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CARTAS DE CUÉVANO
Tribuna
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Un mundo raro

Los muertos en París merecen nuestra dolorosa preocupación tanto como los ejecutados en México

Ya lo advertía José Alfredo Jiménez, todo esto es un mundo raro: la información instantánea de los horrores, las mínimas distancias, los horarios enrevesados, la avalancha de imágenes, el alud de opiniones, la multiplicación de juicios no necesariamente razonados, la denostación por generalización, la solidaridad exponencial, la canción atinada, el miedo globalizado, el silencio implacable, el peso de la historia, todos los errores y los supuestos aciertos, la reprobación aleatoria, las banderas por la cara, las consignas y las etiquetas, los videos de los terroristas, las explicaciones revueltas…

Hasta el día de hoy, México suma más de cien mil muertes violentas en el transcurso de la pasada década, los muertos y heridos por actos de terrorismo ideológico-religioso-político suman cientos y miles en diferentes puntos del planeta, muchos de esos lugares ya dados por hecho sin que necesariamente la mayoría de los usuarios de las redes sociales sepan señalar su ubicación exacta en los mapas. En el enrarecido telón de las reacciones al vapor no todo mundo distingue Al Qaeda de ISIS o el cartel de Sinaloa de lo que queda de la Familia Michoacana, y los duelos de las tragedias latinoamericanas no necesariamente se vuelven luto viral en Medio Oriente, tal como las escenas deplorables de los muertos en bombardeos de campamentos militares o viviendas multifamiliares de Siria quizá no distraen del todo la atención de las amas de casa en Ciudad Juárez. Los infantes migrantes ahogados en las costas del Mediterráneo han pasado a un cómodo baúl donde ya no son noticia sino dolor y culpas en proceso de amnesia, los 43 estudiantes de Ayotzinapa pasan hoy por el filtro de la duda o el limbo de la nada y quizá no haya nadie en Rusia que se duela por ello, tal como pocos en Coyoacán pasan de la solidaridad a la profunda preocupación por la explosión de un avión ruso sobre una nube de tan lejana absolutamente desconocida.

En ese mismo telón de reacciones al vapor, pontificaciones en Twitter o cátedras en el Feis, llama la atención de quienes –a toro pasado—sugieren que a las victimas de una sala de conciertos en París les faltó coraje colectivo y hubo quien afirmó que debieron haberse lanzado en masa sobre los cuernos de chivo de los enloquecidos terroristas, lo cual revela que ese tipo de declaraciones embravecidas no pueden venir de quien haya estado realmente en la línea de fuego o los incautos que reprueban a quien no cambie su perfil por un moño negro sobre la bandera de Siria o La Marsellesa en el tono del teléfono. No todo está perdido cuando en el raro mundo surgen de pronto voces que se preocupan por contextualizar, ubicar, orientar, aclarar tanto enredo y así no terminamos de entender por ejemplo las oscuras contabilidades que han financiado la oprobiosa venta de armas por doquier y de pronto, vuelve a tomar el micrófono algún imbécil –por lo general en inglés y norteamericano—que clama como solución un nuevo surtido de pistolas.

Sobre todo, entre tanta rareza llama la atención que los muertos y más de doscientos heridos en los atentados de hace unos días en París apenas tuvieron tiempo de sangrar cuando ya alguien-algunos-quiénsabecuántos saltaban a la comparación con reclamos y eso casi siempre echa a perder todo velorio o cada conversación. Uno comparte una pena y el interlocutor responde con el duelo al que sobrevivió hace años. ¿No sería mejor simplemente abrazar a quién acaba de sufrir una pena, sin tener que recetarle hubieras o ejemplos aledaños? Los cientos de muertos y heridos en París merecen que nuestra dolorosa preocupación y solidaridad se concentre precisamente en ellos y en esa ciudad, tanto como cuando sin comparaciones estadísticas o geografía de las culpas nos dolamos por los niños empolvados en bombardeos de armamento químico en Siria o las desoladoras imágenes de los ejecutados en Acapulco.

Que sea París el trending topic es precisamente porque allí estaba la sangre en las calles, porque más allá del himno con su letra combativa, están las librerías y los cafés, la pareja que camina por una calle anónima con toda la vida por delante, la arquitectura impecable de un edificio del siglo XVII que parece de repostería, las flores que se esconden entre el pavimento, la música sutil de muchos pintores y los colores con los que escribía Proust, los versos de Baudeleaire y la enciclopedia completa de Diderot, las ideas de Voltaire y el idioma hermoso con el que todos hemos soñado en blanco y negro, la escena en la que murió en escena Molière, los ciudadanos que lloraron cuando desfiló por Champs Elysèes el ejército de Hitler, la cara de Catherine, el cigarro de Cortázar, el cuerpo de Brigitte y los libros de Gabo, la tonadita que sabemos de memoria sin saber cómo se llama, los jardines en medio de la ciudad y los techos que parecen la tentación de los gatos, las luces por todos lados y la carcajada de un santo bebedor que recorre un viacrucis de tabernas todos los días de tabaco sin filtro, de abundancia de letras de cincuenta y tantas variaciones de eso que llamamos queso, el vino que muchos extrañamos como un elixir ya inalcanzable, las nubes y el río, la fraternidad, la igualdad, la libertad… y sí, porque no nos podemos acostumbrar a que sea en París el anfiteatro del terror que ya es lugar común en cualesquier otro lado del mundo y porque Francia es nada menos que el país más visitado del planeta por una extensa y polifacética mayoría de habitantes de todos los demás países y porque –a diferencia de los atentados terroristas de todos los días en todos los demás países del mundo—lo que se vuelve preocupación generalizada y contagioso pavor es la sincronizada maldad, la milimétrica coordinación con la que se perpetró descarnadamente el irracional rosario de sangre con el que gritaban sus balas y sus equivocadas invocaciones a un dios que jamás han conocido quienes salivan la pura maldad, el abismo de un futuro que preocupa a todo el raro mundo… Y si quieren saber de mi pasado es preciso decir otra mentira les diré que llegué de un mundo raro que no sé del dolor que triunfé en el amor y que nunca he llorado.

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