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Columna
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La izquierda quebrada

En las últimas elecciones municipales, la izquierda fue duramente castigada en las urnas

Juan Arias

¿Existe aún una izquierda en Brasil? Y esa izquierda, ¿es progresista o conservadora? ¿Entiende que el mundo hoy es otro o sigue prisionera de sus dogmas del pasado? ¿Sabe detectar a los nuevos pobres?

Son preguntas importantes después del último descalabro electoral, y a ellas ha respondido en parte el magistrado del Supremo Tribunal Federal, Luís Roberto Barroso, en una entrevista al diario Folha de S.Paulo.

Barroso, considerado, por sus escritos, un magistrado progresista, defensor de los derechos de las minorías, ha sorprendido al afirmar que en Brasil “existe una izquierda extremadamente conservadora, defensora de dogmas que la realidad ya ha superado”. Y añade: “El modelo de Brasil no es preeminentemente capitalista. Es un socialismo para ricos”.

¿Cuándo, en efecto, hubo tantos millonarios y cuándo los bancos ganaron como en los últimos años mientras el país sigue en profunda recesión económica?

¿Por qué está muda, en este momento, la izquierda de Brasil mientras el Congreso prepara una amnistía para políticos corruptos?

En las últimas elecciones municipales, la izquierda fue duramente castigada en las urnas. ¿Habrá sido porque los brasileños se estan haciendo de derechas o porque la izquierda, que ha gobernado casi 14 años, ya no convence?

No se puede descartar que ese giro conservador se deba a que la izquierda se ha aburguesado, se ha vuelto conservadora y hasta corrupta. O a que la izquierda está perdiendo el tren de la evolución del mundo, dejando un río de huérfanos por el camino.

Sirve ello para Brasil y, en buena parte, para todas las fuerzas progresistas del mundo. Basta recordar la inesperada elección del ultraconservador Trump en los Estados Unidos.

Hay quien defiende que la izquierda tradicional cumplió ya su papel histórico, que está agotada e incapacitada de detectar quienes son hoy los verdaderos pobres del mundo.

Si aún así fuera, eso no quita que siga siendo necesaria una nueva “fuerza social”, no dogmática. Una izquierda sensible a los dolores del mundo y a las víctimas del capitalismo totalitario.

Me atrevería a decir que hoy esa izquierda es más necesaria que nunca, ya que sobre la humanidad se ciernen nubes preñadas de desinterés por el respeto a la vida y a los que se quedan arrinconados, trátese de personas que de pueblos.

Si no existe gobierno democrático sin una oposición política, tampoco existirá un liberalismo ni un nuevo modernismo sin el contrapunto de una izquierda comprometida con las victimas más que con los verdugos.

Una izquierda que sirva de contrapunto a la cultura del poder por el poder, ese que se despreocupa de mirar para atrás para ver si alguien ha tropezado y se ha quedado en el camino.

Esa izquierda capaz de sintonizar con un mundo en transformación, con sus nuevos problemas y sus nuevos quejidos.

Una izquierda que no sea una iglesia donde solo sus fieles sean dignos de salvación.

¿Qué pintan en el mundo de hoy, por ejemplo, esos miles de sindicatos de izquierdas, defensores de los derechos de los trabajadores, cuando los nuevos pobres son los desempleados forzosos, las minorías perseguidas y los que nunca tuvieron acceso a la cultura? ¿Quién se preocupa con ellos?

¿Qué hizo, por ejemplo, todos estos años la izquierda en Brasil por la enseñanza, si es cierto que sigue estando en el furgón de cola del ranking mundial y que cada año un millón de jóvenes abandona el instituto? ¿Dónde acabarán esos muchachos?

Brasil y el mundo necesitan de una izquierda capaz de resurgir de las cenizas de su aburguesamiento y de la incapacidad de saber leer lo que de verdad piensa y ama la gente de hoy.

El mal de ciertos intelectuales de izquierdas es que prefieren discutir sobre el mundo como a ellos les gustaría que fuera y no como es en realidad. Así llegan después las sorpresas a la Trump.

La izquierda seguirá siendo indispensable para contribuir a mantener viva la democracia y cuidar de los excluidos.

Pero deberá hacerlo en caravana con todos los demás, sin necesidad de demonizar a nadie.

Y sin dogmas, que son las piedras de la tumba de la libertad.

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