La inmigración se erige en el gran campo de batalla política
Los grandes partidos han intentado esquivar el tema debatido con más pasión en campaña
“Soy el único político que conozco dispuesto a levantarse y decir que es proinmigración”. “El debate sobre la inmigración ha sido envenenado por aquellos que creen que deberíamos reforzar las fronteras”. La primera frase la dijo el exalcalde de Londres Boris Johnson en 2013; la segunda la pronunció Michael Gove, ministro de Justicia, el año pasado. Hoy son las dos cabezas visibles de la campaña oficial por abandonar la UE, que cabalga en cabeza de las encuestas, a lomos de un alarmista mensaje de la necesidad de controlar las fronteras.
La tercera pata de la mesa del euroescepticismo es Nigel Farage, líder del antieuropeo UKIP, que no forma parte de la campaña oficial y que enarbola sin complejos la bandera del control de la inmigración. El jueves, horas antes de que la diputada laborista Jo Cox fuera asesinada, según testigos, al grito de “Gran Bretaña primero”, Farage posaba con la última creación de su campaña. Un cartel que muestra una cola de inmigrantes de diversas razas, con una frase sobreimpresa: “Punto de inflexión: la UE nos ha fallado a todos”. Las críticas arreciaron contra una imagen que guarda una gran similitud con la propaganda nazi mostrada en un documental de la BBC de 2005.
La campaña del referéndum sobre el papel de Reino Unido en la UE se ha convertido en un diálogo de sordos. El bando proeuropeo habla de economía y el euroescéptico habla de inmigración. El uno no rebate los argumentos del otro, porque no tiene con qué rebatirlos.
Hace dos años, discutiendo los planes para un eventual segundo Gobierno conservador, Cameron dijo que sería feliz si no tuviera que mencionar nunca la palabra inmigración. En el caso de los laboristas, no se trata solo de un deseo: el folleto de su campaña por la permanencia ni siquiera contiene la palabra inmigración. La política tradicional ha esquivado el que se está demostrando como el debate más pasional y contencioso del país.
“La inmigración ha sido el telón de fondo de cada una de las elecciones que hemos tenido en Reino Unido en la última década”, reconocía esta semana en la BBC Tom Watson, vicepresidente del Partido Laborista, que llamaba a revisar las normas migratorias europeas. “Pobre del laborismo”, decía, si ignora las preocupaciones de la gente. El trasvase de casi un millón de votos de su partido a UKIP en las últimas elecciones demuestra que la inmigración es un tema sensible entre el electorado laborista.
Basta dar una vuelta por la Inglaterra media para comprender que la preocupación trasciende ideologías y procedencias. Gente como Masum Gora, taxista jubilado de 65 años, que emigró de India a Leeds hace 60, no oculta hoy los motivos por los que votará por abandonar la UE: “Hay demasiada inmigración y no hay sitio para todos”, explica. “Los inmigrantes contribuimos a este país. Pero ahora hay demasiados polacos, rumanos, húngaros. No creo que haya que parar la inmigración, solo controlarla. Y soy votante laborista”.
En el debate que organizaron el Telegraph y El Huffington Post el pasado martes, un ciudadano –que se decía “moralmente en favor de la inmigración”- preguntaba sobre los planes para garantizar el abastecimiento de agua dada la avalancha de extranjeros y alertaba sobre madres parturientas yendo de un hospital a otro porque las maternidades estaban colapsadas. Los políticos populistas y la prensa sensacionalistas lleva años alimentando el temor.
La realidad es que la inmigración neta en Reino Unido es de 330.000 personas. La mitad de ellos proceden de la UE y la mitad, del resto del mundo. Todos los estudios coindicen en que los inmigrantes europeos, al contrario que los extracomunitarios, son aportadores netos a las arcas públicas.
Con tres millones de inmigrantes y solo un 5% de desempleo, la mayoría de los economistas coinciden en que una reducción drástica de la inmigración perjudicaría el crecimiento económico del país. Por lo demás, tampoco está claro que abandonar la UE produjera necesariamente una bajada de la inmigración. Desde luego, como demuestran los casos de Noruega y Suiza, el mensaje de los partidarios del Brexit de que Reino Unido podría mantener el acceso al mercado único sin aceptar la libre circulación de personas es difícil de sostener.
El suburbio londinense de Havering se cuenta entre los lugares más euroescépticos del país. La enfermera y militante laborista Ivana Bartoletti ha recorrido sus casas haciendo campaña por la permanencia en la UE. “Los políticos no hemos sabido responder a la preocupación de los votantes”, reconoce. “Hemos sido incapaces de comprender el problema económico que subyace. No les hemos ofrecido una alternativa que les garantice su seguridad en una economía global. Mucha gente ha sido empujada a los márgenes”.
Esta era la lucha de la diputada Jo Cox. Su viudo, Brendan Cox, cooperante y antiguo asesor del laborismo, ha declarado que continuará su proyecto de construir una alianza internacional para combatir “el peligroso caldo de cultivo” de la inseguridad económica que nutre a la derecha populista en toda Europa. “La política británica ha dado una lección de cómo manejar mal esta crisis”, escribió semanas antes de morir su esposa. “No hay ningún motivo por el que no podamos devolver el debate a la política mayoritaria. Al hacerlo, no solo ayudaremos a los refugiados y migrantes, sino que marginaremos el resurgir de la derecha populista”.
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