Los avatares de los autónomos en Cuba
Los negocios privados emplean a 450.000 personas y estimulan una mentalidad ‘capitalista’ en la isla
La chica que hacia las ocho de la mañana cruzaba la calle con las tetas al aire llamó la atención del fiscal cubano, que detuvo el coche y anotó la dirección del escenario de autos: un local de copas de La Habana, propiedad de una conocida voleibolista y su marido italiano. “El fiscal debió alucinar”, comentó un empresario extranjero que conoció el lance ocurrido. El magistrado alucinó tanto que llamó a la policía y pidió el cierre del antro por escándalo público.
La señorita del despelote y un irreductible pelotón de noctámbulos se habían desmadrado hasta la madrugada en uno de los pub abiertos cerca de la residencial Quinta Avenida, al amparo de la apertura económica vigente desde hace tres años. La liberalización ha activado una mentalidad capitalista en los nuevos gestores de cafeterías, paladares (restaurantes), pizzerías, talleres, cooperativas, tiendas de artesanía, peluquerías o gimnasios: 450.000 cubanos, en torno al 9% de la población activa, en 200 categorías de gestión privada: desde agentes inmobiliarios, y sastres, a carpinteros, fotógrafos y taxistas.
El monopolio del Partido Comunista de Cuba (PCC) sigue vigente, pero la tolerancia con las infracciones de los cuentapropistas es mucha porque muchos son los volantazos regulatorios durante la incipiente apertura. Pero no todos los negocios prosperan. Miles han cerrado porque abrieron con más entusiasmo que estudios previos sobre su idoneidad y porque la capacidad adquisitiva de la clientela es muy limitada: el grueso de los 11 millones de cubanos recibe su salario en pesos, un media de 500 mensuales (al cambio unos 25 euros) y los emprendedores orientan casi todos sus negocios hacia el compatriota con divisas. Mientras la dualidad monetaria, la circulación de dos monedas, el nudo gordiano de las reformas, no se solucione la vida de los asalariados en pesos será siendo dura.
El monopolio del Partido Comunista de Cuba (PCC) sigue vigente, pero la tolerancia con las infracciones de los cuentapropistas es mucha
El italiano y la voleibolista se estaban forrando con un local abierto la 24 horas, pero acabaron en comisaría. Preventivamente, algunos bailongos pincharon música sacra tras la redada, pero reanudaron la pachanga al escampar. "Aquí te dejan hacer hasta que ocurre algo y entonces se acabó”, comenta mi acompañante. Jóvenes de la incipiente burguesía local se mueven festivamente por el establecimiento de copas, abierto en la planta baja de un chalé, y decorado con un escorzo del malecón y fotografías emblemáticas de La Habana.
Calzan móviles importados, ropa de marca, trasiegan combinados de cuatro euros, y la política no figura entre sus prioridades porque, entre otras razones, la ideología y sus derivados son franquicia gubernamental intransferible. Tampoco el torcedor que me instruye sobre la vitola y la embocadura de un puro quiere hablar sobre democracia pluripartidista. “Esto no está pa’ eso compadre. ¿Cuántos tabacos quieres?. Te los dejo a buen precio”.
La liberalización promovida por Raúl Castro y el VI congreso del partido, en 2011, no cede poder político, pero la apertura socioeconómica cobra vida propia en algunos ámbitos y su inercia puede agrietar la hegemonía del partido único, según la esperanza de quienes rezan porque así sea. Pero visto lo visto en Cuba, donde el activismo antigubernamental es imperceptible o reprimido, sólo cabe esperar el éxito de las rogatorias o la improbable generosidad del régimen.
El objetivo oficial es otro: el bienestar económico, la recolocación del medio millón de trabajadores de empresas ruinosas que perdieron su puesto, y resolver el futuro del otro medio millón en capilla. El Estado todavía emplea a cuatro de los cinco millones laboralmente activos. Una segunda meta es reducir el gasto de las compras en alimentos porque el país importa el 60% de lo que consume: cerca de 1.800 millones de euros anuales.
Soltando lastre y subsidios, 200 pymes estatales fueron reconvertidas en cooperativas el pasado año, y se consolidó la carga fiscal sobre los cuentapropistas, que aumentaron su contribución a los presupuestos generales en un 18%, aunque sólo representan el 2% del total. Contrariamente a la sepultada retórica igualitarista, el castrismo permite el moderado enriquecimiento de quienes se aventuran con dinero propio, los menos, o prestado por los dos millones de familiares en Estados Unidos, España y otros países. Sus envíos a la isla suman 2000 millones de euros anuales.
