“El espíritu humano de la gente en Guantánamo se ha apagado”
Una abogada que representa desde 2008 a detenidos en el penal cubano analiza su labor tras el mayor traspaso de presos del Gobierno Obama
Tras pasar más de un tercio de su vida en Guantánamo, sin haber sido acusado de nada, el yemení Zahir Hamdoun está fuera de la prisión militar estadounidense en Cuba. Hamdoun, de 36 años, 14 de ellos en Guantánamo, es uno de los 15 liberados en la última semana en el mayor traspaso de presos aprobado por el Gobierno de Barack Obama. Fueron enviados a Emiratos Árabes Unidos.
Lo que más recuerda su abogada de la relación entre ambos es un episodio triste en una de las últimas veces hace pocos meses que hablaron, que revela la mezcla de fortaleza y resignación que impera en el limbo de Guantánamo.
“Estábamos hablando de la posibilidad de que el Gobierno estadounidense enviara a algunos presos -los considerados más peligrosos- a Estados Unidos. Mi pensamiento fue que, si eso ocurriera, la gente [en Guantánamo] se rompería psicológicamente por todo a lo que han sido sometidos”, explica la abogada Pardiss Kebriaei. “Y él dijo, de forma silenciosa y agotada, que pensaba que sobrevivirían porque ya habían sobrevivido a tanto. Fue un momento realmente devastador para mí al pensar cómo el espíritu humano de la gente allí se ha apagado con los años”, añade en una entrevista telefónica.
Hamdoun fue detenido en Pakistán en 2002. EE UU creía que había luchado con Al Qaeda, algo que según su defensa se basó en declaraciones bajo coacción.
Kebriaei, de 41 años, trabaja para el Centro por Derechos Constitucionales, una organización sin ánimo de lucro, con sede en Nueva York, que fue la primera en representar a detenidos de Guantánamo. En 2004, la entidad ganó, ante el Gobierno del republicano George W. Bush, un caso en el Tribunal Supremo que otorgó a los presos el derecho a recurrir en los tribunales su detención indefinida. A partir de entonces, los abogados pudieron viajar a Guantánamo. Se creó una red de hasta 600 letrados, individuales o de grandes bufetes, que representaban, la mayoría sin cobrar, a casi todos los detenidos.
Desde 2008, Kebriaei viaja de media una vez cada dos meses a la base naval de Guantánamo, en un desangelado extremo al sureste de Cuba. Ha representado a seis reclusos, sin que ellos pagaran por sus servicios, que peleaban por su salida del penal. Cinco han logrado salir y otro sigue entre rejas. “Cuando empecé este trabajo, no pensé que en 2016 seguiría representando a gente”, lamenta.
Kebriaei, estadounidense de origen iraní, terminó sus estudios en derecho poco después de los atentados del 11-S de 2001, que llevaron a Bush a abrir el penal de Guantánamo para sortear las salvaguardas internacionales. Empezó a trabajar en asuntos de derechos humanos de mujeres, denunciando abusos de Gobiernos extranjeros. Después, su atención se redirigió a las “violaciones” de su propio Gobierno en materia de seguridad nacional.
Su motivación inicial eran los derechos de los presos de Guantánamo, no si las atrocidades en las que justificó su arresto eran ciertas. “Debían tener el derecho como cualquier otro de ir a un tribunal y pedir al Gobierno que dé sus razones de por qué los estaba encarcelando, y tener a un juez independiente que decida si las razones son legítimas y si deberían seguir detenidos”, recuerda.
El demócrata Obama prometió en 2009 cerrar en un año la prisión de Guantánamo. Que lo logre antes del final de su mandato, en enero, parece improbable porque el Congreso rechaza el traslado a cárceles de EE UU de los 41 presos considerados demasiado peligrosos para ser liberados. Ese traslado, esgrime Kebriaei, no supondría acabar con Guantánamo porque la política de detención indefinida continuaría, solo que en cárceles estadounidenses.
De los 61 reos que hay en Guantánamo, solo siete están acusados de algún delito y tres están condenados. Veinte han sido autorizados a salir -algunos hace años- si se encuentra un país que quiera acogerlos bajo un régimen inicial de semilibertad. Su cautiverio se justifica en que son considerados enemigos de combate por posibles lazos terroristas. La mayoría de los 779 presos que han pasado por Guantánamo -los primeros llegaron en 2002- no han sido acusados de nada. Algunos acabaron allí al ser confundidos por otros. Muchos fueron torturados en los primeros años del penal.
Un portavoz del Departamento de Defensa, que gestiona la cárcel, no contestó a una petición de valoración. Washington justifica el arresto contínuo en las leyes de la guerra, y esgrime que la lentitud del traspaso de presos se debe a la severidad del análisis interno para aprobar una salida y a la dificultad de encontrar países estables que quieran acogerlos.
Empatía con los presos
El infierno de Guantánamo forma parte de la vida de Kebriaei y ella empatiza con los presos que languidecen allí. “Me imagino a la gente, la sensación de haber estado encarcelado más de 14 años sin haber sido acusado y todavía no saber si vas a poder vivir o morirás allí”, explica. “Si cualquiera de nosotros estuviera en esa posición durante un día podría ser que entendiéramos de otra forma lo que ha vivido esa gente”.
La abogada lamenta que Guantánamo sea un lugar recluido, del que solo sale información de los periodistas, abogados, militares y políticos que viajan allí. Describe una gran “distancia” entre los “monstruos” en que han sido descritos algunos de los presos y los “seres humanos con su propia historia” que ella ha conocido. También menciona el desconocimiento de historias de guardas que ayudan a presos dentro y fuera de Guantánamo. El clima, subraya, es menos polarizado de lo que parece. “Me gustaría que la opinión pública fuera una mosca en una pared [en Guantánamo], que simplemente pudiera ver por sí misma, juzgar por sí misma”, dice.
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