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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La década reformista

América Latina necesita desarrollar una renovación de lo que entiende por democracia

América Latina rebota en la historia del mundo parece que por décadas; hubo un consenso de Washington, neoliberal; unos años de expansión macroeconómica basada en el auge de las commodities; y al entrar en una etapa de enfriamiento de la economía —pulmonía para los no favorecidos—, notables instancias continentales como Idea Internacional, que dirige Daniel Zovatto, y la organización dominicana Funglode, promovían la semana pasada en el III Foro de Santo Domingo la idea de una década reformista, o plan institucional, político y económico para que los países de lengua española y portuguesa capearan la crisis y, sobre todo, desarrollaran una renovación a fondo de lo que entienden por democracia.

El síntoma más visible de los problemas que aquejan a la democracia en América Latina es su discutible densidad. En una reciente encuesta de una institución norteamericana se calificaba de democracia plena únicamente a Costa Rica y Uruguay, mientras que en el resto de Iberoamérica los niveles bajaban hasta proporciones alarmantes; con buena parte de sus países parapetados en el voto como demostración necesaria, pero insuficiente, de su ethos democrático. Esa carencia se explica por una mala y escasa educación pública; una estatalidad burocrática, sin acción social significativa; una fiscalidad cargada en contra de los que tienen menos, basada en el impuesto indirecto, que sufraga toda la ciudadanía, sin atención a su capacidad económica; y, muy decisivamente, una prensa, a la que odian los Gobiernos y la reprimen hasta perseguirla con saña, o bien aspira, sobre todo en provincias, a congraciarse con el poder, entregándose a la dulce práctica de la autocensura. Y sin una prensa independiente y económicamente viable la democracia no pesa lo que debiera.

El discurso reformista —y el foro dominicano no fue excepción—, es rico en términos clave, cuya relación con la realidad está lingüísticamente muy elaborada: sociedad de exclusión y de inclusión, en ambos casos apenas eufemismos por racismo y clasismo que son forma de vida en países —otro eufemismo— de población heterogénea; aquellos en los que una minoría criolla gobierna sobre un mar de negritud e indigenismo. De todos los congresistas presentes solo un representante centroamericano dijo, casi candorosamente, que la minoría blanca miraba con temor a su entorno, un mundo poblado de rostros cobrizos.

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Y, aunque la lista de obstáculos podría ser interminable, hay que citar con distinción de honor la inseguridad ciudadana, otro término-disfraz por el valor insignificante de la vida en la mayor parte del mundo latinoamericano. Sería muy interesante establecer por qué los más altos índices de violencia en tiempo de paz hablan castellano o portugués. Honduras tiene la marca mundial del homicidio común, Venezuela se consolida en segundo lugar; y si Colombia baja, Argentina, México y Uruguay suben. Por encima de un índice de letalidad cotidiana, que habría que fijar en cada caso, la democracia no es posible, igual que falta oxígeno para sobrevivir en la cima del Everest.

La declaración de Santo Domingo, suscrita por los expresidentes dominicano Leonel Fernández, hondureño Manuel Zelaya, uruguayo Luis Alberto Lacalle, costarricense Laura Chinchilla, guatemalteco Vinicio Cerezo, y boliviano Carlos Mesa, es tanto un programa como un acto de fe. Y habría que desear que la fe mueva montañas.

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