El arte de ser Donald Trump
Él es el mensaje: éxitos empresariales, marca personal y capacidad de hacer soñar
Donald Trump, el multimillonario neoyorquino que aspira a suceder a Barack Obama, tiene los seguidores más singulares de la campaña para las elecciones presidenciales de 2016. Uno de ellos es Richard Snowden, un propietario de restaurantes y clubes nocturnos jubilado. Snowden ha recorrido medio país y se ha gastado miles de dólares para asistir a actos electorales de Trump. A principios de febrero, al final de un mitin en New Hampshire, explicó que había visitado 12 estados y asistido a 23 actos electorales.
“Es uno de los americanos de más éxito de este siglo y del pasado”, dijo. “Un constructor. Un escritor. Una estrella de televisión”.
Trump, de 69 años, se ha convertido en el favorito para la nominación republicana a las presidenciales de noviembre con la promesa de construir un muro real con la frontera con México para impedir la entrada de inmigrantes, y otro muro hecho de aranceles para impedir la entrada de productos chinos. Todo esto, aderezado con una retórica xenófoba y divisiva que enciende los ánimos. Los episodios de tensión se repiten en sus mítines. El fantasma de la violencia política planea sobre la campaña.
Pero el mensaje central de Trump —la clave de un éxito que nadie se explica— es él mismo: su personalidad.
No hay hombre de negocios más famoso que él en Estados Unidos. Desde finales de los años setenta, es una presencia constante en la vida pública. Hay rascacielos con su nombre. Sus programas de televisión tienen audiencias millonarias. Sus libros son best-sellers. Sus ideas políticas, simples y claras, apelan a un supuesto sentido común del estadounidense medio por oposición al lenguaje alambicado y políticamente correcto de Washington.
En su primer libro, The art of the deal (El arte de la negociación), publicado en 1987, se encuentran las claves de su visión del mundo.
Allí está ya su afición a jugar fuerte en la competición, sea económica o política. “A veces sale a cuenta ser un poco salvaje”, escribe.
O el estilo de negociación: “Apunto alto y entonces no dejo de empujar y empujar y empujar para lograr lo que persigo”.
O la megalomanía: “Me gusta pensar a lo grande. Siempre lo he hecho. Para mí es sencillo. Si vas a pensar, mejor hazlo a lo grande”.
O la capacidad para manipular a los periodistas: “La cuestión es que, si eres un poco diferente, un poco escandaloso, o si haces cosas que son atrevidas o controvertidas, la prensa escribirá sobre ti”.
O la agresividad: “A veces, parte de alcanzar un acuerdo consiste en denigrar a tus competidores”.
O la relación compleja con la verdad: “Un poco de hipérbole no hace daño. A la gente le gusta pensar que algo es lo más grande y lo mejor y lo más espectacular. Yo lo llamo hipérbole verdadera. Es una forma inocente de exageración, y una forma muy efectiva de promoción”.
Aunque Trump nunca se había presentado a unas elecciones, siempre se ha movido por los aledaños de la política. A veces, más cerca de los republicanos. Otras, de los demócratas. Siempre con la bandera del trumpismo, una ideología sin manual ni programa.
En 1989, por ejemplo, Trump irrumpe con estruendo en uno de los debates que aquel año agitaban Nueva York. Una mujer blanca estuvo a punto de morir tras ser golpeada y violada en el Central Park. Cinco adolescentes negros y latinos fueron acusados del crimen. El crimen conmocionó la ciudad y Trump puso un anuncio en la prensa local pidiendo la pena de muerte. Los acusados, después de años en prisión, fueron exonerados.
Una década después, Estados Unidos vivía otro tipo de conmoción. El presidente Bill Clinton, que es demócrata, estaba acusado de mentir sobre su relación con una becaria de la Casa Blanca. El Congreso inició un proceso de destitución. Los republicanos lanzaron toda la artillería contra el presidente. Entonces Trump defendió a Clinton, a quien unos años después invitaría, junto a su esposa, Hillary, a su tercera boda, con la modelo eslovena Melania Knavs (o Knauss).
