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Tribuna
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¿Puede ocurrir un ataque terrorista durante las Olimpiadas de Río?

Los expertos en seguridad creen que la posibilidad de que el terrorismo ponga los ojos en Brasil no puede ser descartada

Juan Arias

Antes de la tragedia terrorista perpetrada en París por los fundamentalistas del Estado Islámico, Brasil dormía sueños tranquilos ante la posibilidad de que algo parecido pudiera ocurrir durante los Juegos Olímpicos de Río, que se celebrarán dentro de unos meses.

¿Y hoy? El escenario ha cambiado de repente, y los mayores expertos en seguridad aseveran que la posibilidad de que el terrorismo internacional pueda poner los ojos en Brasil no puede ser descartada.

El exsecretario de Seguridad Nacional, José Vicente Filho, afirmó al diario O Dia, que la posibilidad de un acto terrorista en esas fechas es “cada vez más real”, ya que Brasil recibirá gente de todo el mundo y los ojos del planeta estarán puestos en Río.

Y si esto es poco, Brasil necesitaría para enfrentar tal desafío el haber para entonces resuelto su grave crisis política, que debilita a las instituciones y resta seguridad a la sociedad.

Es verdad que los organizadores de las Olimpiadas ya habían previsto un fuerte dispositivo antiterrorista con la colaboración de otros países y lo está intensificando después de los atentados de París. Sin embargo, como ha declarado a Humberto Trezzi, de ZH Noticias, André Wolszyn, uno de los mayores expertos brasileños en la materia, autor de varias publicaciones sobre el tema, “Brasil, ni de lejos está preparado para el antiterrorismo”.

En verdad, hoy, los hechos están demostrando que ningún país, ni los más desarrollados y acostumbrados a sufrir ataque de violencia terrorista, parecen estar preparados. No lo estuvieron los Estados Unidos, con sus poderoso servicios secretos, cuando fueron derribadas las Torres Gemelas de Nueva York; no lo estuvo España, cuando la tragedia de Atocha, a pesar de la dura experiencia del terrorismo de ETA, ni lo estaba Francia días atrás cuando fue sorprendida, a pesar de que se trata de un país acostumbrado al terror, desde la guerra de Independencia de Argelia.

Todo el planeta es hoy blanco posible del terrorismo islámico, formidablemente armado y organizado.

Pero, por lo menos en hipótesis, Brasil es aún más vulnerable si cabe por varios motivos, como el tratarse de un territorio propicio, con inmensas fronteras difíciles de controlar; por no haber aún aprobado una dura ley antiterrorismo; por la facilidad, en un territorio de dimensiones continentales, de infiltrarse los fundamentalistas; por las posibles conexiones y connivencias entre el terrorismo islámico y los traficantes de drogas que cuentan aquí con sistemas de información y armas hasta más sofisticadas que las mismas fuerzas policiales, sin olvidar la posibilidad de una parte de la policía vendida al narcotráfico.

Si los terroristas del Estado Islámico buscan hoy escenarios de grito para dar resonancia a sus proezas de violencia, Río, ciudad símbolo del turismo mundial, con los Juegos Olímpicos que traerán al país miles de atletas, medio millón de turistas, y cuyos juegos serán vistos por 4.000 millones de personas, no podría ser un palco mejor para ellos.

Río, además, tiene dos realidades que contrastan con la cultura de muerte y de fanatismo religioso que odia otros credos y los placeres de la vida.

Río tiene como símbolo al Cristo Redentor, emblema laico y cristiano a la vez, y la ciudad está considerada como uno de los lugares más divertidos y desinhibidos, amiga de la fiesta y de los placeres de la vida, acogedora como pocas del movimiento gay internacional.

Todo lo que, justamente, los terroristas intentaron castigar con los ataques a París, ciudad por excelencia cristiana y cuna de la diversión juvenil, algo que contrasta con la cultura de la muerte y del anti-placer del credo del fanatismo islámico.

Por último- y quizás en este caso de Brasil, lo más importante- el mejor antídoto contra un posible ataque del terrorismo internacional, sería el de un gobierno y un Estado fuerte, unido, capaz de enfrentar la nueva violencia demoníaca de los extremistas islámicos. Un Estado sin miedo y que engendre seguridad.

¿Se encuentra Brasil, en vísperas de las Olimpiadas, en su mejor momento de esplendor político e institucional, fuerte y con credibilidad entre sus gobernantes para enfrentar una tragedia semejante a la que puso de rodillas a Francia?

Quizás no, ya que el país vive uno de los ciclos de su historia republicana con mayor crisis política y económica, con el gobierno fragilizado y enfrentado con el Congreso, con amenazas de impeachement a la Presidenta de la República, Dilma Rousseff, que goza de bajísima popularidad, con políticos y empresarios de peso en la cárcel, acusados de corrupción, y con el PT, el partido del Gobierno, en uno de sus momentos más bajos de credibilidad ciudadana.

De ahí la urgencia, según los expertos, de que Brasil, llegue a los Juegos de Río, como mínimo, habiendo resuelto antes la crisis política. Sería triste y peligroso, que pueda celebrarse un acontecimiento de esa envergadura mundial con unas fuerzas políticas aún desorientadas y enfrentadas, con una sociedad rasgada y con un Presidente de la República que pudiera ser abucheado o contestado durante los Juegos, como lo fue durante la Copa del Mundo, en vez de ser aplaudido y respaldado por todos los brasileños.

Los lobos del terror saben muy bien que ningún país es tan vulnerable como el dividido, con un Estado débil y en crisis de credibilidad. Y Brasil sufre hoy un poco de todo ello.

Es un país al que muchos observan con envidia por sus riquezas naturales y su peso en el ajedrez mundial, pero al que la crisis política y económica juntas, las catástrofes naturales mal resueltas como la de Mariana, así como la violencia ciudadana cada vez más aguda, no parecen ofrecer, en este momento, la mejor imagen de tranquilidad a sus ciudadanos.

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