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Elecciones Brasil
Tribuna
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El día en que voté miles de veces

Solo quién ha sufrido una dictadura sabe la importancia de mantener viva a la democracia por frágil e imperfecta que sea

Juan Arias

He leído que aún hay millones de brasileños que no han decidido si votarán o no en estas elecciones. Ello me ha hecho recordar una anécdota de mi vida pasada cuando las circunstancias hicieron que yo, que no podía votar, acabé haciéndolo miles de veces.

La historia es esta: a mis 40 años nunca había podido ejercer ese mínimo derecho de la democracia de colocar un voto secreto en una urna. Eran los tiempos de la dura dictadura franquista en España que se extendió por 40 años con un balance de más de un millón de muertos. No había partidos ni libertad política. No se votaba.

Yo estaba entonces en Italia trabajando como periodista en la Radio Televisión (RAI). Los italianos, que fueron siempre tan apasionados por la política como por el fútbol, empezaron a perder el gusto de participar en la vida pública desencantados con la corrupción política. Por primera vez muchos italianos dijeron que no iban a ir a votar.

Yo que nunca había podido votar en mi vida, me sentía frustrado y dolido cada vez que veía a los italianos acudir a las urnas alegres, a veces llevando a sus hijos pequeños para que fueran entrenándose en el ejercicio de las libertades políticas. Los días de las elecciones solían ser una fiesta para ellos.

Empezaba a no serlo en aquellos años 70 porque el desconsuelo político comenzaba a agarrotarlos. Su gesto de protesta contra los gobernantes que no los entusiasmaban era no ir a votar.

Conté al entonces presidente de la RAI, el socialista Sergio Zavali, mi angustia por no haber podido nunca votar y mi desilusión al ver que los italianos, que al revés de nosotros los españoles, llevaban años disfrutando de la democracia. Estaban perdiendo el gusto por acudir a las urnas.

Se quedó pensando unos minutos y me dijo: “Aquí está prohibido hacer ningún tipo de campaña política en la radio el día antes de las elecciones. Sin embargo, voy a hacer una excepción: quiero que cuente a los italianos lo que siente alguien que nunca pudo votar en su vida por vivir en un régimen dictatorial".

Lo hice. Les manifesté llanamente a los italianos, que ya me conocían por mi trabajo en la RAI, aquellos sentimientos. Y me salió espontáneo decir: “Me gustaría pedir que algunos de ustedes que han decidido no votar mañana lo hicieran por mí, para compensar las tantas veces que en mi vida, a los 40 años, no he votado". Y me despedí deseándoles una feliz jornada electoral.

Me volví a mi casa. Poco después sonó el teléfono. Zavoli presidente de la RAI me contó: “Puede sentirse satisfecho. Aquí se han bloqueado los teléfonos. Hay fila de personas en línea para pedir que le digan al periodista español que a pesar de que ya había decidido no votar, lo harán por él, para que se sienta menos frustrado”.

Fue así que sin poder votar acabé haciéndolo miles de veces.

Es cierto que hoy vuelve a revolotear en todo el mundo el desencanto por la política, por los partidos, por la llamada vieja política, teñida cada vez más de corrupción y de interés personal más que comunitario. Es verdad que la vieja democracia está enferma y que sobre todo las nuevas generaciones de jóvenes la ven con desconfianza y a veces hasta disgusto. Solo quién ha sufrido en su carne las garras de una dictadura sabe la importancia de mantener viva esa flor delicada por frágil e imperfecta que sea.

Los periodistas decimos siempre que es mejor un mal periódico que la ausencia de él, que es el sueño de los dictadores. También hay que recordar, y lo quiero hacer hoy aquí, que mejor una democracia imperfecta que cualquier tipo de dictadura. Cualquier gesto, aunque sea solo el poder votar en libertad, es mejor que la noche de una dictadura en la que se pierden los sueños para dar espacio solo a las peores pesadillas.

Yo tampoco voy a poder votar aquí mañana porque no soy brasileño y ahora voto en la España libre y democrática. Si pudiera hacerlo me pondría sin embargo en fila con los brasileños que acudirán a las urnas. El mío sería un voto de esperanza, no de miedo.

Es legítimo y democrático votar nulo o en blanco. Los gestos de protesta ejercidos en libertad son también un ejercicio de la democracia. No votar acaba siendo un regalo a los descreídos de la democracia sobre todo en estos tiempos en los que esa planta que nos permite respirar en libertad empieza a estar enferma.

Solo en las dictaduras se impide a los ciudadanos el mínimo derecho de votar, que fue conquistado a través de los años con muchas luchas y sangre. Primero podían votar solo los ricos e ilustrados; después se permitió también a las mujeres y hasta a los analfabetos. Hoy todos gozan de ese derecho.

Mejor ejercerlo antes de que volvamos a perderlo. Se empieza con la pereza de acudir a las urnas y se despierta uno un día con la triste sorpresa de no poder ya votar ni aún queriéndolo.

Es ese día en que los otros deciden por nosotros cómo debemos vivir y hasta pensar.

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