryce Cobert, especialista económica del Center for American Progress.
Ser mujer y tener hijos se convierte en un riesgo por una cuestión de políticas, argumenta Cobert. EE UU es el único país desarrollado que no garantiza la baja por maternidad remunerada, como tampoco lo reconoce en caso de enfermedad de la madre ni del hijo. Pedir un permiso para llevar a un hijo al médico o por enfermedad supone perder el salario del día, utilizar los días de vacaciones o arriesgarse el puesto de trabajo a pesar de que las cuentas familiares no cuadran.
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