Al cierre del 2013, cerca de 2.000 paladares funcionaban con pagos en CUC, la moneda fuerte, equivalente al dólar, y se alquilaban 7.250 habitaciones. Ana Sarabig Domínguez reunió cerca de 30.000 euros para abrir hace dos años el paladar Sancho Panza, en el barrio El Vedado de La Habana, con un menú de variedades criollas. Le va bien: emplea a 18 personas. “Los inspectores nos piden facturas que a veces no podemos presentar porque no nos las dan quienes nos venden el pecado, la carne o los vegetales”, explica Alina, la contable.
Aunque sólo la diáspora y los nacionales con divisas pueden comprar pisos, automóviles y financiar los emprendimientos que exigen miles de euros de inversión, el resto de los compatriotas puede optar a los créditos ofrecidos por el Banco Central de Cuba. Sólo los pidieron 550 emprendedores. El cincuentón Alejandro se olvidó de los préstamos para arriesgarse con una licencia de chófer.
Son las 9,30 y abordo su almendrón, un achacoso Ford norteamericano de 1956, rumbo a ninguna parte. Cobra entre 10 y 20 pesos nacionales, entre 0,20 y 0,60 céntimos de euro, dependiendo de la distancia. “¿Qué tal le va?”. El pasaje, un abuelo y un matrimonio y su hija, pega la hebra. “Ahí vamos. Vengo a hacer unos 1.000 pesos al día, pero pago muchos impuestos varias veces al año. Además, la gasolina, las gomas rotas por los baches, los bombillos, las averías y lo que salga. No me queda mucho.” Se queja de la competencia porque el 11% de los licenciatarios también son taxistas y chóferes, pero le compensa su independencia.
Alejandro y su Ford siguen barriendo a diario las calles de la populosa barriada Centro Habana a la caza de viajeros también pretendidos por una flota de Chrysler, Mercury, Chevrolet y otras reliquias. Cerca de 8.000 circulan en la capital, y cientos fueron transformados en limusinas ofrecidas a novios, celebrantes y turistas
Al haber asumido Cuba los mecanismos de mercado en su embrión capitalista, asumió también los daños colaterales: las emergentes desigualdades sociales, las tercerías mafiosas durante los cambios de titularidad de pisos y vehículos, y los contratos falsos sobre cuantía y concepto de las transacciones para evadir impuestos. “Hay intermediarios que están haciendo fortunas”, admiten fuentes oficiosas
También quiere su parte, la patrulla que me detuvo una noche conduciendo por dirección prohibida. El circunloquio con el agente terminó con la aparición de un civil que me invitó a subir a un coche. “La multa son 60 CUC pero por 20 CUC se puede ir. Deje el dinero en el asiento del carro y salga” .Cómplice del delito, así lo hice.
La técnica me recordó, en miniatura, la cortesía del capo policial mexicano Arturo Durazo (1924-2000), durante los descansos de sus extorsiones a balazos. Las víctimas llegaban a su despacho, y entonces el negro Durazo salía dejando abierto un cajón del escritorio. Los chantajeados depositaban allí fajos de billetes, centenarios de oro, escrituras, alhajas: las legendarias mordidas, todavía vigentes en América Latina, aunque más sofisticadas, desde Río Grande a Tierra del Fuego.
Experimentando en Artemisa
El viaje por carretera hacia la despolitización de la gestión económica, hacia un enfoque más empresarial, nos conduce hasta la provincia de Artemisa, a 60 kilómetros de La Habana, banco de pruebas de una descentralización en la toma de decisiones que pretende implantarse en todo Cuba. “Se trata de hacer más con menos recursos”, explican portavoces del gobierno provincial
El laboratorio Artemisa tiene medio millón de habitantes y 21.500 trabajadores autónomos, muchos de los cuales se agruparon en cooperativas más pequeñas que la presidida por de Israel Martin, que explota 1.173 hectáreas, la mayor parte de caña de azúcar, ganadería de carne y leche. Se llama Betancourt Rodríguez y reúne a 171 socios, entre ellos trabajadores que perdieron su empleo en el diezmado sector azucarero. Recientemente sumó otros 34 campesinos a los que el Estado cedió en usufructo tierras 90 fincas.
“Todos respondemos ante la asamblea de los 171 socios, que se reúne. mensualmente”, explica Martin. “Y en el campo se trabaja mucho. Mi padre arranca a las 4,30 de la madrugada y yo a las seis”. En la calurosa Artemisa, muy cerca de una cooperativa cuyos socios viven de la venta de un excelso batido de plátano, funciona otra de reciclaje de chatarra y botellas. Lucilo Valdés tiene 63 años y es músico con baja médica. A la espera de jubilarse, ingresa unos pesos recogiendo desechos que vende en la cooperativa. “No es mucho. Así que, ya sabes, si tienes 40 dólares y me los regalas, estupendo”.
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