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“Bélgica aún no ha asumido que es un país de inmigración”

El alcalde de Schaerbeek cree que el barrio de los suicidas del aeropuerto vive bajo el estigma

El alcalde de Schaerbeek, Bernard Clerfayt.

Mientras el Titanic se hundía, la orquesta no dejó de tocar. Con una operación antiterrorista en marcha en su barrio, Bernard Clerfayt (Bruselas, 1961), alcalde del distrito de Schaerbeek, tampoco se sumió en el silencio en la soledad del imponente edificio de la comuna, casi vacío por la festividad del Viernes santo. Atendió a EL PAÍS en su amplio despacho del Ayuntamiento —uno de los 19 que conforman Bruselas— mientras su móvil era objeto de un doble acoso: periodistas que pedían un comunicado sobre la redada y fuerzas de seguridad que le daban las últimas novedades desde el terreno. A los primeros los despachó sin darles información, a los segundos, les escuchó y calló con discreción. "No puedo comentarles nada", dijo tras colgar sin perder la amabilidad. En las intervenciones policiales dos sospechosos resultaron heridos de bala en una pierna por disparos de la policía.

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Schaerbeek, al noreste de Bruselas, está en el punto de mira. Los registros y detenciones se suceden estos días en el barrio, y los focos le apuntan con toda su potencia desde que se supo que los suicidas del aeropuerto llegaron en un taxi desde una vivienda del barrio. ¿Por qué allí? "Es un apartamento discreto. Nada justifica que hayan venido. Solo una cosa: la mezcla. Alguien de apariencia belgo-marroquí no llama la atención. Era un escondite. También alquilaron una casa en Auvelais, un pequeño pueblo en medio del campo, y nadie piensa que se haya convertido en la capital del terrorismo por eso", dice combativo en referencia a una de las viviendas utilizadas por los yihadistas para preparar los ataques de París.

La primera vez que se asoció el nombre de Schaerbeek a células terroristas fue en diciembre, cuando la policía descubrió que uno de los pisos francos donde se planearon los atentados de la capital francesa estaba en el distrito, de más de 120.000 habitantes y con un porcentaje de población musulmana cercano al 40%. "No digo que no haya jóvenes radicales en mi barrio. Los hay. Pero no creo que todos lo sean ni que todo vaya mal". En el distrito hay 11 mezquitas — menos de la mitad que en Molenbeek—: cuatro son turcas, cuatro marroquíes, dos albanesas y una guineana. En ellas no hay espacio para llamamientos a la violencia, según Clerfayt.

El alcalde cree que su país tiene mucho que aprender del modelo de integración de Estados Unidos: "Allí hay estadísticas étnicas y políticas de discriminación positiva en base a esos criteros. En Bélgica eso no existe". Además, se muestra muy crítico con la forma de afrontar la acogida de personas llegadas de fuera: "En Bélgica no hemos asumido que somos un país de inmigración. Nos vemos en nuestra mente como los galos belgas de hace 2.000 años. Todos blancos".

Operativo policial en Schaerbeek, este viernes.
Operativo policial en Schaerbeek, este viernes.Bernardo Pérez

Pese a ello, el barrio busca el regreso de un perfil de ciudadano más parecido al de otros tiempos: "Tenemos programas de inversión para que la clase media belga, europea, vuelva y recree la mezcla social". Clerfayt comprende que los inmigrantes elijan determinados barrios de Bruselas para establecerse. "Si me fuera a vivir a Valparaíso, lo haría cerca de otro belga, y otro belga haría lo mismo, y abriríamos tiendas donde habría patatas fritas, chocolate y cerveza. Y tendríamos un barrio belga".

El político, miembro del liberal Frente Democrático Francófono, asume que las operaciones antiyihadistas en su zona provocan que sea, cada vez más, objeto de comparaciones con Molenbeek, considerado como la guarida del yihadismo en Europa. "El barrio ya está estigmatizado. Por eso estáis aquí. No os lo reprocho", dice dando por perdida la batalla de la imagen. En cualquier caso, marca distancias: "Schaerbeek es más burgués que Molenbeek, que es el Manchester de Bruselas. Más obrero".

Desempleo y desigualdad

Clerfayt reconoce las carencias de su barrio: según sus datos, es el tercero más pobre de Bruselas y su nivel de ingresos es similar al de Molenbeek. También es parecida la tasa de paro, del 26% — el 40% entre los jóvenes— "más entre los jóvenes inmigrantes que en los belgas, más entre los que no tienen estudios". Pero está lejos de pensar que dirija un barco a la deriva, y reivindica que, a diferencia de Molenbeek, donde la comunidad marroquí predomina sobre el resto, la mezcla es el espíritu sobre el que se asienta el barrio: "Católicos polacos, ortodoxos rumanos y búlgaros, musulmanes marroquíes, turcos o albaneses. Esa mezcla es una gran oportunidad".

Mezcla y multiculturalidad son dos palabras que el político belga repite con asiduidad. Considera que el tiempo irá mejorando la convivencia en el país centroeuropeo y que los atentados no podrán frenarlo: "La integración es un proceso largo y lento que necesita tres o cuatro generaciones y que el ascensor social funcione para que cualquiera pueda llegar a ingeniero, médico o ministro". 

Fuera del edificio, los vecinos de Bernard Clerfayt observan los registros de las fuerzas de seguridad desde más allá del cordón policial. Nunca en sus 15 años al frente de la administración se ha visto el alcalde ante un reto en materia de seguridad de la magnitud del actual. "Voy a llamar a mi comisario jefe", dice con aire de aparente tranquilidad antes de despedirse.

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