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LAS PALABRAS
Tribuna
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De Lawrence al ISIS

Pese a las tecnologías, la guerra de guerrillas sigue vigente como estrategia

Gustavo Gorriti

En un capítulo de su célebre Estrategia, publicado en 1954, Basil Liddell Hart analizó el efecto que tuvieron los movimientos partisanos en la lucha contra las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, y concluyó que fue más bien negativo.

La estrategia guerrillera resultaba, para Liddell Hart, particularmente nociva para la posguerra antes que para la guerra en sí. Un curioso cambio en el autor que, dos décadas atrás, había escrito una virtual hagiografía militar de la campaña guerrillera de T.E. Lawrence en los desiertos de Arabia.

Veinte años después Liddell Hart recordó con cierto pesar la estimulante influencia que su libro tuvo en líderes de fuerzas de comando y de guerrilla en la Segunda Guerra, al ver los deprimentes efectos que sufrían las áreas en las que Lawrence logró esparcir la revuelta árabe. Después de todo, escribió, “la guerra es siempre un asunto de hacer el mal en la esperanza de que algún bien emerja de ello”.

ISIS surgió y creció en una situación que pareciera diseñada para satisfacer simultáneamente a las teorías más opuestas sobre el origen y crecimiento de las revoluciones

En Siria, hoy, en las mismas áreas por las que Lawrence avanzó victorioso hacia Damasco con las tropas de Faisal, la caída de Palmira en manos del ISIS, muestra que, pese a la capacidad de las tecnologías para mirar, escuchar, predecir y también para matar más o menos selectivamente desde miles de kilómetros de distancia, la guerra de guerrillas sigue vigente como estrategia aún en geografías desprovistas de bosques y montañas.

Las victorias recientes del ISIS, en Palmira y Ramadi, junto con la expansión de su influencia (en Libia, Nigeria, Afganistán, sobre todo), parecen una validación más bien sarcástica de los reparos de Liddell Hart. Puesto que para el ISIS, como otros movimientos totalitarios en el pasado, no importa la destrucción que ocasione, en tanto su objetivo requiere precisamente la demolición del orden previo.

ISIS surgió y creció en una situación que pareciera diseñada para satisfacer simultáneamente a las teorías más opuestas sobre el origen y crecimiento de las revoluciones. Invasión extranjera inconclusa y corrosiva, que deja en el poder una élite corrupta y despreciada sobre un país ferozmente dividido (Irak); primaveras democráticas fallidas; alzamiento contra autocracias homicidas pero ineficientes (Siria, Libia) por grupos balcanizados, tan absortos en el odio entre sí como en enfrentar los enemigos comunes.

Al Quaeda, ISIS y los otros movimientos integristas provienen de una genealogía militar que empieza en la guerra contra la invasión soviética en Afganistán, donde las armas y el entrenamiento a yihadistas proporcionado por los servicios secretos de Estados Unidos, junto con los sauditas y paquistaníes, les permitió crecer y organizarse.

De ese Frankestein, armado en la parte final de la lucha contra el comunismo, surgió —años e invasión y retirada de Irak después— el ISIS, cuya actualización de los usos primitivos de la guerra: el aniquilamiento de los soldados rendidos; la esclavitud de poblaciones sojuzgadas; la rapiña sin culpa de las guerras ancestrales, llevadas a cabo con destreza militar, adquiere un perfil particularmente terrorífico cuando sus perpetradores son ciudadanos del siglo XXI, que viajan a la Edad Oscura llevando consigo los adminículos de Silicon Valley.

Las brigadas internacionales de la yihad no peregrinan hacia los campos de batalla de Siria y Mesopotamia para traer el futuro sino para infligir un pasado con recarga: el medioevo en youtube, las decapitaciones en redes sociales.

En la batalla de Kobane, y en el rescate previo de los yazidíes, los kurdos marxistas del PKK, mostraron que el ISIS era vencible y que la crueldad sirve de poco ante combatientes diestros y decididos en la batalla. El problema es que, por lo menos por ahora, parece haber más drones que ese tipo de combatientes enfrentando al ISIS en las cercanías de Ramadi o de Palmira.

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