La falla de San Andrés
Hoy México ya no es un país de acogida, le pasa como a EE UU: ambos pierden la batalla frente al Sur
Con el sistema migratorio en Estados Unidos ocurre lo mismo que con el cuerpo humano por encima de los 75 años: la muerte se debe a un fallo orgánico múltiple. Desde 1945, Washington solía acoger en sus entrañas a los supervivientes de una guerra que había ganado. Eran tiempos de gloria en que los G.I. Joe, además de rezar en Times Square, luchaban contra el monstruo del fascismo y se erguían como el último baluarte frente al desafío comunista. Pero, a partir de Corea, todo fue de mal en peor porque Estados Unidos siempre ha llevado mal perder sus guerras.
Como prueba de generosidad, el Tío Joe abrió la puerta a los otros americanos, a los del patio trasero, los que limpian albercas y automóviles. Se vivía el frenesí de la era de la prohibición cuando las drogas, el sexo con menores y el alcohol se podían disfrutar hasta el éxtasis en Tijuana, la esquina norte de México, la esquina del mundo.
En 1978, en mi primera visita a Tijuana, pude ver un partido de fútbol que aún recuerdo. En aquellos años, no había muros y jugaban un grupo de indocumentados contra agentes de la patrulla fronteriza. Al despedirse, ambos equipos desearon no volver a verse. Esa misma noche, los primeros intentarían entrar en Estados Unidos y los otros tratarían de impedirlo.
Aquel tiempo trajo a César Chávez y este líder chicano a Ronald Reagan que, en 1986, legalizó la última gran diáspora de los americanos. Lo hizo porque fue el segundo presidente que se vio envuelto en una guerra civil que hablaba español.
Pero Estados Unidos mató la migración por la caída de las Torres Gemelas e Internet. Colocó una muralla más alta que la patrulla fronteriza, hecha del miedo surgido del resentimiento contra los que habían derribado el World Trade Center. Y a partir de ahí, el devenir conocido. En México, comenzaba la transición democrática con la caída del PRI o terminó —como creo personalmente—. El Gobierno Fox y su secretario de Relaciones Exteriores crearon una figura ideal, pero imposible: the whole enchilada, término que acuñó Jorge Castañeda.
Sin embargo, la única enchilada para la que estaba preparado Estados Unidos con George W. Bush era la del miedo. Se cerraron las fronteras y entraron en una enorme contradicción: el fin del agradecimiento a los inmigrantes por el terror de una sociedad que temía hasta de su propia sombra.
Al mismo tiempo, los inmigrantes rompían su propio miedo porque había una nueva realidad, una nueva religión, un nuevo dios llamado Internet que les decía: todo lo que existe en el mundo es para ustedes. Sólo hay que saltar la frontera.
México empezó un proceso gradual de tomarse en serio la presión social y no seguir aligerándola mandando a sus ciudadanos a Estados Unidos, como sí hizo echando a los mexicanos en brazos del narcotráfico, gracias a la ayuda inestimable de Felipe Calderón Hinojosa. Washington convino en dejar crecer una situación en la cual tuviera un diálogo directo con la frontera sur.
En México y en Estados Unidos todo cambió, menos la realidad. Los centroamericanos, esos maras salvatrucha llevados a Los Ángeles, habían dejado hijos en sus respectivos países que viajarían después, a lomos de La Bestia, para reunirse con ellos. Mientras, el trasiego del fracaso social de gringos y mexicanos propició un incremento salvaje de las drogas y abrió el problema masivo de la migración.
La semana pasada Obama se reunió con varios presidentes centroamericanos y evitó a Enrique Peña Nieto. A la mesa, se sentó el salvadoreño Salvador Sánchez, que combatió contra los marines y la CIA con el Frente Farabundo Martí. ¿Por qué México —primer receptor de inmigrantes—, no estuvo en esa reunión?
Quizá por la llamada directa de Obama a Los Pinos. Lo menos que se puede esperar de un buen vecino —cuando hay 50.000 personas a lomos de La Bestia, pasando por tu territorio—, es que le avises. El Gobierno mexicano reaccionó creando un órgano que quita funciones al Instituto Nacional de Migración, y un supraorganismo para vigilar la frontera sur que tendrá, desde Tabasco, la misión de dirigir y crear una política de contención. Teniendo en cuenta los escasos cien refugiados que este año admitirá México, se acaba con la tradición de asilo, instaurada desde Porfirio Díaz, en un país que siempre acogió a los de fuera. Hoy, ya no es territorio de acogida, no tiene un modelo migratorio y le pasa igual que a Estados Unidos: está perdiendo la batalla frente al Sur.
La crisis de los niños inmigrantes ha mostrado el juego de cada gobierno. ¿Qué pruebas tenemos de que esos menores no son enviados, a carretadas, como dijo el canciller guatemalteco en el Vaticano, con ayuda oficial? ¿Hacia dónde mira el Gobierno mexicano cuando pasan esos niños camino al Norte?
Estados Unidos vive la tentación de ser la pinza sobre México y llegar a un acuerdo directo con Centroamérica, lo que significaría una grave alteración del equilibrio geopolítico de la región. Básicamente, porque de los 12 millones de indocumentados que hay en Estados Unidos, la mayor parte son mexicanos y otros 15 millones, también mexicanos, pueden votar.
Peña Nieto necesita crear una política de migración hacia el vecino del Norte, pero Barack Obama no puede olvidar que, si está sentado en el Despacho Oval, es gracias al voto latino. Mientras tanto, una pregunta sobre la frontera sur: ¿De todos los que se dedican al tráfico ilegal de seres humanos, cuántos son de origen oriental?
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