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Un papa contra “la casta”

Bergoglio pide a los cardenales que no se aíslen frente al sufrimiento de los marginados

El Papa Francisco, ayer, en la Basílica de San Pedro.
El Papa Francisco, ayer, en la Basílica de San Pedro. Franco Origlia (Getty Images)

El papa Francisco metió este domingo todo su pontificado en dos folios y medio. Durante una homilía dirigida a los nuevos 20 cardenales creados el sábado, Jorge Mario Bergoglio admitió que la Iglesia se encuentra en una encrucijada entre “dos lógicas de pensamiento y de fe”, la de apartarse del peligro “por miedo de perder a los salvados” o la de “alcanzar y curar a los lejanos”. Francisco, más contundente que nunca, puso a Dios por testigo para dejar claro cuál es el camino a seguir: “Jesús no tiene miedo al escándalo, no tiene miedo a las personas obtusas que se escandalizan de cualquier apertura, de cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, de cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista”. Bergoglio pidió a los nuevos cardenales —con acuse de recibo a los veteranos— que “no se aíslen en una casta” y les advirtió de que la Iglesia se juega su credibilidad en la atención a los marginados: “No se queden mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo”.

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Casi dos años después de su elección, los viejos cimientos del Vaticano siguen crujiendo bajo los andares gastados de Bergoglio. Hasta que el argentino llegó, la Iglesia oficial vivía tan cómoda en sus palacios que, cuando se le preguntaba a algún alto mandatario por un asunto que parecía requerir una decisión urgente, respondía con cachaza romana: “Ese problema ya lo tuvimos en el siglo XIII…”. Pero la broma ya no vale. Bergoglio tiene prisa y --en la Curia lo saben bien-- ay de quien no le siga el paso.

La homilía de ayer no caerá en el olvido. En la copia que la oficina de prensa del Vaticano distribuyó entre los periodistas se constata que fue minuciosamente trabajada: los dos folios y medio están sustentados por 22 citas de las sagradas escrituras. Tal vez para dejar claro —puerta adentro, que es donde suelen estar los enemigos más dañinos— que su mensaje está construido sobre los principios auténticos, a menudo olvidados por los dueños de la franquicia, del cristianismo.

Jesús no temía a quienes se escandalizan de cualquier caricia”

Apoyándose en el pasaje evangélico del leproso al que Jesús se acercó contraviniendo las leyes y los prejuicios de la época, Francisco explicó cuál tiene que ser la actitud de la Iglesia ante quienes sufren marginación física o espiritual. “Jesús”, explica Jorge Mario Bergoglio, “responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar a los lejanos”. Y ahí está el quid de la cuestión. Alcanzar a los lejanos. No son pocos los que, vestidos de púrpura o no, se siguen rasgando las vestiduras ante los intentos de apertura de Bergoglio hacia, por ejemplo, los divorciados vueltos a casar, los homosexuales o las nuevas formas de familia.

De ahí procede en buena medida el desafío que, según el Papa, tiene delante la Iglesia: “Nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio”.

Los doctores de la ley se alejan del peligro para no contagiarse”

Hay un momento de la homilía en que Francisco le recuerda a los cardenales —a los que creó el sábado y al resto también presentes— que, a pesar de la aparente encrucijada, ellos no van a tener más remedio que salir a la intemperie: “El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar a los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo (...) No descubrimos al Señor si no acogemos auténticamente al marginado”. Y algo que disgustaría a aquellos viejos predicadores del nacionalcatolicismo, tan aficionados a la amenaza del fuego eterno y el crujir de dientes: “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre”.

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