El número de soldados ucranios muertos en combates aumenta a 17
La vanguardia de la operación militar contra los prorrusos aguarda el combate en Dnipropetrovsk Los enfrentamientos han ocurrido desde la madrugada en las ciudades de Volnovaja y Rubezhni El líder de la autoproclamada república popular de Lugansk declara el estado de excepción
La cuenta atrás para el asalto final empezará este domingo, cuando se celebren unas elecciones en las que no solo está en juego un sillón presidencial, sino la propia entidad del país. A partir de ese momento, el Ejército, la Guardia Nacional y varios batallones de fuerzas especiales del Ministerio del Interior entrarán en Donetsk para limpiar la ciudad de milicianos prorrusos, tras varias semanas de caza del ratón al gato. El plan es un secreto a voces entre oficiales y soldados en Dnipropetrovsk, capital de la provincia vecina, la vanguardia —o retaguardia, según como se mire— de la operación militar que Kiev emprendió hace semanas y que, lejos de avanzar, está adquiriendo tintes de derrota, como prueba la muerte de 17 soldados ucranios este jueves en Donetsk y Lugansk, las dos provincias ‘independientes’.
Las largas columnas del Ejército en la carretera, con camiones de transporte de tropas y blindados; el campamento de Slovanka, donde al caer la tarde se repliegan parte de las fuerzas operativas; la profusión de banderas ucranias en los controles o incluso la presencia masiva de carteles electorales inéditos en Donetsk, como los de Petro Poroshenko y Yulia Timoshenko, dan fe de que la provincia de Dnipropetrovsk es territorio de Kiev: otro mundo pese a la escasa distancia, 200 kilómetros —y muchos años luz ideológicos—, que lo separa de Donetsk. Incluso la naturaleza juega al contraste, animándose lo justo como para dibujar el espejismo de un paisaje.
A orillas del caudaloso río Dniéper se levanta el edificio de la Administración Provincial, que dirige el oligarca Igor Kolomoyski. En su despacho empapelado de mapas, Yuri Bereza, comandante del Batallón Dniéper (1.000 hombres) y responsable de las fuerzas especiales, confirma el plan de ataque: “Tras las elecciones, iremos directamente a Donetsk, y cuando acabemos, seguiremos en Crimea”. La bandera de la flota ucrania del mar Negro, derrotada vergonzantemente por los rusos, preside la estancia; el uniforme de camuflaje y unas botazas lustradas reposan sobre una silla a su vera. “Tenemos un Ejército, pero no es operativo ni eficiente, por eso contribuimos con voluntarios. Hoy tenemos más de 2.000 listos para tomar las armas, y cada día piden apuntarse 40 o 50 más. Muchos vienen de Donetsk y Lugansk, y todos reciben instrucción de oficiales de diferentes Ejércitos, con experiencia de combate en Irak, Georgia o Afganistán”, explica Bereza, exoficial de los Ejércitos soviético, ruso y ucranio y responsable regional de las fuerzas de autodefensa, que elude dar detalles sobre la identidad de los instructores. “Estamos determinados a usar las armas cuanto sea necesario, pero nuestra mayor tarea es ganar la guerra de la propaganda, que perdemos frente a Rusia”.
Aunque portavoces del Ejército rehúsan proporcionar datos sobre el despliegue militar —“es una operación antiterrorista especial y el SBU [Servicio de Seguridad Interior] nos prohíbe dar información”, repiten—, averiguar detalles sobre la próxima fase de la ofensiva contra los prorrusos resulta tan sencillo como salir a la calle y hablar con unos y otros. Por ejemplo, el Batallón Sicheslav, entre 200 y 300 hombres que dependen del Ministerio del Interior, se encargará de limpiar de explosivos y posibles minas el edificio de la Administración Provincial de Donetsk, explica su comandante, Oleg Borsevich. Sus artificieros, cuenta, han de superar unos requisitos de ingreso mucho más estrictos que en otras unidades. “Se nos compara con las Berkut”, afirma, las antiguas fuerzas especiales que tanto protagonismo tuvieron en el Maidán.
Del mismo edificio oficial –otras dependencias de la Administración-, entre una lluvia de polen y un sol rabioso, sale un joven tatuado en extremo, Maxim Miroshnichenko, portavoz del partido ultranacionalista Sector de Derechas (SD), la bestia negra de los prorrusos. “Tenemos activistas repartidos por todos los batallones, pero en el Donbás somos muy numerosos. Unos son exsoldados y otros solo activistas del Maidán; a estos últimos los entrenan expertos del Ministerio de Defensa y gente de los servicios de seguridad [SBU]. Tenemos nuestro propio campo de entrenamiento, pero no puedo decir dónde está. Incluso nuestro líder, Dmitro Yárosh [candidato presidencial], ha trasladado sus oficinas aquí, para seguir activamente la operación”. La bandera rojinegra de SD ondea en algunos de los controles en Dnipropetrovsk, como el de Pavlograd, así como en las operaciones del Batallón Azov, especialmente activo en Mariúpol.
Los intentos de visitar un campo de entrenamiento paramilitar pinchan en hueso, pero Anton, pendiente de incorporarse a la compañía número 5 del Batallón Dniéper (100 miembros, tres de ellos mujeres), ha visitado tantas veces el polígono de tiro de la policía en Dnipropetrovsk que podría describirlo en sueños. “El campo, rodeado de tiendas de campaña con camastros y las duchas; al lado, las aulas”, explica este licenciado en Historia y Economía muy activo en el Maidán. Mata las horas con su nuevo amigo Stanislav, de 31 años, recién llegado desde Donetsk, bromeando sobre lo que echarán de menos el agua caliente del hotel donde aguardan su incorporación a filas. “A lo mejor como ‘soldados’ nos pagan algo; nos darán de comer y no nos costará nada dormir”, apunta Stanislav. ¿Ahora se lo pagan ellos? “No, hombres de negocios de la ciudad que quieren contribuir a la causa”, confiesa cándidamente.
Una furgoneta blindada con los colores corporativos del PrivatBank, el banco del gobernador Kolomoyski, da idea de dónde llegan las subvenciones. Está aparcada a la puerta de un antiguo edificio que se cae a cachos, en pleno centro, sede de la compañía nº 5. “La instrucción teórica, que debería llevar cuatro meses, se da en cinco días; no hay más tiempo”, cuenta su responsable, el comandante Vadim, natural de Donetsk y exmilitar. “Teóricamente, aún no hemos participado en combates, pero sí lo hemos hecho en Mariúpol y Kramatorsk. Tenemos un equipamiento muy pobre, no hay un arma para cada hombre, pero al menos recibimos buena formación gracias a instructores de la OTAN, aunque esto tampoco es oficial”, bromea. En el piso de arriba del ruinoso cuartel, Larissa, una de las tres mujeres de la compañía, dobla ropa en un catre mientras asegura estar preparada para la guerra: “Hasta el 8 de mayo era profesora de la Universidad de Donetsk. Ahora soy militar y tengo que afrontar lo que venga”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.