Erdogan: mayoría absolutista
El sultán turco postula su democracia imitativa al estilo de Putin y progresa en un modelo autoritario que Occidente tolera por cinismo y necesidad
No hace falta manipular unas urnas para amañar unas elecciones. El voto puede inducirse desde el miedo y desde la propaganda. Puede conseguirse amorzadando o clausurando los medios informativos independientes. Puede lograrse desde la psicosis. Y desde el fervor que adquiere un condotiero en situaciones de emergencia.
Así ha construido Putin su modelo de democracia imitativa. Así es como Erdogan revalida el concepto de la mayoría no absoluta, sino absolutista, valiéndose de un ritual democrático, las elecciones, que sirve de pretexto, paradójicamente, a la consolidación de un sistema autoritario, incluso iconoclasta, toda vez que la gran aspiración de Erdogan consiste en subordinar la memoria de Ataturk al beneficio de la propia.
La suplantación representa un retraso en cuanto deriva el objetivo fundacional del estado laico a una república paternalista, religiosa, opulenta, que proporciona al sultán la autoridad política y la moral. Ocurre igual con Putin en Rusia. El presidente eterno del Kremlin empuña las dos espadas y desarrolla a su antojo la propaganda de la mímesis, identificando su destino con el de su pueblo, haciendo la moviola con el pasado.
Putin se sustrae al "paréntesis" comunista, entronca su liderazgo con el zarismo y se yergue en patriarca de la vastísima identidad eslava -en lo conceptual, en lo territorial-, del mismo modo que Erdogan neutraliza la revolución de Ataturk y parece recrearse en un rebrote del imperio otomano, hasta el extremo de construirse un palacio de 200.000 metros cuadrados e inocular entre los compatriotas un híbrido de nacionalismo e islamismo "moderado".
Moderado quiere decir que Erdogan no es parangonable a un sátrapa saudí ni a un ayatola extemporáneo, pero la "moderación" se antoja intolerable desde los criterios democráticos europeos en cuanto transgrede de la libertad de expresión y vitupera los derechos fundamentales, tantas veces justificados por Erdogan en el estado de excepción que conlleva el problema kurdo y el reciente atentado ¿islamista?
Nada van a objetar EE UU y la UE a la victoria del sultán. Porque Turquía es el aliado esencial de la OTAN -y el ejército más cualificado- en la zona más delicada del planeta. Porque se antoja inconcebible un reacción al Estado Islámico sin la colaboración de Ankara. Y porque la crisis de refugiados sirios ha permitido a Erdogan recrecerse en su habilidad política.
Los acoge, los amontona, es verdad, pero lo hace a cambio de prerrogativas y de avances en la futura integración comunitaria. Ya se ocupó Angela Merkel de confortar a Erdogan en su proceso de asimilación. Un proceso contra natura no ya porque las fronteras resultantes de la UE serían Irán, Irak, Siria y Armenia. Además porque tolerando a Erdogan, Europa rompería las costuras de la democracia y de su idiosincrasia.
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