La verdad es de mal gusto
De la palabra escrita siempre se esperan certezas, pero ese valor está perdiendo popularidad y puede que prestigio. Lo auténtico no es para creérselo, basta con practicarlo, porque a veces sabe a amargo
La verdad es algo muy ligero. En el antiguo Egipto se la simbolizaba con una pluma, y para nosotros la pluma sigue manteniendo un carácter sagrado, pues con ella representamos la palabra escrita. Se espera de lo escrito que sea cierto; pero eso era antes de que nos volviéramos unos descreídos. De hecho, lo escrito está perdiendo popularidad, y puede que hasta prestigio, frente a lo audiovisual. Hoy lo escrito tiene valor por puro autoritarismo, porque mantiene la coartada del poder.
La pluma que habían elegido los egipcios era de avestruz, un ave que en nuestra vida cotidiana recuerda la idiotez de esconder la cabeza bajo el ala, acaso porque ya nos hemos vuelto cobardes ante la verdad, o preferimos ocultarnos bajo el puñado de nuestras propias verdades. En tiempos de los faraones, era Maa’t, diosa de la verdad y de la justicia, quien llevaba la pluma en la cabeza, y en el tribunal de los muertos se ponía esa pluma sobre un platillo de la balanza para pesar cada corazón. Es maravilloso pasar por el mundo habiendo llevado una vida ligera, por eso nos gustan tanto el Hollywood dorado y el champán en los hoteles.
La diosa Maa’t estaba asociada a Thoth, dios de la sabiduría, y cuando se les adoraba fue el tiempo de las esfinges, seres fantásticos que simbolizaban, eso dicen, la verdad, lo absoluto y la unidad. Tenían cabeza de hombre, se supone que de faraones, y cuerpo de león. Eran colosales figuras de piedra que yacían guardando a los muertos, las necrópolis, a orillas del desierto, con la vista clavada en el horizonte por donde sale el sol. Significaban la verdad última y callada, testimoniaban que hay más verdad en el silencio que en todo lo que se pueda decir.
Pero toda aquella verdad sagrada, solemne, de los egipcios, se iba a transformar con los griegos en enigma. En la antigua Grecia la esfinge tomó rostro de mujer, y era una criatura devastadora que asolaba Tebas y devoraba a la gente. La filosofía había mostrado el lado terrible de la religión. A los viajeros y a los peregrinos, la esfinge les sometía a una enigmática pregunta, que les costaba la vida. Fue Edipo, un maldito desde su nacimiento, quien acabó con ella. Y nosotros venimos de aquella filosofía, de esa Grecia, de esa Europa, de esa fascinación por los malditos.
MURCIA, QUÉ HERMOSA ERES
Lo verdadero no tiene por qué ser verdad, basta con que esté inspirado en hechos reales. Atañe lo posible
Sin embargo, desde las avenidas de los templos egipcios por las que desfilaban tumultuosas procesiones de peregrinos bajo la mirada de las esfinges, la verdad, lo absoluto y lo único nos han perseguido durante cerca de 5.000 años. Por ejemplo, la verdad y lo absoluto crearán mano a mano el diario oficial de la dictadura soviética, Pravda, que en ruso quiere decir eso: la verdad.
En España, como somos de natural pesimistas y volterianos en la intimidad, nos dedicamos a cultivar cada cual nuestra huerta, y así La Verdad que hemos tenido ha sido la de Murcia (por cierto, hay otra verdad de esa tierra desvelada profunda y místicamente en el cómic Murcia, del dibujante Magius).
Ambas verdades, la nuestra y la rusa, nacen en la misma época, son hijas del mismo tiempo. Una fundada por la diócesis de Cartagena en 1903, y otra por Trotski, en Viena, en 1908. La verdad es religiosa, es una forma de religión, de modo que resulta lícito que uno acabe declarándose ante la verdad creyente no practicante. Esto es lo que nos ocurre hoy con tantas verdades como nos prometen (por no decir “nos venden” utilizando la jerga del poder cuando se dedica al chalaneo).
DE JESUCRISTO A PHILIP MARLOWE
La verdad es una rima en una canción infantil, que tiene la trascendencia de decidir quién juega y quién no juega. Es la suerte, el pito pito gorgorito. Es el misterio de la expresión “la era verdadera”, que precede al pim pam pum fuera.
La era verdadera en que las esfinges, los dioses existieron. Destruida la verdad por un maldito, por el joven tebano que va a matar a su padre y que va a traer la desgracia a su casa, los dioses se humanizan para devolver al hombre lo que es del hombre, y así explica el apóstol Juan en su evangelio, tan literario, que Jesús, el hijo de Dios y a la vez Dios hecho hombre, anunció: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32). También viene del cristianismo mucho de lo que somos y mucho de lo que nos gusta, incluida la novela policiaca. Philip Marlowe es producto de la literatura artúrica, de los caballeros andantes buscadores del Santo Grial. Chandler lo tenía muy claro.
La verdad humana, la verdad de la gente, como instrumento de la liberación. En los días de la liberación, el poeta Paul Éluard la llamó “verdad práctica”. Durante la ocupación nazi había escrito quizá su poema más famoso (‘Libertad’), en un libro que tituló Poesía y verdad. Hablando de verdad práctica en la Francia recién liberada, Éluard se enfrentaba “a mis amigos exigentes”, a los poetas que le afeaban no dedicarse a la poesía pura y empecinarse en la vigencia de la escritura comprometida. Es el mismo Paul Éluard que antes de la guerra había soltado en una conferencia que “el pan es más útil que la poesía”. Ahora titulaba un poema: ‘La poesía debe tener por meta la verdad práctica’. Pero somos unos escépticos, es decir aún somos posmodernos, pues después de la modernidad no hay nada (eso lo sabe cada siglo). El compromiso, la autenticidad personal, poética de Éluard diciendo “la poesía debe tener por meta la verdad práctica” es tan solo una verdad ligera, como todas las verdades del mundo, ya que esa frase es una cita enmascarada y enigmática, palabras de esfinge, extraída textualmente de un poema del conde de Lautréamont, aquel maldito, muerto a los 24 años, aquel decadentista decimonónico que no creyó en ningún tipo de compromiso más que en la escritura por la escritura.
‘TRUE DETECTIVE’
La verdad es ligera y nos hace libres. Eso es lo que nos enseñaron los dioses a orillas del desierto: que para ser libres no debemos atarnos a las verdades. La verdad no es para creérsela, basta con practicarla y luego dejarla volar qual piuma al vento. La verdad es una cosa práctica, y por eso está mejor en las manos que en la boca. Y también porque la verdad sabe a amargo. Nos lo explicó otro poeta, Quevedo, un día que habló del dinero y la pobreza. El gusto por la verdad es de mal gusto. Por eso callaban las esfinges de Maa’t, la verdad, y de Thoth, la sabiduría.
Hoy a los descreídos de la verdad nos queda el consuelo de lo verdadero. Pura sabiduría popular. Lo verdadero es la verdad en casa. Lo verdadero es por ejemplo lo útil de los refranes. Se lo dijo don Quijote a Sancho en el pasaje del yelmo de Mambrino: “No hay refrán que no sea verdadero”, y lo repitieron las Vainica Doble en la teleserie de Armiñán.
Lo verdadero no tiene por qué ser verdad, basta con que esté inspirado en hechos reales. Atañe a lo posible. Nos encanta True Detective, por eso, por lo que tiene de true, de aparentemente verdadero. Somos devoradores de verdades que no creemos.
Javier Pérez Andújar es escritor. Su última obra es Diccionario enciclopédico de la vieja escuela (Tusquets)
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