Los neoconservadores reivindican su legado ante el caos en Irak
Los ideólogos de la invasión de 2003 critican a Obama por retirar las tropas
Parecían olvidados en un armario de la historia. Los neoconservadores —los intelectuales y políticos que articularon algunos de los argumentos más incisivos para la invasión de Irak en 2003— quedarán ligados para siempre a la memoria de aquel fiasco, uno de los mayores de la política exterior de Estados Unidos en décadas. Tanto, que en algunos ámbitos la palabra neocon ha acabado por convertirse en un proyectil verbal contra cualquier adversario conservador.
Pero Irak vuelve a encenderse y el presidente demócrata Barack Obama, que en 2009 llegó a la Casa Blanca con la promesa de romper con la política exterior de su antecesor, el republicano George W. Bush, rectifica, y regresa a una guerra que dejó más de cuatro mil muertos norteamericanos. Los neoconservadores, que inspiraron en parte las aventuras bélicas de Bush, sacan pecho.
“Sí, me siento vindicado por los desastres, desafortunadamente ”, dice en una entrevista telefónica Elliott Abrams, una de las figuras más destacadas del neoconservadurismo. “Uno de los argumentos de los neocons es que el poder americano es beneficioso y que debe usarse. Y creo que el presidente, en lo fundamental, discrepa de esto. Él se inclina más por restringir el poder americano. Le preocupa su uso. En particular el del poder militar”, añade.
Abrams, especialista en Oriente Medio en el laboratorio de ideas Consejo de Relaciones Exteriores, asesoró a Bush en la Casa Blanca. En los noventa participó en el Proyecto del Nuevo Siglo Americano, que recomendó a la Administración Clinton el cambio de régimen en Irak. En los ochenta trabajó en el Departamento de Estado de la Administración Reagan, donde le salpicó el escándalo Irán-contra, por la financiación de la guerrilla nicaragüense por medio de venta de armas a Irán.
“Se han lanzado a atribuir la culpa del derrumbe de Irak a todo el mundo menos a ellos mismos”, escribe un estudioso de los neocons
La trayectoria de Abrams es la de un neocon clásico. Formado en Little Red, la escuela progresista de Manhattan donde estudiaron figuras de la izquierda revolucionaria como Angela Davis, de joven fue demócrata y colaboró de senadores de este partido como Daniel Patrick Moynihan o Scoop Jackson. Abrams, yerno de Norman Podhoretz, uno de los popes del movimiento, viró a la derecha con Reagan y se erigió en una de las principales voces del neoconservadurismo.
Los avances de los yihadistas en Irak han reabierto un doble debate en Washington. Primero, sobre la responsabilidad de Bush en el caos actual: la invasión y el derrocamiento del dictador Sadam Hussein abrió un polvorín que nadie ha logrado cerrar. Y segundo, sobre la responsabilidad de Obama al retirar, en contra de lo que le aconsejaba el Pentágono, todas las tropas norteamericanas en 2011.
Abrams señala al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, por gobernar “como un dictador chií en vez de tender la mano a los suníes”. “Pero, desde el punto de vista americano”, añade, “el presidente tomó muchas decisiones, y la más importante fue sacar a los soldados de Irak”. “Esta no era la recomendación del Departamento de Defensa. Nuestros generales querían que unos 25.000 militares se quedaran allí”, precisa.
A la pregunta sobre si Bush y sus colaboradores son responsables, Abrams responde: “Claro, claro. Mire, ¿hasta dónde queremos retroceder? ¿Quién es responsable? Sadam Hussein lo es. Pero diría que habíamos estabilizado Irak en 2009. El presidente Obama dijo que era estable. Uno de los motivos por los que creyó que podía sacar las tropas era porque creía que era estable”.
“Me siento vindicado por los desastres, desafortunadamente”, dice Elliott Abrams, figura destacada del movimiento y exasesor de Bush
Dick Cheney, vicepresidente de Bush, ha sentenciado en un artículo en The Wall Street Journal que “pocas veces un presidente de EE UU ha estado tan equivocado, y tanto, a expensa de tantos”. “¿De qué presidente hablaba?” replicó el portavoz de la Casa Blanca. Cheney aludía a Obama y a su decisión de pasar página con la guerra de Irak.
“Decir que que sin la marcha de Sadam no tendríamos esta crisis es una visión extraña de la caldera que hoy es Oriente Medio”, ha escrito el exprimer ministro británico Tony Blair, aliado de Bush en la invasión.
“[Los neocons] quieren liberarse a sí mismos del estribillo de que se equivocaron en todo”, opina Jacob Heilbrunn, autor de They knew they were right: the rise of the neocons [Sabían que tenían razón: el ascenso de los neocons], un ensayo sobre el neoconservadurismo, en el diario Politico. “Y por eso se han lanzado a atribuir la culpa del derrumbe de Irak a todo el mundo menos a ellos mismos”.
Ni Cheney ni Blair son neoconservadores, un movimiento que tiene sus orígenes en la izquierda antiestalinista neoyorquina de mediados de siglo y que aboga por el uso de la fuerza para extender la democracia y los derechos humanos. Sí son neoconservadores Abrams, Robert Kagan —uno de los críticos más lúcidos del repliegue estratégico de EE UU con Obama y el mejor conectado con la Casa Blanca— o William Kristol, hijo de otro pope del movimiento, Irving Kristol.
“No es el momento de volver a discutir ni la decisión de invadir Irak en 2003 ni la decisión de retirarnos en 2011”, avisa Kristol, en The Weekly Standard, la revista que él dirige.
¿La propuesta de Kristol? No sólo ataques aéreos —la opción que Obama estudia ahora— sino el despliegue de fuerzas de combate, una opción que el presidente ha descartado y que cuenta con pocos apoyos entre los norteamericanos e incluso en el Partido Republicano.
Uno de los posibles candidatos republicanos a las elecciones presidenciales de 2016, el senador Rand Paul, se alinea con posiciones aislacionistas, antagónicas con el intervencionismo de los neoconservadores. Algunos neocons verían con simpatía una candidatura presidencial de la demócrata Hillary Clinton, más agresiva que Obama en la política exterior. Cuando era presidente su marido, Bill, EE UU intervino en Serbia sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU en 1999. Y cuando era secretaria de Estado, Clinton defendió armar a los rebeldes sirios ante la oposición de su jefe, Obama.
“Veo extenderse en el Partido Demócrata la impresión de que [Obama] es demasiado pasivo, de que debería haber hecho más en Siria y en Irak”, dice Abrams.
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