_
_
_
_
_

Un líder ultra cuestiona el éxito de los reformistas en Irán

El jefe del Poder Judicial critica que queden fuera de la Asamblea de Expertos dos ayatolás de la línea dura

Ángeles Espinosa
Un hombre lee en Teherán un diario.
Un hombre lee en Teherán un diario.A. TAHERKENAREH (EFE)

Los resultados, aún incompletos, de la doble elección del pasado viernes en Irán inquietan a la línea más dura del régimen. Aunque oficialmente el líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí, ha bendecido la alta participación en los comicios, algunas declaraciones transpiran el malestar de esos círculos. El rechazo de los votantes a dos destacados clérigos ultras ha sido cuestionado nada menos que por el jefe del Poder Judicial, el ayatolá Sadegh Lariyaní, nombrado por el mismísimo líder.

“Durante dos meses, los medios de Estados Unidos e Inglaterra, en especial los que trabajan para sus servicios de espionaje, así como los antirrevolucionarios huidos del país y los líderes de la sedición han trabajado para apartar de la Asamblea de Expertos a [varios de] sus destacados responsables (…) ¿es eso realmente beneficioso para el sistema?”, se pregunta Lariyaní en declaraciones recogidas por varios medios iraníes. Su lenguaje es muy duro, ya que llega a acusar a “los reformistas internos e incluso algunos que debieran discernir lo que conviene al sistema” de estar en sintonía con “los medios saudíes y el Daesh [Estado Islámico]”.

En la florida retórica persa y la propaganda oficial, los “líderes de la sedición” son los dirigentes reformistas Mir-Hosein Musaví y Mehdi Karrubí, que permanecen bajo arresto domiciliario y sin juicio desde las protestas electorales de 2009. E incluso el expresidente Mohamed Jatamí, cuya imagen está vetada en los medios iraníes y que tiene prohibido viajar fuera del país. Para los conservadores de la Coalición Principalista, los miembros de la alianza progubernamental ganadora de todos los escaños al Parlamento en Teherán son “radicales”, que han vendido su alma a Occidente y ponen en peligro los logros de la República Islámica.

“Cuando les oigo a ustedes periodistas extranjeros decir que Rafsanyaní y Rohaní defienden la democracia me da la risa”, explica uno de esos principalistas que, aunque no tiene un cargo relevante, trabaja en la promoción de la causa revolucionaria.

El interlocutor recuerda el oscuro episodio de los asesinatos de intelectuales, revelado a principios de la década pasada por el periodista Akbar Ganji y que de forma poco velada responsabilizaba a Rafsanyaní, presuntamente la “eminencia gris” de su libro. Jatamí se vio obligado a cesar al ministro responsable de los servicios secretos y Ganji tuvo que huir del país. “Rohaní era entonces su principal asesor”, apunta la fuente. Silencia sin embargo la brutal represión que siguió a las protestas de 2009, cuyas víctimas caen del lado de los principalistas.

En la lucha de poder que se viene dilucidando desde la fundación de la República Islámica, en 1979, todo el mundo tiene cadáveres en el armario. Pero en un momento en que el cambio generacional y las nuevas tecnologías de la comunicación se han aliado para hacer imposible el silencio, los más pragmáticos (a los que los periodistas ahora llamamos “moderados”) han comprendido la necesidad de adaptarse y ceder en las formas, con la esperanza de salvar los muebles del sistema. Su ideal es el modelo chino, apertura económica sin apertura política. La social se convierte en moneda de cambio para negociar con los ultras.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Estos, sin embargo, temen que no es posible entreabrir las puertas sin que se derrumbe todo el entramado del régimen. Su desconfianza hacia los extranjeros, fundada en una historia reciente que ellos se empeñan en no dejar descansar en los libros de texto, se extiende a los iraníes que no comparte su estrecha visión del mundo. De ahí que se opongan a cualquier intento de reforma y que vean los esfuerzos democratizadores como una maligna influencia de Occidente, ignorado las aspiraciones populares que se remontan al movimiento constitucionalista de 1906.

Conocedores de esos recelos, los reformistas, marginados del poder desde 2009 y que ahora intentan volver a la escena política apoyando a los moderados, han optado por la máxima discreción. Mohammad Reza Aref, el cabeza de lista de esa alianza por Teherán, ha utilizado un pretexto religioso (el luto por la conmemoración de la muerte de Fátima, la hija del profeta) para evitar que sus seguidores celebren el resultado en la calle. Con 2,3 millones de votos ha sido el candidato más votado, evidenciando donde están las simpatías populares.

Desde su llegada a la presidencia en el verano de 2013, Rohaní, un hombre de Rafsanyaní, ha intentado tender puentes entre las dos almas de Irán y encontrar un punto de encuentro desde el que cerrar las heridas y mirar al futuro. Eso es lo que le llevó a pelear por el acuerdo nuclear y lo que le ha ganado el respeto de muchos iraníes. Pero el proyecto de un Gobierno de amplia base es una idea del veterano Rafsanyaní, un hombre que ha pasado por todos los cargos importantes de la República Islámica que ayudó a fundar, pero cuyas ambiciones quedaron cercenadas hace una década por su rivalidad con el líder supremo. El último capítulo de esa enemistad aún no se ha escrito.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_