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En análisis
Columna
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El gobierno de Obama en su ambivalencia latinoamericana

Una diplomacia confusa resquebraja la estabilidad sistémica del hemisferio

América Latina transita por una época de cambio. El desgaste de lo que muchos han llamado populismo; las crisis políticas causadas por la corrupción; el hartazgo de ver las mismas caras, nombres y partidos en el poder; las repercusiones de la crisis venezolana; todo ello ha contribuido a la transición de una era política a otra.

El tiempo nuevo apenas comienza. El kirchnerismo perdió la elección; Pérez Molina renunció tras una verdadera revolución cívica; Rousseff fue suspendida de la presidencia y con un juicio por destitución en curso; Evo Morales fue derrotado en el referéndum por la reelección indefinida; y Correa anunció que no se postulará a la reelección en febrero próximo. Agréguese los cambios históricos en Cuba y su relación con Estados Unidos, y la paz en Colombia.

Exceptuando que el chavismo continúa en el poder, o algo parecido a eso, surge el retrato de una América Latina diferente. Ante los cambios, en Washington se habla de Washington. Es decir, si el gobierno será capaz de promover un tipo de relación más estrecha, si podrá aprovechar este nuevo escenario para una diplomacia más cercana. Engagement es la palabra clave.

Jamás podría consolidarse la paz en Colombia con una Venezuela ingobernable

El punto, sin embargo, invita al Kissinger de World Order, su último libro. Allí caracteriza a Estados Unidos como una superpotencia “ambivalente” desde la Guerra Fría, adjetivo con el que además se ha referido con frecuencia al gobierno de Obama en particular. Ello junto con la crítica de “operar solo a nivel táctico, por carecer de un diseño estratégico distinguible”.

Desde luego que a Kissinger le preocupa la “gran” política exterior—Europa, China, y Medio Oriente—pero la ambivalencia también tiene relevancia en relación a América Latina. Tal vez sea allí donde la diplomacia de Obama haya combinado el involucramiento más activo y enérgico con la distancia y la indiferencia más inexplicables; los objetivos explícitos con los gestos ambiguos.

Su política exterior ha sido resoluta en la Alianza Pacífico, ampliando acuerdos consistentes con su visión comercial en Asia. Ha sido decidida en la transformación de Cuba, por que la incertidumbre del futuro no oculta que el embargo ha sido un rotundo fracaso. Y ha sido activa en el plan de paz en Colombia, tras medio siglo de una guerra sin vencedores ni vencidos.

La ambivalencia que tanto preocupa a Kissinger aparece con toda claridad en el caso de Venezuela. Nótese el discurso del Secretario de Estado Kerry en la Asamblea de la OEA en Santo Domingo, recordándole al gobierno de Maduro que debe liberar a los presos políticos, aceptar el referéndum revocatorio, atender la crisis humanitaria y observar los derechos humanos según indica la Carta Democrática de la OEA. Contrástese ese discurso, sin embargo, con su foto estrechando la mano de la canciller de Venezuela, solo momentos después, tras una reunión privada. Es que en diplomacia una imagen vale más que mil palabras.

O ténganse en cuenta los repetidos encuentros del Embajador Shannon con altos funcionarios en Caracas y otros lugares, los cuales no es claro con qué objetivos se realizaron ni qué se logro en ellos. Más aún, ahora vuelve el Departamento de Estado a legitimar el papel de Rodríguez Zapatero, cuya misión parece tener el objetivo primordial de dilatar el referéndum revocatorio. Según él mismo advirtió en la OEA: “esto será largo”.

La diplomacia de Washington ha evitado involucrarse demasiado en Venezuela, “pues podría ser contraproducente si somos acusados de la típica injerencia americana”, se escucha decir a menudo. Es un cliché repetido mil veces; injerencia que, dicho sea de paso, no parece haberle disgustado al Partido Comunista cubano ni a las FARC colombianas. No ha sido explicado por qué motivo esa noción solo se aplica al chavismo.

Abandonar la ambivalencia en el caso de Venezuela es clave no solo en términos de una política exterior idealista, aquella basada en valores y principios. Ocurre que esta diplomacia confusa, que además se prolonga en el tiempo, también resquebraja una política exterior realista, aquella que prioriza el equilibrio de poder y la estabilidad sistémica; en este caso del hemisferio. Jamás podría consolidarse la paz en Colombia con una Venezuela ingobernable. Se demorará el despegue económico de Cuba con una Venezuela incapaz de retomar el suministro normal de petróleo.

Se dice que la diplomacia estadounidense está preocupada por Trump y por la elección. Tal vez sea cierto, el problema es que demorar la transición política y la ayuda humanitaria que Venezuela necesita y el hemisferio espera solo aumentaría la incertidumbre y la volatilidad. Es una crisis aún más profunda la que le dejarán a quien asuma la presidencia en enero próximo. Bien podría ser la candidata que apoyan.

Otra lección de Kissinger que vale la pena recordar es aquella que dice que el verdadero estadista debe saber cual es su estrategia, en qué dirección va y por qué.

 @hectorschamis

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