Un batallón de mujeres abre camino en el frente de guerra sirio
Sirias de entre 18 y 30 años apuntalan el Ejército y rompen con el monopolio de los varones
Mejilla sobre la culata, índice aferrado al gatillo y el ojo derecho encajado en la mira telescópica. Se trataría de una escena habitual en los frentes de las tropas regulares sirias si no fuera por dos elementos discordantes: un par de cejas pulcramente depiladas y el pelo recogido en una coleta. Sausa, de 23 años y originaria de Latakia, es una de las 800 soldados mujeres que durante los últimos tres años forman parte de la Guardia Republicana del Ejército sirio. La totalidad del Katiba el Benat —el batallón de las chicas—, como les bautizaron el resto de soldados, está apostada en Daraya, a cinco kilómetros al sureste de Damasco, capital siria.
“La primera vez que maté a un hombre sentí un escalofrío. Es como una sensación rara entre el miedo y una punzada en el estómago”, describe la joven sin desviar la mirada de su objetivo. Desde el estrecho orificio enmarcado por sacos de arena se observan las posiciones de facciones opuestas como Ahrar el Sham, Jeish el Islam o de Al Nusra (rama local de Al Qaeda). “Luego lo normalizas, y piensas que cada terrorista [como califica el régimen sirio a todas las facciones insurrectas] que mates son vidas que salvas”, prosigue quien ha infligido tres bajas en el campo enemigo. En esta misma posición, el recuerdo de las cuatro "mártires" les mantiene en constante alerta. “Mervat Said, de 21 años, asomó la cabeza por un balcón. Cometió un solo error. Y lo pagó con la vida”, dice en referencia a la primera mujer soldado muerta a manos de fuego enemigo.
Nuevos roles para la mujer siria
Entre los caídos y los huidos, la guerra siria ha provocado un desequilibrio demográfico de género. A ello se añade una crisis económica que ha llevado a las mujeres, el 52% de la población antes de la guerra, a incorporarse al mercado laboral. Los hombres, que simultanean hasta dos y tres trabajos, no logran por ello mantener a sus familias. De ahí que las mujeres sean cada vez más visibles en las administraciones públicas y en el ámbito laboral.
“Mataron a mi marido tras capturarlo”, dice Amara Zeidun, de 33 años y vecina de Addra, periferia de Damasco. Como ella, con tres hijos a cargo, el cadete de cinco, muchas viudas de la región se han visto forzadas a trabajar en las fábricas. “El mayor cambio ha sido la inserción de la mujer en el ámbito laboral privado, donde antes estaba mucho menos presente”, apostilla Naila Aisa, presidenta de la Agrupación de Mujeres Sirias por la Paz.
“Pero la mujer, como en todo conflicto, se lleva la peor parte”, recuerda Aisa. En los barrios controlados por facciones yihadistas, las mujeres se han visto obligadas a adoptar la vestimenta religiosa. Otras simplemente se cubren a petición de sus maridos por miedo a represalias. A pesar de que los secuestros amparados en el caos bélico han disminuido drásticamente desde 2013, un gran número de mujeres se encuentran entre los 50.000 desaparecidos por el conflicto, según las estimaciones más prudentes. “Muchas han sido vendidas como esclavas sexuales y no se sabe de su paradero”, apunta el jeque —autoridad religiosa— Nuwaf Abdelaziz que preside una oficina de reconciliación en Damasco.
Mas allá del mercado laboral, la reducción del porcentaje de hombres ha llegado a hacer mella hasta en los hábitos socioculturales. Mientras que en las localidades libanesas fronterizas con Siria (que acogen a 1,2 millones de refugiados sirios) se normaliza el matrimonio polígamo para poder ‘colocar’ a las jóvenes, en Siria comienzan a escasear los maridos.
Sausa desempeña una profesión clave dentro del organigrama marcial. “De tres a cuatro francotiradores pueden parar una ofensiva”, asevera el general Ali, de la Guardia Republicana, y a cargo del batallón. En una guerra que se enquista en su quinto año y ha dejado tras de sí a más de 250.000 muertos, las mujeres comienzan a ocupar posiciones antes bajo el monopolio de los varones. En las tropas leales, tan solo 800 de las 2.500 que lo han solicitado han sido admitidas.
Tras recibir formación durante cinco meses, mujeres con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años ocupan diversos papeles en el frente que defiende la capital. Unas, como Fátima, de 24 años y también de la región de Latakia, lo hacen como conductoras de tanques. Todas aseguran que se alistaron “por la patria, por Siria y por apoyar a los hombres en su defensa”. Hasta 20 parejas han surgido de esta nueva mezcla en el frente. Si bien reciben un mismo sueldo, a diferencia de ellos, ellas disfrutan de una semana libre por mes.
Las jóvenes coinciden en que su convicción de que podían ser útiles en el frente de batalla no fue bien recibida en un inicio por familiares y amigos. Hoy parecen haberse ganando el respeto de sus compañeros. “Se trata del único batallón femenino completo de un Ejército regular en el mundo árabe. El resto forman parte de movimientos no estatales como las kurdas”, asegura el general Ali.
A la caída del sol, los hombres dan el relevo a las mujeres que abandonan sus posiciones en autobuses con ventanas tintadas. Coches con los cristales también oscurecidos transportan a los uniformados en camino inverso. El grupo de ingenieras se adelanta para asegurar el avance en un trayecto rodeado de francotiradores insurrectos.
El general niega que la inserción de mujeres se deba a la falta de efectivos. Y, sin embargo, el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con base en Londres, cifra en 70.000 los varones que han huido al extranjero para evitar el servicio militar obligatorio, y en 80.000 los soldados regulares y milicianos afines al régimen muertos en combate desde el inicio del conflicto, en marzo de 2011.
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