Y una década después, el trumpismo volvió a manifestarse. El demócrata Barack Obama, el primer presidente afroamericano, acababa de llegar a la Casa Blanca, y Trump se convirtió en el portavoz de las teorías conspirativas según las cuales Obama no había nacido en Estados Unidos y, por tanto, era un presidente ilegítimo. Trump era el portavoz de los llamados birthers (de birth, nacimiento), que exigían el certificado de nacimiento de Obama y cuestionaban su autenticidad.
Además de empresario, autor de libros y político, Trump también es una estrella de televisión. No se entiende el fenómeno Trump sin tener en cuenta que, durante años apareció en millones de hogares al frente de su programa televisivo The apprentice (El aprendiz). En este reality show, dos equipos competían para que Trump los contratase en una de sus empresas.
En el primer capítulo de la primera temporada, en 2004, la prueba consistía en vender limonada en la calle. Al final de cada capítulo, Trump convocaba en una sala de juntas al equipo perdedor y despedía a uno de los concursantes. La expresión you're fired (estás despedido) ha pasado al acervo popular.
El Trump de El aprendiz es muy parecido al de la campaña electoral. Usa con los concursantes expresiones similares a las que dedica a sus rivales políticos.
"Hiciste un trabajo lamentable", les dice.
Al inicio de la primera temporada de El aprendiz hay 16 concursantes más Trump; al inicio de la campaña había 17 republicanos. Uno a uno, los ha eliminado.
Trump mezcla en su programa de telerrealidad la agresividad del hombre de negocios implacable con sus empleados con la magnanimidad de un abuelo benevolente. Y proyecta una imagen de seguridad y dominio, de saber qué tiene entre manos. La exhibición casi vulgar de su riqueza no es contradictoria con el populismo y el discurso contrario a las élites.
Como explica Michael D'Antonio en Never enough (Nunca basta), su biografía de Trump, el elitismo que vende Trump no es snob ni aristocrático. Se trata de una mezcla de opulencia, vulgaridad y hedonismo que tiene más que ver con la cultura de las celebridades que con el establishment que mira por encima del hombro al hombre de la calle.
Trump se presenta como un nuevo rico desacomplejado que, como dice D'Antonio citando una expresión de Trump, desprecia "el club del esperma con suerte", es decir, el club de los herederos. "Su corazón", escribe D'Antonio, "se alineaba realmente con la América Media. Era la gente que le seguía en televisión, que compraba sus productos y que podría darle los votos si saltase la valla y se presentase a un cargo [político]".
Pero Trump, al contrario de lo que él dice, no es un hombre hecho a sí mismo. Su padre, Fred Trump, era constructor. Sin su apoyo inicial quizá Donald Trump no habría llegado donde llegó. Fred construía viviendas para la clase trabajadora en el distrito de Brooklyn, no en Manhattan, el centro del poder, donde Donald acabaría triunfando.
Hay mucho de leyenda en la imagen de Trump como empresario de éxito. Ha sido un constructor de éxito, pero en otras aventuras, como los casinos o las aerolíneas, su historial es más dudoso.
Su gran negocio es su nombre, la marca TRUMP, cinco letras que concentran la idea de riqueza, de calidad y de eficacia que se hace de él sus seguidores.
Son seguidores como Richard Snowden, para quien Trump es un hombre que, en contraste con los políticos de Washington, tiene éxito en todo lo que se propone y siempre lo tiene todo bajo control. "Lo conozco y admiro desde hace treinta años”, dijo.
Esta es una de las claves de su éxito electoral: para muchos observadores externos es un extraterrestre o un payaso; para sus votantes es un viejo conocido y un triunfador.
En la primera temporada de El aprendiz hay un momento revelador. El equipo de las mujeres, ganador de una de las pruebas, recibe como premio la posibilidad de visitar el ático de Trump con vistas al Central Park. Es una residencia versallesca, con fuentes y oropeles, que hace suspirar a los concursantes.
"Esto es rico, rico de verdad", dice una concursante.
"Si tenéis éxito", dice Trump, “viviréis así".
Es la telerrealidad, pero podría ser la campaña electoral.
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