Elegía para el gran corrupto
Oleguer de Regós es el epígono de una añeja familia de la aristocracia feudal catalana, con un general carlista entre sus antepasados. Es historiador de vocación, aunque de nula proyección académica y una sola obra publicada, una monografía titulada Història de l’ermita de la Salvació, una capilla prerrománica del siglo IX con sus correspondientes pinturas murales apocalípticas y su pantocrátor. El autor describe su libro como la “investigación de un microcosmos, un modelo extrapolable al universo”, y solo el aperitivo de la gran obra histórica en la que piensa a todas horas y que cuenta ya con título: La vida dels segles, en el que formulará “una versión definitiva de los ejes de la historia”.
Conocemos estos datos bibliográficos gracias a las memorias que acaba de escribir y que llevan por título La vida és estranya, unas reflexiones autobiográficas escritas con genio e incluso desenfado, sobre su pasado familiar, el suyo personal e incluso íntimo, el de sus amigos y especialmente sus mujeres y, sobre todo, el de una región que conforma todo un mundo. Es la boscosa comarca de la Conca del Corema, tierra de caza y de embutidos, con capital en Tossals, ciudad con catedral, museo diocesano e incluso un periódico, El Vigía, además del Castillo de los Regós, la niebla, el macizo del Montmort al fondo y el Cafè de Plaça donde discuten y filosofan los amigos del historiador.
Befàs es un personaje sentencioso, capaz de condensar su pensamiento y el espíritu catalán en un par de aforismos: “Aquí la propiedad es más fundamental que la libertad”, “la propiedad es el instinto, la ley es el decorado”. Y remata con una ecuación impecable sobre el instinto de posesión: “Tener bosques, cerdos, fábricas de pienso, discotecas, coches, mujeres, dinero bajo una baldosa. Tener. ¿Qué necesidad hay de ser si tienes? Es decir, ¿si solo eres si tienes?”.
A Befàs le gusta comer carne casi cruda y subirse a lo alto del edificio de su empresa aseguradora para contemplar Barcelona como si fuera su propiedad. Así le retrata Regós: “Es un hombre bajito que se levanta sobre la punta de los pies cuando hace una afirmación con contundencia. Es seductor y despiadado. Es codicioso y a la vez sueña —o soñaba— en un imperio inexistente, porque confunde Cataluña con el centro del universo. Un buen día era socialdemócrata, el otro liberal, luego demócratacristiano, con frecuencia conservador. En resumen, como él dice, solo Cataluña importa. Su mayor esfuerzo, su vanidad más grande, era ser considerado un conspirador perfecto”.
Siempre se rasca el culo cuando se eleva en uno de sus monólogos célebres, según advierte ese observador al que no se le escapa detalle: “Tiene unos párpados cada vez más arrugados que el cuello de una tortuga, unos párpados que, cerrados, le perfilan la cabeza de un tótem de la isla de Pascua”. Su mayor mérito histórico es “no haber aceptado nunca ser directivo del Barça”.
Sobre su catalanismo, el historiador hila fino: “Quería una Cataluña grande porque sabía que era pequeña para él. ¿O en realidad quería una Cataluña pequeña porque la real le quedaba grande? Nunca lo he sabido, porque Befàs tenía mil caras. España no le interesaba mucho: Europa era una excusa”. Sus análisis económicos son exactos y actuales. Vio venir la crisis antes que nadie y ojeó todas las burbujas. Su ojo político es excelente: “Los errores de España siempre son las oportunidades de Cataluña, si hacemos las cosas bien. Y ahora es un buen momento. Con una España débil, Cataluña puede ser más fuerte”. Pero su idea de la política es brutal, Hobbes en estado puro. “Tan solo hay una forma de hacer política: destruir o ser destruido”. Un “ego titánico” es lo que hay que tener: “A un político, en el fondo, no puede interesarle ningún tema que no sea él mismo”. Sus monólogos lo demuestran, así como las virtudes que defiende: “Vanidad, ambición, instinto depredador”.
Cuando Regós escribe sus memorias, Befàs está en la cárcel. Utilizaba su Biblioteca-Fundación para hacer facturas falsas, lavar dinero negro de sus empresas y financiar a los dos principales partidos de los que sacaba concesiones de obras públicas. ¿Les suena? Su trayectoria es catalana, pero perfectamente universal, sirve para Pujol o para Berlusconi: “Pensaba entrar por la puerta grande en la política. Simplemente esperaba, sin prisa. Con una ingenuidad maligna, estaba a la espera de que el pueblo le reclamara. Primero un magnate, a continuación el mecenas, después el hombre de Estado, pequeño o grande, quiero decir el Estado”.
Regós, Befàs, las falsas memorias y la imaginaria comarca, todo sale de la escritura soberbia y sarcástica de Valentí Puig, en su última novela La vida és estranya. El país retratado es Cataluña. Pero sirve para cualquiera: local y global. En este artículo solo he tirado de un hilo, muy visible, el de la política y la corrupción, que Valentí Puig ha bautizado con el apellido de la buena conciencia, una de las virtudes más acordes ahora mismo con la exhibición de catalanidad: Befàs, que quiere decir, “haces bien”, al que ha metido en la cárcel y al que ha entonado un irónico responso de apariencia elegíaca. Befàs, del verbo befar, también significa ofender o insultar. Chapeau!
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