Le Pen se refuerza a costa de las crisis en los dos grandes partidos de Francia
Analistas y expertos alertan sobre la deslegitimación de las formaciones tradicionales
El gubernamental Partido Socialista francés tiembla ante la posibilidad de que el Elíseo se lo disputen el año que viene la derecha y la ultraderecha, con la izquierda eliminada para la segunda vuelta. Todos los sondeos auguran ese cataclismo, que tiene como único precedente lo ocurrido en 2002. Es la consecuencia del descrédito y las pugnas internas en las tradicionales formaciones, desde el PS a los conservadores, pasando por los comunistas o los verdes. Solo la ultraderechista Marine Le Pen mantiene unido su Frente Nacional (FN) y afronta con el viento favor una larga campaña electoral.
Francia sufre “una profunda deslegitimación” de los partidos, sostiene el profesor Pascal Perrineau, investigador y analista político. “Son organizaciones de profesionales de la política, de electos, de aparachik”. Según un sondeo difundido esta semana por Le Monde, el sistema democrático funciona mal a ojos de los franceses. Lo sostiene el 65% de votantes de la izquierda, el 79% de la derecha y el 97% del FN.
La izquierda radical no supera el 10% de los votos y los verdes han desaparecido, fagocitados por los socialistas. Quedan tres grandes partidos en liza. En el poder desde 2012, el PS es el más denigrado de los tres. Solo el 15% de los franceses confía en el presidente François Hollande. La decepción hace estragos en sus propias filas, que sufre una sangría de militantes: de 173.000 a 86.000 en cuatro años. “Ya es imposible impedir la derrota en 2017”, lamenta un dirigente de la corriente radical.
Para frenar lo que parece inevitable, los ministros más fieles a Hollande acaban de lanzar la campaña Hé Oh la Gauche! (¡Aúpa la izquierda!), objeto de todo tipo de mofas en las redes. Convencidos de que la legislatura no tiene más recorrido, actúan, dicen, “para no sufrir otro 21 de abril”, el día de 2002 en que el socialista Lionel Jospin fue eliminado en la primera vuelta de las presidenciales.
Al profesor de historia y analista Benoît Pellistrandi le parece “ridículo” que sean los ministros los que dan el paso al frente. Al primer acto de Hé Oh la Gauche! acudieron el lunes pasado en París una veintena de ministros y secretarios de Estado, además unos cientos de militantes, muchos de ellos cargos electos. En una prueba de las disensiones internas, no participaron diputados críticos, pero aún fue más sonora la ausencia del ministro de Economía, Emmanuel Macron, que acaba de crear su propia formación, “En Marche!”, y repite que no le gusta “la izquierda de ahora”.
Un peligro para la democracia
Sin alarmar. Marine Le Pen lleva medio año protegiéndose sin comparecencias públicas, limando lo que en su partido y sus dirigentes pueda alarmar al electorado.
Entorno europeo. En Europa, se ve legitimada por el referéndum sobre el Brexit —ella promete una consulta—, y el auge de la ultraderecha en Austria, Polonia u Holanda.
Capaz de gobernar. En las últimas elecciones, su partido ha sido el más votado con casi el 30% de sufragios. El 27% de los franceses le consideran "capaz de gobernar". Francia confía en una alianza republicana para frenarla. El 61% de los ciudadanos califica a la ultraderecha de "un peligro para la democracia".
En esos dos hechos, y en el discreto segundo plano del primer ministro, Manuel Valls, se ha basado el líder de Los Republicanos, Nicolas Sarkozy, para descalificar a los socialistas: “Hollande ya solo habla de su reelección; Valls solo habla de Macron, y Macron solo habla de él”. Pero el expresidente también tiene su patio revuelto. Y no cuaja su estrategia de controlar el partido para ser aclamado candidato para volver al Elíseo.
