Estados Unidos y el mundo afrontan atónitos la convulsión política creada por Trump
Obama recibe al presidente electo en la Casa Blanca para iniciar una transición tranquila
Donald Trump se prepara ya para ocupar la Casa Blanca, y Estados Unidos y el mundo intentan superar la estupefacción, entender qué ha ocurrido y adaptarse a la nueva realidad. ¿Cómo lidiar con un populista desacomplejado al frente de la primera potencia mundial? El primer mensaje de las instituciones estadounidenses, que el republicano ha puesto en cuestión durante los últimos meses, llegó este miércoles por boca del presidente Barack Obama y de la candidata demócrata derrotada, Hillary Clinton. Fue un mensaje de continuidad: ambos aceptaron el resultado y, de acuerdo con la costumbre en EE UU, se comprometieron a ayudar al nuevo presidente en su tarea. También supuso un recordatorio de los valores del país y las líneas rojas que marca su Constitución.
El triunfo de Trump ante Clinton supone una de las mayores convulsiones políticas para la potencia mundial y sus aliados vividas en décadas. Nunca en tiempos recientes, excepto los atentados del 11-S o la caída del banco Lehman Brothers en 2008, un acontecimiento en este país tenía un eco similar en todo el planeta.
Estados Unidos ofrece lecciones para un fenómeno ubicuo en los países desarrollados: el descontento de las clases medias, que tratan de entender cómo vivir en un mundo liderado por alguien como Trump.
Con un discurso de populismo económico y una retórica xenófoba, el aspirante republicano supo captar el difuso malestar de los blancos de EE UU, un malestar por una recuperación económica que ha dejado maltrecha a la clase obrera, y por los cambios demográficos acelerados que transforman el país. Así es como, contra el pronóstico de la mayoría de los sondeos y con las élites económicas, políticas y mediáticas en contra, liquidó la carrera de una de las candidatas mejor preparadas para la presidencia en la historia.
Trump, que ha defendido la tortura, el bombardeo de niños y mujeres, la deportación de millones de inmigrantes, o la construcción de un muro con México, ya es el presidente electo. Este es el nombre que recibe el vencedor entre el día de la elección y el de la investidura, el 20 de enero, cuando oficialmente Donald John Trump, de 70 años, suceda a Barack Hussein Obama, de 55 años.
Trump ya no es una hipótesis y las capitales internacionales, de México a Bruselas, de Moscú a Pekín, rediseñan sus estrategias. Trump se declara admirador del presidente ruso Vladímir Putin, cuestiona el papel de EE UU como potencia tutelar de la OTAN y ha amagado con retirar la protección nuclear a Japón y Corea del Sur. Parte del trabajo en las cancillerías —y en los servicios de inteligencia— consiste en dilucidar cuánto de lo que Trump dijo en campaña iba en serio, y cuánto eran meras ocurrencias para excitar a su electorado. El carácter errático del vencedor (“imprevisible”, se jacta él) complica las cosas. También su desconocimiento de cuestiones básicas del oficio.
Tiempo habrá para comprobar cómo le reciben los socios internacionales y cómo se desenvuelve en las cumbres y las relaciones bilaterales más delicadas. El apremio es mayor en EE UU. Quedan 72 días para el traspaso de poderes y el trabajo ya ha empezado. Obama llamó a Trump en la madrugada del miércoles tras conocerse los resultados y le invitó a visitarle el jueves.
En una declaración en la Casa Blanca, dijo que ha instado a su equipo a organizar un traspaso de poderes ejemplar y que hará lo posible para que la presidencia de su sucesor sea un éxito. Tras elogiar el tono moderado de Trump durante la conversación telefónica, explicó que lo que EE UU necesita es “un sentimiento de unidad, un sentimiento de inclusión, un respeto para nuestra institución, nuestro modo de vida, nuestro Estado de derecho, y un respeto para los otros”. “Espero que mantenga este espíritu durante la transición, y ciertamente espero que sea así como empiece su presidencia”, dijo. El mensaje fue parecido al que empleó Clinton en su discurso de aceptación en Nueva York.
Oposición leal
El mensaje demócrata, tras la hiriente derrota, es claro: ejercerán de leal oposición y harán lo posible para preservar la continuidad institucional. Todo lo contrario de lo que ha venido diciendo el presidente in péctore desde que inició su improbable campaña a la Casa Blanca. Las declaraciones de Obama y Clinton sonaron a curso acelerado de educación cívica para un político que ha ignorado todas las convenciones sociales en su ascenso al poder.
Cabe preguntarse cómo habría reaccionado Trump si hubiese ganado por número de votos pero perdido en número de compromisarios del colegio electoral, que es lo que cuenta. Clinton, según el recuento aún sin cerrar de forma absoluta, sacó a Trump una ventaja de unas 207.000 papeletas, pero Trump obtuvo 279 compromisarios y Clinton 228, a falta de adjudicación oficial de otros 32 (el 100% del escrutinio supone 306 para el ganador frente a 232 de su rival).
Cómo y con quién gobernará Trump es una incógnita. En campaña se ha rodeado de un equipo de viejas glorias republicanas como el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani o el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Su círculo incluye figuras próximas a la derecha alternativa (alt-right), grupos que flirtean con el racismo y el antisemitismo, todo un submundo que el ganador ha sacado a flote y desembarcará en Washington en enero. A él se unirá el universo de la telerrealidad, su Camelot particular.
Un gran experimento político —la llegada de un showman multimillonario a la máxima instancia del poder mundial— acaba de comenzar y el sistema, el gran derrotado en las elecciones, trata de delimitar el campo de juego.
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