El Estado es Ella
El grupo que gobierna la Argentina desde hace 12 años tiene el triste privilegio de dejar un país con 10 ó 15 millones de pobres
Lo sorprendente es que, en países como este, personas que dicen ser de izquierdas sigan reivindicándolos. El grupo —familiar, mayormente— que gobierna la Argentina desde hace 12 años tiene, ahora que se va, algunos logros que mostrar; tiene, también, el triste privilegio de dejar un país con 10 o 15 millones de pobres. Y si alguien se indigna ante la vaguedad de la cifra, debe indignarse con ellos: nadie sabe si la pobreza alcanza al 20 o al 30 por ciento de la población porque hace años que el gobierno peronista dejó de medirla para no tener que reconocerla, como dejó de medir la inflación para poder falsearla.
Lo sorprendente es que en países como este personas que dicen ser de izquierdas no quieran ver que ese gobierno que consideran de izquierdas hizo que los pobres de los que tanto hablan fueran cada vez más dependientes. Sostenido por 10 años de ingresos extraordinarios por los precios extraordinarios de la soja, el peronismo selló la marginalidad de esos millones que no consiguen salud decente ni educación de verdad ni empleos dignos ni esperanzas de lograrlos, así que dependen de las limosnas del Estado: una asignación miserable para que no se mueran de hambre y sigan votándolos. Lo llaman redistribución, y es todo lo contrario: la mejor manera de preservar las injusticias. El clientelismo es la forma peronista de la democracia —y así, en sus elecciones, los votos se cambian por bolsas de comida.
Es sorprendente y debería sorprendernos, pero sabemos que las razones sirven para poco. Vivimos tiempos de imágenes, de símbolos. Los que pasaron meses sin entender las noticias que contaban que el Mediterráneo se hundía de cadáveres se rasgaron las vestiduras ante la foto de uno pequeñito; lo vieron, se emocionaron y pasaron cosas: un día de estos habrá que reflexionar sobre la utilidad de la palabra en este mundo raro. Mientras, quizás esta imagen peronista les sirva para pensar sobre ese gobierno que defienden. Está en una revista para niños de cuatro años que distribuye el Ministerio de Desarrollo Social, encabezado por Alicia Kirchner, cuñadísima. Se presenta como un puzzle simple: hay que juntar la parte inferior y la superior de tres imágenes. “Ordená el rompecabezas para armar los dibujos y encontrá a la Familia, a la Comunidad y al Estado, trabajando juntos para que se cumplan tus derechos”, dice, con resonancias incómodas, la instrucción para los niños. Y entonces las imágenes: la Familia es una familia clásica, nuclear; la Comunidad es el edificio —sin personas— de un centro de atención social; el Estado es Ella.
La caricatura la muestra casi graciosa: Cristina Fernández de Kirchner está sonriente, pelirrojita, atravesada por la banda presidencial para que nadie dude. El mensaje es elocuente: niños de cuatro años, atención, el Estado es esta señora. No es la suma de un gobierno, un parlamento, una justicia, hospitales, escuelas, maestras, enfermeros, funcionarios varios, símbolos, historias; no, es ella. L’État c’est moi es una frase famosa pero, por desgracia, la dijo uno de los reyes más absolutos de la historia: Luis XIV de Francia. En este dibujito para niños la identificación entre Estado y líder político, en la mejor tradición autoritaria, también se hace absoluta. Me sorprende —todavía me sorprende— que personas que dicen ser de izquierdas lo toleren. A menos que sigan creyendo que ser de izquierdas es promover el culto a la personalidad en el mejor estilo Stalin, Mao, Castro, Kim Il Sung. O que, empeñados en destruir los intentos de dejar atrás esos estigmas y construir nuevas opciones, les convenga insistir en que la izquierda es eso.
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