El fugitivo que quitaba el sueño a Francia
El décimo terrorista de los ataques a París, Salah Abdeslam, se convirtió en una pesadilla por su facilidad para escabullirse
A las 3.00 de la madrugada del pasado 14 de noviembre, Salah Abdeslam estaba en la calle en el barrio parisino de Montrouge en plena conmoción física y mental. El hombre más buscado entonces por la policía y seguramente también por el ISIS, era una pieza clave de los ataques que acababan de costar la vida en París a 130 personas. Hacía seis horas que su hermano Ibrahim, de 31 años, se había hecho estallar con un cinturón de explosivos en uno de esos ataques. También él, Abdeslam, de 26 años, debía haber muerto esa noche. Cuando sus dos amigos belgas acudieron en su ayuda a esa hora, acababa de deshacerse de otro cinturón explosivo. ¿Se había arrepentido a última hora o no había funcionado el artefacto?
Hijo de padres marroquíes y con doble nacional de Francia y Bélgica, Abdeslam alquiló los coches para los atentados del 13 de noviembre, compró detonadores, reservó habitaciones en París y condujo hasta sus objetivos a los tres suicidas que se suicidaron junto al Estadio de Francia. Sus huellas también se encontraron en un fusil Kaláshnikov usado en los ametrallamientos de terrazas esa noche. Era el encargado de la logística del cuádruple comando dirigido por su amigo y cerebro de los ataques, Abdelhamid Abaaoud, vecino del barrio bruselense de Molenbeek, como casi todos los protagonistas de esta historia de terror.
A las 9 de la mañana del día 14, solo 12 horas después de los atentados, el coche en el que Abdeslam y sus dos amigos viajaban de París a Bruselas fue interceptado por la policía francesa en la frontera franco-belga. Identificados, se les permitió sin embargo seguir camino por no estar en la lista de presuntos terroristas. Las cámaras de la autopista grabaron sus movimientos; como los del viaje de ida antes de los ataques.
El 10 de diciembre, sus huellas digitales fueron localizadas en un piso del barrio bruselense de Schaerbeek. Volvió a escapar. El terrorista más buscado de Europa estaba acostumbrado a esquivar a la policía o a que esta no le prestara la atención debida. Con antecedentes por delitos menores o consumo de estupefacientes, este electricista convertido en regente de un bar de su hermano en Molenbeek, Abdeslam no era religioso practicante. Empezó a serlo tras pasar unos meses en prisión en 2010. Y sobre todo a comienzos de 2015, cuando intentaba viajar a Siria a toda costa. Lo logró en verano. En agosto, procedente de Turquía, fue identificado en Grecia. Llevaba sus documentos auténticos. Al llegar a Bruselas, fue interrogado por la policía, pero quedó en libertad al considerar la policía que no revestía peligro inmediato para nadie.
Abaaoud, el jefe de los suicidas de París, murió en el asalto policial registrado en la barriada de Saint-Denis cinco días después de los atentados. Solo quedaba Abdeslam, “el décimo hombre”, como él mismo se definió cuando llegaron a recogerle sus amigos de Bruselas en la improvisada fuga de París. Su detención este viernes en Bruselas cuando estaba en contacto con otros islamistas radicales demuestra, cree la policía parisina, que preparaba otro ataque, seguramente de nuevo en Francia, y que no era un desertor del ISIS.
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