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Viva el Partido Liberal

Una senadora cristiana de ese movimiento propuso un referendo que busca que solo las parejas de heterosexuales puedan adoptar

Ricardo Silva Romero

En el episodio anterior, Colombia, un ruidoso país sudamericano que ha sido su propio enemigo desde que tiene memoria, había experimentado —a finales de 2015— un arrebato de sensatez liberal: y en una sociedad en la que el 84% de las madres son madres solteras, y apenas la mitad de los hogares cuentan con los dos padres, no solo era uno de los 19 países en los que es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo, sino uno de los 27 países que permiten la adopción por parte de parejas homosexuales. En el capítulo siguiente, descorazonador por decir lo menos, Colombia fue el piso por donde miles de defensores de la supuesta familia tradicional marcharon contra un enemigo imaginario —una conspiración gay— de aquellos que tanto unen a los abatidos: repitieron que no se es homosexual, sino que se es educado en aquella “ideología”.

Fue a principios de agosto. Fue verdad. Fue en serio. Marchó un padre orgulloso con un cartel que decía “Prefiero un hijo muerto a un hijo gay”, por ejemplo, pero también elevó su queja una disciplinada senadora cristiana del viejo Partido Liberal —así es— que amparada en su fe y alentada por la firma de 1.740.000 colombianos propuso un referendo desolador que busca que solo las parejas de heterosexuales puedan adoptar.

En el episodio de hoy la senadora en cuestión, de apellido Morales —sí—, celebra como una reivindicación de las buenas costumbres que el vergonzoso proyecto de referendo haya sido aprobado por una comisión del Senado: si el plan es ratificado por el Congreso, de la plenaria del Senado a la plenaria de la Cámara, entonces no solo quedará en manos de las mayorías la decisión de vida o muerte de si acá en Colombia solo pueden adoptar las parejas heterosexuales, sino también la determinación absurda —porque los padres responsables han sido aquí la excepción a la regla, porque las familias no se decretan, sino que suceden— de impedirles a los huérfanos que encuentren por fin una madre soltera que los esté buscando, de convertir en imposible el tortuoso proceso de adoptar en un país donde millones de niños viven entre la pobreza, entre la guerra.

Qué es lo peor del asunto: no es que la senadora sea prueba de que en esa sede del Partido Liberal en la Avenida Caracas # 36-01 es tolerada la intolerancia, ni que así quede claro que los partidos colombianos son expedidores de credenciales, ni que estemos ante una lección de doble moral, ni que esté poniéndose en riesgo el principio democrático de convertir a las mayorías en defensores de las minorías, ni que una sociedad permita que sus legisladores pierdan el tiempo de un país en atentar contra sus ciudadanos, ni que este montaje de políticos religiosos sea una escalofriante misión en la Tierra, pero también una astuta manera de captar votos, sino que es otra terrible demostración —otra como la posibilidad de que el No gane el plebiscito por la paz— de cómo demasiados se han habituado a vivir en su teoría, en su desvarío, en su país.

Su país donde no hay madres solteras y los niños desamparados no envejecen y las familias están hechas a imagen y semejanza de alguna valla de los años cincuenta. Donde le ven lógica a votar No a la adopción, aunque adoptar igual sea una pesadilla kafkiana, en ese referendo infame que habrá de hundirse si esto sigue siendo una democracia. Donde le ven sentido a votar No a la paz, en ese plebiscito que debería despertarnos, porque la guerra está pasándoles a otros. Colombia es un país sudamericano patas arriba que aún no decide si todos sus ciudadanos tienen los mismos derechos, ni tiene todavía claro que ha vivido de combate en combate a fuerza de cerrarles las puertas a los pobres, a los raros, a los huérfanos.

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