Entre Reyes y Copas
Que los goles de este Mundial sean anotados precisamente por jugadores jóvenes que aún no anuncian los bancos
En este enrevesado escenario del siglo XXI donde conviven dos papas vestidos de blanco —y en los altares católicos, otros dos pontífices coetáneos— están por compartir palio dos reyes de España y en Brasil, O Rei Pelé ha de verse con el destronado Maradona en una samba triste que pretende ser festiva en medio de tanta batucada de injusticias. La baraja está candente: los oros de FIFA —organismo que rebasa en membresía a la ONU— han multiplicado su poder y beneficios, al tiempo que el gobierno de Dilma Rousseff vive a tiro de párpado el insólito revés de lo que prometía ser un jolgorio: millones de espectadores por televisión y satélite, miles de enfebrecidos asistentes han de enmudecer o serán cegados de alguna manera para no solidarizarse o siquiera reparar en los cientos, quizá miles, de ciudadanos brasileños que protestan afuera de los estadios, en huelgas de transporte y justificados reclamos por el irracional sinsentido de un espectáculo que se ha convertido en el Leviatán de nuestros tiempos. Veintidós jugadores de pantalón corto —entre los cuales se encuentran algunos de los deportistas más ricos del planeta— han de corretear durante al menos noventa minutos por partido un balón que ya no tiene casi nada de pelota, ni mucho menos de cuero cosido.
Es de esperarse que llegue el día en que algún despistado o engreído jugador decida rebelarse contra la norma hasta ahora inviolable de obedecer al silbato y las tarjetas de colores de árbitros que en realidad imponen su autoridad por auto de fe, pues son contadores públicos, ingenieros, maestros, ciudadanos comunes y corrientes que ganan como salario una suma considerablemente menor a la que gana cualesquiera de los porteros que calientan la banca de los grandes equipos y es de esperarse que a lo largo de este siglo ya de por sí tan globalizado nos pongamos de acuerdo todos —y no sólo la FIFA— para ver si la verdadera filiación de cualquier jugador es con los colores de su equipo nacional o con el escudo de los clubes que poseen sus contratos… y es de esperarse que todas mis ponderaciones necias se vuelvan silencio, en cuanto vuelva a ocurrir el milagro instantáneo de un tiro de media distancia que vuela por el cielo como pájaro de selva y rompe las redes infalibles de cualquier posible crítica con el grito de millones de niños que esperan precisamente un gol que los distraiga de sus tedios y tareas.
Es de esperarse que el rey Felipe VI acceda al trono consciente de que la institución que encarnará se apoya en una constitución parlamentaria donde han de formularse precisamente las voces que quizá decidan que su hija, ahora princesa, no llegue a reinar … y es de esperarse que el joven apuesto tenga consideración real de que los mejores momentos que deja su padre como ejemplo, son precisamente los oleajes y tormentas en las que se abonó a la democracia y no las justificaciones o pretextos de zozobra cuando no podía negar los estragos de la dictadura militar y fascista que lo eligió como monarca.
Me concentro en pensar que ha llegado la hora de ponderar si realmente vale el esfuerzo deportivo extenuante de los jugadores que trabajan a lo largo de 85 partidos al año (ya ni El Juli se juega tantas veces la vida), para llegar así lesionados y exhaustos al máximo escenario de su vocación y por lo mismo, llama la atención que entre las razones que declaró públicamente S.M. Juan Carlos no haya mencionado su salud, la dificultosa movilidad de sus piernas y el agotador calendario de juegos que también tiene que cumplir cada día de cada año quien lleve la Corona de España sobre la cabeza… y es de esperarse que todas mis ponderaciones necias encuentren un futuro de promesa y esperanza que merece España, sus millones de desempleados, los millones de afectados por desfalcos inmobiliarios y burbujas fiduciarias y que sean precisamente los niños que hoy ven convertida en Princesa de Asturias a una niña de su misma edad puedan saborear el futuro que se merecen. Por lo mismo, es de esperarse que todas mis necias ponderaciones y calladas tribulaciones permitan que los mejores goles de este Mundial Brasil 2014, que se nos vino encima a todos, sean golazos anotados precisamente por suplentes, por jugadores jóvenes que aún no anuncian los bancos o gafas de Sol, jóvenes aún no tatuados por la publicidad que han de salir del anonimato precisamente como reclamo y declaración de una nueva generación que ya no está para los negocios turbios de la FIFA en Qatar o las confusiones peligrosas del poder, las necedades de los políticos y sus tertulias en corrupción.
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