Deshaciendo el entierro de un hijo
Alberto Pardo llamó a su casa para anunciar que seguía vivo tras ser incluido en la lista oficial de fallecidos en los atentados de París
Cuando Alberto Pardo se conectó a internet, leyó la noticia de su muerte. Fue a primera hora de la tarde del domingo 15 de noviembre. Abrió Facebook y se encontró en su muro varios mensajes. Te recordaremos siempre, Alberto, le decían. Descansa en paz, escribía otro.
Cansado de no encontrar trabajo, Alberto se había marchado de su casa en 2012 harto de la crisis y despotricando de los políticos. Lo hizo con lo puesto: salió de Pontevedra en bici y no paró de pedalear hasta llegar a Francia. En Limoges trabajó en una tienda de ropa; en Estrasburgo, donde vivía con su novia francesa, lo hace como traductor en un barco turístico.
Ese domingo, después de recibir las condolencias, Alberto Pardo, de 33 años, se enteró por El País que él era uno de los fallecidos en los atentados terroristas de ISIS en París. Las autoridades francesas lo habían incluido en la lista oficial de muertos. Durante varias horas, los medios españoles informaron de la muerte de Alberto Pardo y recabaron datos para su obituario. Pero Alberto Pardo no se había movido de Estrasburgo en todo el fin de semana. Y su nombre, sus dos apellidos y su ciudad de origen, Pontevedra, no dejaba ningún lugar a dudas: le estaban enterrando.
El día más triste y feliz de la vida de los padres de Alberto Pardo empezó temprano con una llamada telefónica a casa de su madre. Una familiar había escuchado en la radio que el número de víctimas españolas en París había aumentado, y que entre ellas se encontraba Alberto Pardo Touceda. Esta mujer llamó a Pilar Touceda, madre de Alberto. Y se encontró la voz tranquila de Pilar al otro lado, como siempre. No sabía nada. Esta familiar llevó la conversación a los atentados de París.
"Yo me veo a mí mismo en estos momentos y diría que estoy vivo… Pero si seguís escribiendo cosas tan bonitas sobre mí tal vez tenga que morirme para no dejaros mal…"
-¿Sabes algo de Alberto?
-Bien, está bien. Él está en Estrasburgo.
La mujer no le dijo nada más. A los pocos minutos sonó el telefonillo del portal, y en la puerta del piso se presentaron dos agentes de paisano. Le pidieron a Pilar Touceda que se sentase, y cuando ella lo hizo, le comunicaron que su hijo Alberto Pardo había fallecido en París. Alberto se encontraba entre las víctimas de la sala Bataclan. Le dieron el pésame y se pusieron a su disposición. Pronto a la casa de Pilar Touceda empezaron a llegar familiares y amigos.
El pasado 30 de abril Alberto Pardo escribió en Facebook: “No doy muchas señales de vida, es cierto. Me jode enchufarme en Facebook porque empiezo a ver fotos y tal, y la morriña se despierta (…) Aparte de que no me gusta Facebook, en general. Pero hace falta”. Siete meses después, Alberto Pardo anunció en Facebook que estaba vivo.
La primera comunicación de Alberto tras la noticia de su muerte fue a través de la red social. Escribió: “Pues no sé… Yo me veo a mí mismo en estos momentos y diría que estoy vivo… Pero si seguís escribiendo cosas tan bonitas sobre mí tal vez tenga que morirme para no dejaros mal… Además si lo dice El País tiene que ser cierto”. Y seguía en los comentarios: “Buf, qué presión tener que desmentir tu propia muerte, he pensado en alguna broma que marcara el momento para siempre, pero creo que quitaros la sensación de mierda lo antes posible era prioritario”. Entre los comentarios apareció el de una prima suya, Lucía, que le pedía que llamase de manera inmediata a su madre.
-¿Se lo creyeron?
-No sabes qué pensar. Te lo ha dicho todo el mundo: la policía, el gobierno. Su nombre estaba en la lista oficial. Teníamos que hablar con él.
Lucía se encontraba junto a la madre de Alberto, Pilar Touceda. Con ellas, en un domicilio del centro de Pontevedra, estaban guardando luto los padrinos de Alberto y dos amigas más de su madre.
Cuando Lucía entró en Facebook y se encontró el mensaje de su primo, levantó la cabeza del móvil. “Tengo algo que deciros. Antes os aviso de que cualquiera puede haber cogido el teléfono de Alberto y escribir en su cuenta. Pero se ha publicado que está vivo, y parece él”. Lo que siguió a esa última frase fueron momentos de incredulidad y emoción. Pilar reclamó escuchar a su hijo para creérselo. Y a los tres o cuatro minutos su teléfono empezó a sonar.
Era Alberto. Se encontraba bien, no había ido a París, no se había movido de Estrasburgo. Pidió perdón porque su teléfono se había encontrado apagado y fuera de cobertura. Pidió a su familia que estuviese tranquila. Tenía previsto volver en Navidad, pero adelantaría el viaje para encontrarse con ellos. Lo siguiente que haría sería llamar al consulado para advertirles de que él no estaba muerto. Y aventuraba que el error podría haberse producido debido al robo de su DNI años antes, algo que había denunciado en comisaría.
Los padres de Alberto están separados. Laureano Pardo, el padre, se encontraba en su casa en compañía de familiares cercanos y un par de amigos. Uno de esos amigos fue el que cogió el teléfono de Laureano cuando empezó a sonar.
-Pásame a Nano, por favor. Alberto está vivo.
-¿Tú quién eres? Nano está descansando. No juguéis con estas cosas.
Costó trabajo convencerlo. Finalmente Laureano Pardo cogió el teléfono. También tuvo dudas. En casa de los Touceda acercaron el teléfono de la madre de Alberto, en donde él estaba en línea, y tras pegar los dos terminales pudo hablar con él.
Seis horas después, Alberto Pardo estaba agotado y con ganas de que todo se olvidase cuanto antes. Se había tomado con humor la noticia, pero comprendió a lo largo de la tarde que no había nada de humor en un atentado terrorista y en un malentendido que hundió a su familia y la dejó en shock varias horas. Borró una foto que subió haciendo chanza de su muerte y los mensajes de condolencia que le habían escrito en su muro.
Pilar, después de hablar con él, dijo: “Estoy deshaciendo el entierro de mi hijo”.
Y era verdad, literalmente. Hubo que llamar a La Fe para suspender la expatriación del cadáver, las esquelas en los periódicos, el ataúd y el funeral. Un amigo de la familia se preguntaba si había un cadáver atribuido a Alberto Pardo listo para enviar a España. Y en qué casa podría vivirse el proceso inverso de lo que había ocurrido en la de los Pardo Touceda.
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