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Fuga a la carrera del este de Ucrania

Decenas de activistas favorables al Gobierno de Kiev se ven forzados a emigrar La ONU constata el clima de acoso prorruso a partidarios de la unidad del país

M. A SÁNCHEZ-VALLEJO (ENVIADA ESPECIAL)
Un miliciano prorruso vigila un puesto de control en Slaviansk.
Un miliciano prorruso vigila un puesto de control en Slaviansk. VIKTOR DRACHEV (AFP)

El treintañero Dmitri Tkachenko duerme desde hace días pegado a un Kaláshnikov y una pistola -“ambos legales” -, y eso que ya no vive en Donetsk, de donde escapó hace tres semanas después de que los prorrusos pusieran precio a su cabeza, “20.000 dólares”, explica en una ubicación indeterminada al oeste de la provincia, donde el miércoles ayudaba “a las autoridades locales a preparar las elecciones” de este domingo. Tkachenko lidera el Comité de Fuerzas Patrióticas de Donbás, una organización ‘civil’ que en su día convocó marchas a favor de Kiev y hoy apoya desde la retaguardia de Dnipropetrovsk a las fuerzas especiales que se enfrentan a los ‘separatistas’. En la provincia de Donetsk no se aventura más allá de las zonas teóricamente controladas por el Ejército, y siempre rodeado de una guardia pretoriana de colaboradores.

“Primero publicaron mi foto; luego empezaron las amenazas por teléfono, ‘te vamos a matar’, y cosas así. Ahora los separatistas tienen una copia de mi pasaporte en todos los ‘checkpoints’ que controlan”, explica en el patio de un discreto hotel. Horas después de la entrevista, varios hombres del Batallón Donbás, uno de los beneficiarios de la “ayuda humanitaria” que, asegura Tkachenko, proporciona su organización, caen en una emboscada rebelde en Karlovka, a pocos kilómetros de su guarida, y toca replegarse. En este “estado próximo a la guerra”, como define la situación que atraviesa el Este, sólo anhela una cosa: que su hija termine el colegio “para poder sacarla de Donetsk a un lugar seguro”.

El dudoso honor de ver su fotografía y todos sus datos exhibidos en carteles colgados de los muros de la Administración Provincial, sede de la autodeclarada República de Donetsk, es el denominador común de muchos de los miembros del campo pro-Kiev, los más militantes o significados; los más ‘enemigos’, a ojos de los rebeldes. A la diseñadora gráfica Diana Berg, también treintañera, la han crucificado dos veces: primero en Donetsk y luego en Odesa, donde se refugió a finales de abril después de que el último de los mítines por la unidad de Ucrania que organizaba derivase en batalla campal “con varios heridos”. “Siempre he pasado de la política; de hecho no me convertí en activista hasta comienzos de marzo, al ver cómo se envalentonaban los prorrusos. Entonces unos amigos creamos una página por la unidad de Ucrania en Vkontakte [el Facebook ruso]. Al primer mitin vinieron 3.000 personas, y eso nos animó a seguir pese a las amenazas telefónicas”.

Pero la violencia desatada en la protesta del 28 de abril la empujó a refugiarse en casa de unos amigos en Odesa, mientras su madre hacía lo mismo en Kiev. El respiro le duró poco, hasta que los sucesos del 2 de mayo en la ciudad portuaria desataron la caza del contrario. “Algunos prorrusos me reconocieron y volvieron a difundir mi foto en Odesa. No soy una terrorista, ni siquiera una política, solo una ciudadana que quiere vivir en paz, y en una ciudad libre de armas”, cuenta por teléfono desde Odesa.

La oficina de Derechos Humanos de la ONU constató el pasado día 16 la atmósfera de persecución contra activistas, políticos o informadores partidarios de la unidad de Ucrania. El periodista Alexei Vida, de 40 años, puede dar buena fe de ello como promotor de las actividades del Maidán en Lugansk. “A través de las redes sociales convocábamos hasta 1.500 personas al día; organizábamos conciertos callejeros, actos cívicos... Pero cuando los separatistas tomaron el edificio de la SBU [Servicio de Seguridad Interior] y todo se llenó de armas, decidí cancelar los mítines. A finales de abril, grabé con una cámara de vídeo el asalto [prorruso] a un cuartel, y un grupo de milicianos me detuvo y llevó a la sede del Gobierno. Allí me golpearon y me interrogaron durante 24 horas”, cuenta desde Dnipropetrovsk. La intervención del mismísimo Andrei Paruby, jefe del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional, fue determinante, asegura, para recobrar la libertad y poner rumbo de inmediato a Dnipropetrovsk, donde ahora ayuda a otras familias como la suya.

Aunque no hay ninguna cifra aproximada del número de refugiados del Este, solo en la Administración de Dnipropetrovsk hay registradas un centenar de personas, confirma Katia Leonova, de la oficina de ayuda, entre montones de bolsas de comida y ropa. “Tenemos unas 300 familias de Crimea, pero los desplazados del Este pueden ser muchos más; la diferencia es que suelen quedarse en casas de familiares y amigos, y no se registran”.

Quienes por trabajo, familia o estudios, o por simple y humana indecisión, no pueden sino aguantar en sus ciudades, adoptan unas medidas de seguridad rayanas en la obsesión: aplicaciones para móviles que discriminan números; borrado instantáneo de los registros de llamadas, agendas limpias como una patena; cuidado extremo, incluso, al combinar la ropa: una prenda amarilla y otra azul al tiempo podrían hacer recordar la bandera ucrania.

Esta última es la manía que han desarrollado Aloysia Bolot, de 27 años, gestora en el centro cultural Izolyatsia, y su amigo Viacheslav Pustovalo, de 20, estudiante de Relaciones Internacionales. “El otro día me puse un impermeable amarillo que uso desde hace años. Al verlo sobre los vaqueros, me estremecí… Mejor quitárselo, aquí te detienen por llevar un pin con la bandera ucrania”, cuenta Pustovalo en un café en Donetsk. Ambos amigos barajan distintos destinos para escapar de la ciudad; “sería bueno poder hacerlo como refugiados políticos”, apunta Bolot. “Pero lanzarse a la aventura, sin trabajo ni título, no es una alternativa viable en absoluto”, explican al alimón.

En la rampa de salida se sitúa Anton Nagolyuk, ingeniero informático de 28 años, que ha puesto a la venta su apartamento y vive ‘refugiado’ en casa de unos amigos. Como Bolot y Pustovalo, este joven de Donetsk participó activamente en el Maidán local, con esporádicas escapadas a Kiev para unirse a las protestas contra el presidente Víctor Yanukóvich; y su foto cuelga de las paredes del cuartel general rebelde, “con todo lujo de detalles, número de pasaporte incluido”. “Tengo aquí mi trabajo y mi familia, pero estoy pensando en irme a Kiev o incluso al extranjero. Ya no es solo la seguridad, sino la convivencia imposible con los prorrusos, a veces en el seno de tu propia familia”, explica. “La sociedad está profundamente dividida, las pymes están asfixiadas y ninguna compañía extranjera va a invertir aquí. Incluso si la situación se estabilizara y desaparecieran las armas… no hay ningún futuro aquí”.

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