La batalla oculta detrás del Día D
La muerte de civiles en Normandía ha quedado eclipsada por el éxito del desembarco
“Día D ¿Triunfo o tragedia?”, se pregunta este mes en su portada la revista BBC History Magazine. La respuesta llega con el título del reportaje en las páginas interiores: “Ha llegado el momento de silenciar a los que dudan del desembarco”. El Día D, del que se cumplieron 70 años el 6 de junio con la presencia de 18 jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos el ruso Vladímir Putin y el estadounidense Barack Obama, sigue siendo la batalla mítica de la II Guerra Mundial, uno de los momentos decisivos de la historia de Europa, tanto que tiene algo de sagrado. Los nombres de las cinco playas – Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword– o los versos de Verlaine que anunciaron a la Resistencia que comenzaba la invasión –“Les sanglots longs des violons de l’automne” (los largos sollozos de los violines de otoño)– planean sobre el imaginario colectivo, al igual que las fotografías movidas de Robert Capa en Omaha han marcado para siempre la forma en que vemos las guerras.
“Uno podría esperar que el interés por la invasión aliada de Europa disminuyese con el paso del tiempo y la paulatina desaparición de los participantes, pero hay más museos y más visitantes que nunca”, explica el historiador Antony Beevor, que ha logrado aunar el éxito popular con el rigor en obras como Día D. La batalla por Normandía (Crítica). “Para nosotros, sigue ofreciendo todos los elementos del drama y el sacrificio y juega todavía un papel muy importante en nuestra imaginación”, señala el periodista Rick Atkinson, autor de una monumental trilogía sobre la liberación de Europa Occidental con cuyo primer volumen, Un Ejército al amanecer (Crítica), recibió el premio Pulitzer de Historia. Sin embargo, más allá de la épica inmediata en las playas del Día más largo, la batalla de Normandía fue mucho más intensa y salvaje de lo que se tiende a pensar. Tras las cabezas de puente establecidas en la noche del 6 de junio y superado el desconcierto inicial, los alemanes iniciaron un contraataque. Tres meses después, habían muerto 37.000 soldados aliados, 50.000 alemanes y 20.000 civiles. Como explica el historiador Jean Quellien, experto en el Desembarco sobre el que ha escrito varios ensayos como Landing beaches o Normandy 1994, “en el apogeo de los combates, en agosto de 1944, luchaban dos millones de militares, los mismos que en Stalingrado”.
El mito del Día D ha dejado en segundo plano el conjunto de la batalla. Primero, su brutalidad: no se trata sólo del desembarco en el infierno de Omaha Beach, que Steven Spielberg retrató con un despliegue de efectos especiales en Salvar al soldado Ryan. La imagen de paracaidistas estadounidenses colgados de un árbol con los testículos en la boca, que Beevor relata en su libro, no se corresponde con la idea general que se tiene del Desembarco. El otro asunto que ha quedado en segundo plano fueron las muertes de civiles y la destrucción general: 120.000 inmuebles convertidos en ruinas, 270.000 muy dañados, 43.000 hectáreas de tierras cultivables arruinadas… “La suerte de los civiles fue olvidada por los poderes públicos porque el estatuto de víctimas no se corresponde con la imagen gloriosa que el Estado quería asociar con el desembarco”, señala uno de los grandes expertos franceses en la batalla, Olivier Wieviorka, profesor de la Escuela Normal Superior de Cachan y autor de Historia del desembarco de Normandía (Tempus). “Muchos monumentos recuerdan el heroísmo de los soldados angloamericanos, pero muy pocos conmemoran el destino de los civiles bajo las bombas. Sin embargo, todo cambia: en las ceremonias de este año, por primera vez, el presidente François Hollande homenajeará a los civiles muertos”, agrega Wieviork.
