La paz desprestigiada
Netanyahu responde a los ‘brotes verdes’ con un Gobierno aún más decantado a la derecha
Nadie creerá en la paz hasta el momento en que sea realidad, si acaso llega algún día. En ninguna región del planeta como entre el río Jordán y el Mediterráneo se cultiva la decepción con tanto cuidado y constancia. Las iniciativas, mediaciones, hojas de ruta y treguas que preceden a nuevas ofensivas se suceden como las estaciones y los años, pero siempre sin resultados o incluso con retrocesos.
Las condiciones de vida de la población palestina no hacen más que empeorar; sigue aumentando el número de colonias y colonos sobre territorio palestino; la Autoridad Palestina se deteriora y corrompe, en un campo político dividido y sin elecciones desde 2006; también la radicalización se incrementa por ambas partes; la violencia penetra en el carácter de unos y otros, de los niños palestinos que apuñalan a israelíes y de los soldados israelíes que abaten a terroristas como si fueran fieras salvajes; y Benjamín Netanyahu, el primer ministro, se supera a sí mismo con sus Gobiernos siempre un paso más hacia la derecha.
Un océano de escepticismo neutraliza cualquier noticia, como si la sensibilidad del mundo solo aceptara las malas nuevas a las que estamos habituados. Ahora mismo son varias las iniciativas de paz en marcha, aunque en todas ellas vaya acompañada de objetivos más precarios u oportunistas.
La Francia debilitada de François Hollande, y no la UE, es la que convoca para mañana una conferencia de ministros de Exteriores, en la que participarán Estados Unidos y Rusia, pero no Israel ni la Autoridad Palestina, y que pretende reavivar la fórmula de los dos Estados y la organización de negociaciones directas entre las dos partes con un límite temporal. También el desprestigiado presidente egipcio Abdelfatá al Sisi ha lanzado una iniciativa de reconciliación entre las facciones palestinas, paso previo a la negociación con Israel según la llamada Iniciativa Árabe de Paz de 2002, que incluye la normalización de las relaciones con Israel a cambio del Estado palestino en las fronteras anteriores a 1967.
La nueva geopolítica regional, con Irán como nuevo hegemón regional, propulsa una alianza suní conservadora bajo liderazgo saudí en la que Israel encaja como aliado natural. Nada la soldaría mejor como algún avance de la Iniciativa Árabe, que también interesaría a Obama, ya en la recta final de su presidencia y con las manos vacías en uno de los capítulos donde más esperanzas había levantado.
La respuesta de Netanyahu a esos brotes verdes es la habitual. De entrada, buenas palabras. Y en vez de un Gobierno para la paz con los 24 diputados de centroizquierda de la Unión Sionista, ha optado por los seis diputados ultraderechistas y antiárabes de Israel es Nuestra Casa y la incorporación como ministro de Defensa de Avigdor Lieberman, israelí desde los 20 años, nacido en Moldavia y sin preparación para una cartera tan sensible. Se atribuye al primer ministro la chanza de que Lieberman puede confundir los silbidos de las balas que nunca ha escuchado con los de pelotas de tenis. Ante todo, la decepción.
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