La guerra agrava la escasez de agua
Los 10 días de bombardeos israelíes sobre la franja de Gaza han dejado sin agua a 300.000 vecinos
El gran cráter recién abierto por un potente misil israelí en la carretera de Zimmo, una zona rural del este de la franja de Gaza, casi desbordaba de aguas fecales ayer por la mañana. Un pelotón de técnicos bombeaba el boquete de casi 15 metros de diámetro con una potente máquina. Al borde del agujero, el director del suministro municipal de aguas en Gaza, Maher Salem, explicaba la razón de tanto esfuerzo por arreglar este destrozo aparentemente menor en mitad de la destrucción que siembran los aviones israelíes por Gaza: el agua sucia procedía de un desagüe y se estaba mezclando con el agua de uso doméstico que llega a 150.000 palestinos. Además de matar a 230 palestinos, el 77% de los cuales eran civiles, los 10 días de bombardeos israelíes han dejado sin agua a 300.000 personas en la franja.
El ingeniero Salem explicaba en medio de la pestilencia que “es normal que los desagües se instalen en paralelo a las cañerías de agua potable”, alejados y cada uno en un lado de las carreteras. Así es más fácil dar con averías o fugas. El disparo de un misil en medio de una carretera rural sólo persigue, en su opinión, “interrumpir el suministro” de agua a las casas. Durante esta ofensiva, cientos de miles de habitantes de Gaza sufren restricciones de agua en sus hogares. Explica Salem que se debe a “la destrucción de dos pozos de agua”, inutilizados por las bombas, y por bombardeos como el que cortó el paso del agua desde el pozo de Zimmo.
En la Gaza resucitada de diez de la mañana a tres de la tarde por la tregua humanitaria, el también ingeniero hidráulico Ghassam Qisawi explicaba que “por fortuna en este caso, la mayoría de los gazatíes recurre al agua que venden empresas privadas”. Si no fuera así, los ataques como el que destrozó el suministro en Zimmo “causarían intoxicaciones masivas” porque las tuberías dañadas siguen llevando durante un tiempo agua ya mezclada con la que vierten los desagües rotos. El caldo hediondo que se formaba en el gran cráter llegó a decenas de miles de grifos en Gaza.
Los bombardeos han dejado sin suministro a 300.000 personas
La “fortuna” de la que habla con ironía Qisawi se debe, en realidad, a otro desastre. Los vecinos de la franja compran agua potable a “unas cien empresas privadas” que la desalan y purifican.
Incluso en lo peor de la ofensiva se ven por las calles de la ciudad unos camiones cisterna plateados que se encargan del suministro privado. Qisawi es propietario de una de estas desaladoras, llamada Maashrow Aamer Desalination. Dice que la calidad del agua que venden él y su competencia “está bien”, aunque “no llega a los estándares del agua que disfrutan en Israel o en Europa”. Como su colega Salem, está convencido el suministro de agua es un objetivo militar israelí: “Si no supieran que tiene las cañerías debajo, ¿por qué iban a tirar un carísimo misil de dos toneladas sobre una carretera rural?”.
Los cortes de electricidad agravan la escasez de agua porque detienen la desalinización y el bombeo. La ingeniera canadiense Sara Badiei, que trabaja con Cruz Roja, explica que las emergencias de agua durante las guerras suponen “un gran reto”. Badiei calculaba que las cinco horas de tregua “no alcanzarán ni para empezar a arreglar” el destrozo de Zimmo.
Mientras Qisawi contaba que en la Gaza cercada por Israel “el agua del grifo es casi venenosa aun en tiempo de paz”, un familiar le informó de que acababan de bombardear su huerta. Con gesto indiferente, prosiguió: “El agua aquí tiene hasta 10.000 miligramos de cloro por litro”. El máximo recomendado son 200 miligramos por litro. La concentración de nitratos es un 1.000% lo recomendado. El nivel de dureza multiplica por 20 el considerado potable. Los gazatíes son muy aficionados a comer con especias y sal. Eso da sed. Pero el agua del grifo, dura y aceitosa, apenas les vale para lavarse los dientes.
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