Sólo el 6 de junio, fallecieron 3.000 no combatientes, tantos como soldados en las playas. “Cualquiera que visite la región se dará cuenta de que la inmensa mayoría de las ciudades fueron reconstruidas en los años cincuenta”, precisa Quellien, profesor de la Universidad de Caen, la capital histórica de Normandía, que quedó arrasada en un 75% en un bombardeo tan intenso como inútil, ya que en realidad sólo sirvió para dificultar su conquista por parte de los aliados porque los alemanes aprovecharon las ruinas para parapetarse. Cuando salió su libro sobre el Día D, en 2010, Beevor utilizó la expresión “cercano al crimen de guerra” para referirse a la destrucción de la ciudad y tuvo que pedir disculpas tras el escándalo que se organizó.
Junto a Stalingrado, fue una de las batallas decisivas de la II Guerra Mundial. La impresión unánime de los historiadores es que Hitler ya había perdido pero que, sin la apertura de un segundo frente, el conflicto se hubiese prolongado mucho más. Pese a la planificación y al mayor despliegue naval de la historia –5.000 embarcaciones que se lanzaron contra 80 kilómetros de playas–, la operación pudo salir mal, entre otras cosas porque Dwight Eisenhower dio la orden aprovechando el único día de aquel mes de junio en que una Armada podía cruzar el canal. Poco después se desató una tormenta fortísima que hubiese retrasado la operación y, casi seguro, arruinado el secreto ya que los alemanes no esperaban el desembarco en Normandía. “No creo que un fracaso en Normandía hubiese cambiado el curso de la guerra” –señala el historiador y periodista Rick Atkinson– “pero no tengo la más mínima duda de que hubiese dado a Hitler un año o incluso más. Eso hubiese significado un año más para asesinar judíos y otros ‘indeseables’, para hacer luchar contra los soviéticos en el este y para hacer sufrir a los pueblos de la Europa ocupada”. Beevor va incluso más lejos sobre lo que hubiese ocurrido en caso de que el 6 de junio los aliados no hubiesen logrado su objetivo: “Si la invasión llega a fracasar, con los avances soviéticos en el Rin, la historia de la posguerra de Europa podría haber sido muy diferente”.
El militar que dio la orden de atacar en una de las decisiones más difíciles de la II Guerra Mundial se convirtió después en presidente; pero Ike no quiso asistir a la primera conmemoración del Desembarco, en 1954 (se celebran cada década). Como ha escrito el historiador Michael Beschloss en The New York Times, le costaba mucho hablar en público ante los veteranos sin derrumbarse (le ocurrió en 1952 durante la campaña), ya que siempre quedó marcado por el hecho de que sus decisiones, inevitables, justas, necesarias para cualquier comandante en jefe, costaron la vida a decenas de miles de soldados. Precisamente la conmemoración decenal del 6 de junio de este año ha sido especialmente importante porque es la última en la que han participado muchos veteranos, que poco a poco se van apagando. “La generación de la II Guerra Mundial está muriendo muy rápidamente. En Estados Unidos, el número de supervivientes ha bajado desde los 16,1 millones que sirvieron en uniforme hasta un millón en la actualidad”, afirma Atkinson. “Es la última oportunidad para rendir homenaje y recordar a aquella generación que es, al final, de lo que tratan esas ceremonias, aunque para los políticos sea un escenario irresistible”.
Además de por la memoria, la conmemoración de este año está marcada por el presente, por el regreso de la guerra a Europa, 70 años después del Desembarco que simboliza la recuperación de la libertad en Occidente. La anexión de Crimea por parte de la Rusia de Putin, así como los combates de separatistas con soldados ucranios en el este han traído a la memoria el peor pasado europeo. Historiadores y políticos han trazado paralelismos entre lo ocurrido entonces y lo que está ocurriendo ahora; aunque la distancia entre unos acontecimientos y otros sigue siendo enorme. “Hay una diferencia importante: Hitler estaba decidido a desatar una guerra. Putin, en mi opinión, es más realista y no quiere un conflicto”, explica Beevor.
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