Pedro Pablo Kuczynski, el presidente peruano más inesperado
El vencedor en Perú es un exbanquero liberal aupado por el miedo a Fujimori
Pedro Pablo Kuczynski es un hombre con suerte. Todo le ha salido bien en la vida. Quiso hacer política, y logró ser ministro varias veces, incluso primer ministro con Alejandro Toledo de presidente. Quiso hacer dinero, y se hizo muy rico como asesor de empresas —muchos le califican de lobista y le pueden llover críticas por conflictos de intereses— y banquero de inversión en EEUU, donde pasó media vida. A sus 77 años, ya solo le quedaba una aspiración final: ser presidente de Perú, el país donde nació casi por casualidad, cuando su padre, un médico alemán, se trasladó allí para estudiar in situ las enfermedades tropicales en las que se había especializado. También ha alcanzado ese último objetivo.
Sin embargo, y pese a esa sucesión de éxitos, hace solo unos meses nadie daba un duro por la candidatura presidencial de este veterano tecnócrata, un liberal que fue capaz de apoyar en 2011 la candidatura de Keiko Fujimori “para que no ganara el chavismo” que entonces representaba para él Ollanta Humala.
Cinco años después, el destino ha querido que sea la izquierda liderada por Verónika Mendoza, desesperada ante la posibilidad de que regresara un Fujimori al poder, quien permitiera la victoria de este liberal. Es el presidente más inesperado, pero así es la política peruana, donde el antifujimorismo mueve montañas.
Hace solo dos semanas, una gran pregunta impensable en cualquier otra campaña electoral recorría Perú. ¿Kuczynski quiere realmente ganar? El liberal arrancó la segunda vuelta en cabeza, montado en la cómoda ola de antifujimorismo. Pero poco a poco el ímpetu de Keiko Fujimori lo fue devorando. Kuczynski estaba perdido, no sabía hacer campaña. Caminaba sin entusiasmo hacia la derrota. Además se fue una semana a EE UU, a la graduación de su hija. Un error de libro que Keiko no desaprovechó.
Sus vínculos con EE UU le trajeron problemas. Algunos para criticarle dicen que es “más gringo que peruano”. Él renunció a la nacionalidad estadounidense para evitar polémicas pero cuando se enfada suelta palabrotas en inglés y habla un castellano con un acento particular. De allí es su esposa, Nancy Lange, una analista financiera que es prima de la actriz Jessica Lange.
Para Kuczynski es normal moverse en la élite mundial. Es primo por parte de madre del cineasta Jean Luc Godard. Estudió en un instituto del Reino Unido y en un conservatorio en Suiza —toca la flauta travesera en sus mítines— y después en la universidad en Oxford y Stanford.
El poder y el dinero no tienen secretos para él. La revista Caretas ha publicado esta semana una fotografía en la que se le ve departiendo en 1988 con Henry Kissinger, ex secretario de Estado de EE UU, en una reunión del club Bilderberg, el más exclusivo del planeta. Conoce a casi todos los personajes clave, incluido Rodrigo Rato, a quien ayudó a aupar al FMI cuando era ministro de Economía peruano.
Kuczynski sabe todo de poder, pero no de política. Su campaña era desastrosa. Quedó claro que estaba mucho más cómodo en los despachos que en la calle. Se le veía mucho más capaz de ejercer el poder que de conquistarlo. Pero cuando todo parecía perdido, luchó. Fue en la última semana. Entendió que tenía que ganar a toda costa el último debate, después de un primero calamitoso. Y pidió ayuda para prepararlo a personas respetadas del antifujimorismo, como el periodista de investigación Gustavo Gorriti.
Usó todo lo que tenía a mano para volverse más humano, para huir del tecnócrata, para mostrar que quería ganar y animar a la izquierda y los antifujimoristas a votarle. Apeló incluso a la memoria de su padre, ese mítico médico alemán que dirigió la leprosería de San Pablo, el lugar en plena selva en el que el Che Guevara celebró sus 24 años. Allí lanzó, según relata en sus diarios, su primer gran discurso en medio del viaje iniciático por América.
Luchó y ganó el debate, se montó en la ola antifujimorista y venció por solo 41.800 votos. Una vez más, tuvo suerte: estaba en el momento justo en el lugar adecuado. Ahora tendrá el poder, como tantas veces. Falta por saber si sabrá hacer política.
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