El último alquimista del aire
El arte de soplar vidrio, con 20 siglos de tradición, está a punto de desaparecer en Siria
Dos mil años de artesanía siria están a punto de desaparecer con el último soplador de vidrios. A las afueras del barrio cristiano de Bab Sharki y en pleno descampado se yergue entre puestos militares la fábrica Beit el Azaz (casa de vidrios en árabe). Es la última del país en la que se produce esta artesanía milenaria.
El negocio familiar que sentó en Damasco Salim el Azaz a principios de 1800 morirá con su nieto Mohamed el Jalak y con él 20 siglos de tradición. “No habrá cuarta generación de sopladores de vidrios en la familia”, se lamenta. “Ninguno de mis tres hijos trabajará en esto. Es una profesión muy desagradecida con largas horas de trabajo y pocos ingresos. Y en tiempos de guerra no se vende”, asegura este damasquino de 55 años que ha optado por mandar a su progenitura a la Universidad para que hagan una carrera de provecho.
La técnica del vidrio soplado nació en Siria en el último siglo antes de Cristo, y cuando los bisnietos de Salim el Azaz se conviertan en economistas o abogados se esfumará una experiencia transmitida en la familia que ha sobrevivido a décadas de cambio y en los últimos cuatro años a docenas de morteros.
Los herederos de El Jalak renuncian a seguir con el negocio familiar
En 1800 el abuelo de Mohamed tan solo usaba cristal blanco y solo producía candiles y botijos. Durante dos siglos, tres generaciones han experimentado con nuevas formas y colores forjando el sello de la familia Azaz. Cada 20 días se usa un tinte diferente. El azul turquesa es el tradicional de Damasco, pero también se han sumado otros colores como el verde aceitunado, el verde oscuro o el color miel.
Hace dos lustros Beit el Azaz era todo bullicio. Seis sopladores de vidrios sentados alrededor de un enorme horno de barro vaciaban sus pulmones las 24 horas del día. Por turnos, tres eran los encargados de teñir y dar forma a la espesa masa de cristales rotos que fundían entre las llamas.
Hoy, el horno tradicional está en desuso por la falta de clientes tanto sirios como extranjeros y ha sido reemplazado por uno más moderno y pequeño. Tan solo Bachar Jalil, de 34 años, trabaja con Mohamed soplando el vidrio para moldear jarrones, lámparas, vasos, ceniceros y otros objetos artesanales.
Varios barreños llenos de cristales rotos aguardan su turno para ser fundidos y que Jalil les dé forma a base de aire. Con la punta de un largo tubo de hierro el soplador extrae un pedazo de masa de cristal ablandado por el calor que moldea a base de delicadas rotaciones sobre una base metálica. Antes de que se enfríe la masa, Jalil sopla a través del tubo inflando el cristal y remodelando los bordes rápidamente para obtener la forma deseada. A pesar de lo repetitivo del proceso, cada pieza que se produce en Beit el Azaz es única e irrepetible.
“El secreto está en controlar la intensidad y duración de la respiración”. explica. “Si el soplo es suave y largo, logro un cristal fino y la cavidad interna de la pieza es mayor. Si el soplo es corto y brusco se logra un cristal más grueso y una cavidad menor”. Con la ayuda de unas pinzas de hierro y con sobrada soltura Jalil logra dar forma al cuello de una jarra o a una lámpara con apariencia de lágrima.
Antes de salir, Mohamed echa una mirada atrás, consciente de que cuando se jubile, apague el horno y deje de soplar desaparecerá el último alquimista del aire.
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