“Tratar de cruzar es nuestra rutina diaria”
Unos 3.000 migrantes viven en un descampado de Calais en espera de viajar a Reino Unido
A pesar del peligro, volverá a intentarlo. Tratará de cruzar el túnel de la Mancha como cada lunes, cada martes, cada miércoles. “El fin de semana hay menos tráfico, es más complicado", explica Mydathy, un joven migrante eritreo de 29 años atrapado en Calais, en el norte de Francia, desde hace tres semanas. Es uno de los cerca de 3.000 sin papeles que malviven en la denominada “nueva jungla” de Calais, un descampado a las afueras de la ciudad. Tratará de cruzar a pesar del peligro y a sabiendas que la noche del martes un joven sudanés murió al ser atropellado por un camión al que trataba de subirse. Son ya nueve las víctimas mortales en estas condiciones desde principios de junio.
“Cada día hay gente que muere, en el túnel, en el desierto, en el mar… no es bonito, pero ¿qué se puede hacer?”, dice Mydathy sentando ante el centro de acogida de inmigrante Jules Ferry, que aloja a mujeres y niños, y reparte una comida diaria a los migrantes que vagan por el descampado vecino que les permite usar Ayuntamiento. “Claro que nos da miedo, pero no tenemos alternativa a largo plazo aquí. Lo intentamos una y otra vez, pero con cuidado”, asegura. “En Reino Unido hay más oportunidades de trabajo y de educación”, asegura.
Problemas sanitarios
La clínica ambulante instalada a principios de mes por la ONG Médicos del Mundo en la nueva jungla, un antiguo vertedero de cerca de un kilómetro de largo por 500 metros de ancho convertido en pueblo chabolista, recibe a diario más de 80 consultas de migrantes. Las dos tiendas de campaña y tres casetas de madera —una enfermería y dos consultas médicas— no dan para más. La mitad de ellas son de jóvenes que se han herido tratando de agarrarse a algún camión, de saltar las vallas de seguridad o huyendo de la policía.
La otra mitad son problemas sanitarios debidos a las condiciones del campo. La asociación Solidarité International ha instalado cinco casetas de tres sanitarios repartidos por el descampado y tres bloques de duchas. En el interior del centro Jules Ferry también tienen acceso a duchas, aunque solo pueden asearse en ellas unos 400 cada día. Los cerca de 3.000 migrantes, principalmente sudaneses, etíopes, eritreos y afganos, duermen en seis u ocho en casetas de madera de apenas una veintena de metros.
“Tratar de cruzar el túnel es nuestra rutina diaria, jugamos al gato y al ratón cada noche con la policía”, comenta con una sonrisa cansada John, un etíope de 26 años que huyó de su país por motivos políticos. Se encuentra a la entrada de una cabaña reconvertida en ultramarinos, regentada por un joven afgano del campamento, donde acaba de comprar diez cigarrillos por un euro.
Lleva una semana en Calais. Como tantos compañeros de ruta, pasó por Libia, cruzó a Italia en barco y llegó a Francia en tren. “Pagamos mucho dinero para pasar el desierto libio. Cruzamos el mar en un barco muy pequeño, éramos 500 personas. Llamamos a salvamiento marítimo y nos rescataron. Pero el barco que iba detrás nuestro se hundió”, cuenta.
Esta noche, John no recorrerá las casi dos horas y media de marcha que separan al pueblo chabolista del Eurotúnel (más la vuelta en caso de tentativa frustrada). Sigue recuperándose de las heridas que sufrió hace tres días al caer de un camión, al igual que Abdalgader, un sudanés de 30 años, que se cayó de una verja cuando la policía le disparó “un gas que quemaba mucho”. “Puede que lo intente de nuevo el viernes, según me sienta”, concluye John.
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