El Miami latino: amores, odios, desidia y un karateca venezolano contra Donald Trump
El último debate visto desde un foco electoral donde el factor hispano será determinante
Sentado solo en una mesa, un latino experto en karate observaba esta noche a Donald Trump en el restaurante venezolano El Arepazo. “Si gana él, creo que los blanquitos gringos van a tratar todavía peor a los pobres latinos”, dijo José Luis Guánchez, que llegó a Miami desde Venezuela en los noventa y votará por primera vez en estas elecciones. “Nunca lo había hecho, porque no me interesa la política, pero ahora me parece necesario para que no gane este señor. A veces me recuerda a Hitler”, afirmó el maestro en artes marciales.
El Arepazo, punto de encuentro de la parroquia venezolana de la ciudad de Doral, parte del Miami metropolitano, estaba casi vacío. El último debate entre el candidato republicano Trump y la demócrata Hillary Clinton antes de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre no atrajo clientela. Qué cabía esperar si, una hora antes del inicio, un niño miraba una pantalla donde dos periodistas deportivos presentaban un partido de béisbol y sin soltar su arepa de queso avisaba con sincera abulia infantil: “Mami, ya está el debate”.
El voto latino será clave en Florida, donde los analistas ponen el foco de la batalla final. Con el tercer número más alto de votos electorales, es un Estado columpio que unas veces vota demócrata y otras republicano, y si bien en las últimas dos elecciones Barack Obama lo conquistó para los primeros, su tradición oscilante impide que haya un pronóstico sólido. Según la media de la publicación Real Clear Politics, Clinton aventaja a Trump en Florida en más de tres puntos.
El magnate despierta odios y amores. Odios como los de la argentina de 68 años Laura Ángela Viola, ciudadana americana y votante demócrata. “Trump se cree el rey de la Florida”, dice por sus millonarias inversiones en el Estado, “y quiere llenarla de casinos. Pero aquí va a ganar Hillary”, pronosticaba en la terraza de El Palacio de los Jugos, una cafetería de Hialeah, una ciudad del Gran Miami con un 94% de latinos, la mayoría cubanos anticastristas fieles a los republicanos.
“Yo voy a votar por él”, aseguraba cerca de allí el cubanoamericano Juan Santana, de 33 años, mientras adquiría un paquete de comida tamaño Hummer. “Puede hablar todas las barbaridades que quiera, pero es el único que puede traer la economía patrás”, decía en un español tocado de inglés en el que “traer la economía patrás” significa recuperar una supuesta prosperidad.
“Antes Hialeah era agua, fango y factorías. Ahora sigue habiendo agua y fango pero no nos quedan factorías”, protestaba Santana. A unos pasos una tienda de armas de fuego cerraba sus puertas y por la acera, anocheciendo, una pareja de asiáticos ofrecía flores a los coches que se detenían en el semáforo.
Hialeah es una ciudad con un 25% de personas en la pobreza. En Hialeah los ingresos medios anuales de una familia son de 29.000 dólares frente a los 53.600 de media nacional. Hialeah es una ciudad de aspecto poco agraciado que suele ocupar los primeros puestos de listados deprimentes de ciudades americanas. Y en Hialeah, este miércoles, el día del debate final por la presidencia de Estados Unidos, la noticia más caliente era la cadena de atracos bancarios de un señor que para cada asalto se cambia de gafas de sol.
Lejos de allí, en Miami Beach, dos muchachas almorzaban antes de mediodía en la panadería Buenos Aires Bakery. Las dos, americanas de padres hispanos y novatas en el voto. Melisa Munilla, 19 años, dijo que elegirá a Clinton. “No me gusta mucho, pero creo que es lo más razonable”. Lo contrario podría enojar a su padre, un uruguayo que llevaba más de veinte años residiendo en Estados Unidos sin nacionalizarse y que de repente, según Munilla, “corrió a hacerse ciudadano” al ver venir a Trump con sus retórica xenófoba, aún así sus denuestos se dirijan a los mexicanos y así sea en Miami lo latino un concepto algo fútil, no unitario sino de identidades entremezcladas y en absoluto minoritario: porque aquí lo hispano es lo autóctono.
Su amiga Isabelle Arias, hija de cubano y hondureña, no votará. A sus 18 años la política le suena a hueco. “Me da igual quien gane, ¿sabes? No sé, me parece que no importa nada quien gane”. Munilla le advirtió de que los presidentes son, entre otras cosas, los que deciden ir a las guerras. A Arias no le importó: “Ya, bueno, pero yo no voy a ir a ninguna guerra, ¿sabes?”.
En el patio trasero, Andrés Tejada, el lavaplatos dominicano de la panadería, descansaba a la sombra. Nunca ha solicitado la ciudadanía y no votará, pero tiene una anécdota sobre Trump que le divierte. “Cuando era obrero trabajé en la construcción de unos edificios suyos, y los compañeros eran toditos mexicanos, ¿tú sabes?”. Tejada, un caribeño que define su sueño americano como “trabajar pa pagar la renta”, será uno de tantos latinos sin legalizar, sin registrar o sin ganas de votar que no formará parte de la pugna Clinton vs Trump. Pero aclara que si tuviera una urna delante, alargaría la mano y votaría "por la mujer”.
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