Son ya 12 los pretendientes oficiales cuando él mismo aún no ha dado el paso. “Prácticamente cada mañana se presenta un nuevo candidato”, bromeaba esta semana para quitar hierro. Pero la guerra interna estalló hace tiempo. Entre los candidatos figura la exnúmero dos del partido hasta enero, Nathalie Kosciusko-Morizet, expulsada de la cúpula por discrepar del líder. O el exprimer ministro François Fillon. Y, sobre todo, el también exprimer ministro Alain Juppé, alcalde Burdeos, cuyo apoyo entre los simpatizantes de la derecha crece tanto como baja el de Sarkozy.
La batalla de las primarias –abiertas- será en noviembre. A sus 71 años, Juppé llegará con ventaja, coinciden los sondeos. Tanto él como Marine Le Pen asumen que el duelo por el Elíseo en la segunda vuelta será entre ellos. “Ha llegado el momento de levantar la voz ante el FN” sin olvidar “sus dosis de xenofobia”, ha escrito en el prólogo de un libro tras asumir que la ultraderecha es “su principal adversario”.
En la derecha ya han doce candidatos al Elíseo; aparece uno nuevo por semana, bromea Sarkozy
Le Pen está convencida de que nada le impedirá llegar a la recta final electoral. Con un liderazgo sin sombra tras el asesinato político de su padre, Jean Marie, Le Pen tiene detrás un partido cohesionado. “Es el único que se salva. Funciona aún de manera piramidal. Hoy es el partido más tranquilo”, reconoce Perrineau. Y el que más crece porcentualmente en militantes: tiene 83.000, el doble que en 2012.
Al FN le beneficia, cree Pellistrandi, que no le ha desgastado el poder –solo dirige una decena de ayuntamientos- y que concita el voto de millones de obreros y jóvenes descontentos. “Es un voto de ira, de cólera, no ideológico. Le votan porque así le dan una patada en el culo a los partidos grandes”.
Hollande toma aliento con el veto a los acuerdos comerciales
Hundido en los sondeos y con las calles incendiadas por las protestas contra su reforma laboral, el presidente Hollande busca desesperadamente resortes para frenar el desastre a un año de las elecciones presidenciales. Ha encontrado uno en los amagos de veto a los nuevos acuerdos internacionales de comercio: al polémico Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones entre la UE y Estados Unidos (TTIP en sus siglas en inglés) y al previsto entre Europa y los países latinoamericanos de Mercosur.
En ambos casos, el doble motivo público alegado por Hollande y su Gobierno es la defensa de los intereses agrícolas franceses y el respeto a las garantías sanitarias y jurídicas. “Francia se reserva su derecho a decir no”, ha insistido Hollande. “El tratado (TTIP) no podrá cerrar a falta de garantías en Sanidad”, acaba de decir el primer ministro, Manuel Valls.
Pero las razones políticas de fondo, opinan los observadores, son más importantes. Hollande y Valls buscan argumentos para unir a la dividida izquierda ante las elecciones del año que viene y ese es un terreno de encuentro. Así lo ve el profesor y analista Pascal Perrineau, que añade: “Hollande se siente débil y no quiere enviar además señales de un cierto sometimiento a Washington, a sus intereses económicos”.
Esa estrategia explica el radical cambio de posición del mandatario francés en dos años. En febrero de 2014, aseguraba: “Ir rápido (en las negociaciones del TTIP) no es un problema; es la solución”. Ahora advierte: “Si no hay transparencia, si hay peligro para los agricultores franceses, no lo aceptaré”.
El jefe del Estado también se ha encontrado esta semana con tres balones de oxígeno que le han servido para repetir, ante la incredulidad general, que “Francia va mejor”. El día 26, Francia cerró con Australia la venta y mantenimiento de 12 submarinos por valor de 34.300 millones de euros, uno de los contratos más importantes del planeta en estas décadas. Al día siguiente, se anunció que el paro bajó en 60.000 personas, la mejor cifra de un mes de marzo en 16 años. La tasa ronda el 10%. Y el viernes, se supo que el crecimiento se acelera y ya fue del 0,5% en el primer trimestre.
La creación de empleo es la condición que se ha impuesto Hollande para volver a ser candidato en 2017. Lo anunciará a finales de este año y, en contra de lo que los economistas preveían hace seis meses, la mejoría del paro puede convertirse en una tabla de salvación para el líder socialista.
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