La izquierda brasileña se está dejando devorar por la derecha
Después de haber dirigido la política brasileña durante 13 años, el PT se está convirtiendo en un partido minoritario y hasta marginal
La derecha liberal brasileña se está haciendo con el poder. Quizás más que por méritos propios, porque la izquierda se ha dejado devorar por ella.
“Me da miedo la derecha porque con esta izquierda cobarde y desunida lo está teniendo todo muy fácil”, escribe en su Facebook Esther Solano, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp).
En efecto, en vez de defender su identidad y luchar por sus ideales, el Partido de los Trabajadores (PT) se ha ido involucrando en las artes de los compromisos bajo la mesa, astucias de pequeños jugadores de póquer para sorprender a los adversarios, a los que llegó a llamar “enemigos que hay que exterminar”, en vez de apostar a plena vista por aquello en lo que cree.
Un ejemplo está en la disputa para la presidencia de la Cámara de Diputados. En vez de a un candidato de la izquierda con peso, con programa propio, capaz de reconciliar a un Congreso herido y dividido, el PT prefirió un golpe de mano que irritara al Gobierno interino de Michel Temer. Buscó un candidato de un partido del Gobierno pero infiel. Perdió, y la derrota fue aún mayor.
El PT ya no reparte las cartas ni en el Gobierno ni en el Congreso. Después de haber dirigido la política durante 13 años, se está convirtiendo en minoritario y hasta marginal.
Los expertos en ciencia política tendrán un día que estudiar la razón última del declive de un partido que llegó a inspirar y hasta a entusiasmar a la izquierda del continente.
A nosotros, los simples observadores, lo que nos parece claro es que la izquierda se fue dejando devorar por la derecha más conservadora en el afán de tenerla como compañera fiel, que le asegurara la gobernabilidad y la continuidad en el poder.
EL PT se sintió fuerte y capaz de poder gobernar con el apoyo de las fuerzas más reaccionarias del Congreso, empezando por la evangélica. Para ello, dividió con ellas el poder y aceptó compromisos por los que acabó siendo desfigurado.
Los partidos más conservadores se fueron sirviendo del camino que les abría la izquierda para afianzarse y fortalecerse imponiendo cada vez más claramente su credo y sus mandamientos.
En vez de haber sido el PT quien convirtiese a la parte más conservadora del Congreso a las libertades y a la modernidad de las grandes democracias, pactó con ella y selló compromisos que avergonzarían a cualquier izquierda democrática.
En vez de purificar al conservadurismo, se contaminó con él. En vez de imponer una ética nueva a la política, se dejó atrapar por el virus de la corrupción considerado patrimonio de la derecha.
Tan bien aprendió la lección que hoy el PT parece el campeón en el arte de usar para su provecho la máquina del Estado, con dos presidentes y tres tesoreros condenados y encarcelados.
Ningún demócrata debe alegrarse de ver desintegrarse la izquierda, y menos a una izquierda social como lo fue el PT. El juego político necesita de pluralismo, de ideas divergentes, capaces de abarcar todo el abanico de una sociedad plural.
Más que denigrar a las fuerzas de derechas y liberales por estar adueñándose de la política, lo que hace falta es que la izquierda sepa reconocer que jugó mal en sus apuestas.
El PT, para desintoxicarse de los compromisos que lo han ido desfigurando y debilitando, necesitaría volver al desierto para emprender su viejo camino de liberación.
Ser minoría no es un pecado ni una humillación. Lo peor es no entender que el camino de la liberación pasa por abandonar los ídolos y por dejar de añorar las ollas de carne y las cebollas de los tiempos de la esclavitud en Egipto, como Moisés recriminaba a los judíos.
A la tierra prometida llegan solo los despojados, fieles a las propias convicciones, sin involucrarse en los juegos siempre peligrosos del compromiso y de la sed de perpetuidad a cualquier precio.
La idolatría del poder acaba siempre engendrando monstruos difíciles de domeñar.
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