Carmen Argibay, ejemplo de independencia judicial en Argentina
Fue la primera mujer en acceder al Tribunal Supremo tras la reinstauración de la democracia en el país
El sábado murió en Buenos Aires una de esas personas que nadie excluiría del poema Los Justos, de Jorge Luis Borges. “El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”. Carmen Argibay intentaba juzgar con absoluta independencia. Ni más ni menos.
En 2007, dos años después de que el presidente Néstor Kirchner la nombrara jueza de la Corte Suprema, declaró: “Siempre lo digo: la tarea de un juez de la Corte es antipática por naturaleza porque, para ser un buen juez, nuestro primer deber es ser desagradecidos con quien nos nombró. Estrecharle la mano con educación, agradecerle el cargo y no volverlo a ver”.
Argibay, Carmencita para sus amigos, fue la primera mujer designada por un Gobierno democrático para integrar el más alto tribunal de justicia de Argentina, compuesto hasta el sábado por cinco hombres y dos mujeres. Además, en diciembre de 2000 formó parte del Tribunal Internacional de Mujeres sobre Crímenes de Guerra para el Enjuiciamiento de la Esclavitud Sexual, que condenó a Japón por los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Y en 2001 integró el Tribunal para la exYugoslavia en la Corte Penal de la Haya. De allí, regresó a Argentina.
Se esforzó siempre en defender los derechos de las mujeres a través de varias organizaciones y en luchar contra la discriminación por cuestiones de sexo. Una frase tan elemental como ésta desató críticas conservadoras hace solo diez años, cuando se barajaba su nombramiento: “No hay que discriminar ni por religión, ni por raza, ni por sexo, ni por elección sexual”.
Argibay se formó en un colegio de monjas pero se declaraba atea militante(“porque no creo en Dios y porque lo digo”) y confesaba estar más cerca de la izquierda que de la derecha. La Junta de generales que tomó el poder en marzo de 1976 la detuvo el mismo día en que dio el golpe de Estado y la mantuvo en prisión sin cargo alguno hasta diciembre de aquel año. Fue expulsada de la carrera judicial y tras ser liberada tuvo que dedicarse al ejercicio privado de la abogacía, hasta que con la llegada de la democracia pudo retomar su carrera en la judicatura.
En un país donde la presidenta peronista, Cristina Fernández, ha evitado aprobar una ley de despenalización del aborto, la jueza se pronunció siempre a favor del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Esta postura le acarreó la oposición de la Iglesia a su nombramiento.
Guillermo Marcó, portavoz del entonces cardenal Jorge Bergoglio, actual Papa, declaró en mayo de 2004: “Me parece que ciertas designaciones van en contra de lo que el pueblo piensa. Entonces, cuando se buscan representantes del pueblo, debería buscarse gente que no represente a un sector minúsculo”. Pero Argibay no dio marcha atrás. Días antes de ser examinada para el cargo en el Congreso declaró: “Mis creencias, o mis no creencias, en todo caso, no tienen nada que ver con la función que voy a desempeñar. El Estado es laico y, por lo tanto, la Justicia también es laica”.
Era hija de un exministro de salud, Manuel Agustín Argibay, y de una profesora de piano, Ana Rosa Huergo. De su madre heredó el gusto por la música clásica, con ella viajó a Europa cuando integró la Corte Penal de la Haya y con ella vivió en Buenos Aires hasta mayo de 2012, cuando murió a la edad de 102 años.
La Corte donde trabajó los últimos nueve años se ha ido ganando una merecida fama de independencia desde que Néstor Kirchner emprendió su reforma en 2003. El máximo tribunal lo mismo supo pronunciarse contra los intereses del Gobierno -al declarar inconstitucional la reforma de la Justicia- que contra el grupo Clarín -al avalar la constitucionalidad de la Ley de Medios-. Pero dentro de esa Corte era Carmen Argibay la que gozó de mayor prestigio como independiente.
Ante las posibles presiones del Gobierno solía proponer una solución sencilla: “Uno siempre tiene una salida. Si no está conforme o si recibe muchas presiones y no quiere hacer las cosas que le tratan de imponer, es muy simple la solución. Uno no está atornillado a un sillón. Si la cosa se plantea en esos términos, uno se va, se acabó”.
Pensaba retirarse tras cumplir los 75 años, el próximo 15 de junio, pero falleció a los 74. Había permanecido 11 días internada en el porteño Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento, a causa de complicaciones respiratorias y cardíacas. A su muerte recibió elogios de todo el arco político. El senador de la Unión Cívica Radical y candidato a presidente Ernesto Sanz señaló que era “un ejemplo de juez” en “un país tan necesitado de ejemplos”.
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