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Una madrileña, en el papel de la primera dama de Costa Rica

Solís asciende al Gobierno de la mano de la politóloga Mercedes Peñas, dispuesta a asumir el cargo más allá de lo tradicional

El príncipe Felipe junto a Guillermo Solís y Mecedes Peñas.
El príncipe Felipe junto a Guillermo Solís y Mecedes Peñas.J. Arguedas (EFE)

No es casada ni es costarricense. No es política y no se cree el papel tradicional de la mujer coqueta al lado del hombre gobernante. La politóloga madrileña Mercedes Peñas desempeñará el papel de primera dama de Costa Rica - a pesar de que ese puesto no existe como tal - forzando los moldes políticos usuales puesto que su pareja, Luis Guillermo Solís, asume este jueves el Gobierno de este país centroamericano.

Peñas tiene 45 años y ha pasado media vida en Costa Rica. Para esta nueva etapa, ha debido dejar la dirección de la fundación cooperante Desarrollo Municipal de Centroamérica (DEMUCA). Hace ocho años que este país tradicional no cuenta formalmente con la figura de primera dama en el esquema de Gobierno.

El papel le corresponde a una española, como lo ha hecho ver este miércoles el Príncipe de Asturias en la recepción con la pareja presidencial, en la víspera de la ceremonia. “Yo duermo todos los días con España”, ha bromeado Solís para mostrar cuánto afecto tiene por el pueblo español, al que también pertenece José María Rico, esposo de la mandataria saliente, Laura Chinchilla.

Después de Óscar Arias (2006-2010), que gobernó el país divorciado, y de Laura Chinchilla, cuyo marido José María Rico pasó más bien inadvertido, Solís trae de nuevo a una primera dama sabiendo que no cumple con todos los cánones tradicionales. Él es divorciado y la pareja vive en unión libre. Ella está aún en trámites para obtener su nacionalidad costarricense, es ajena al abolengo social y no es amiga de los zapatos de tacón alto, aunque está dispuesta a calzarlos cuando lo exija la etiqueta.

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El perfil de Peñas invita a pensar que no quiere ser un ornamento ni limitar su labor a programas de caridad. Su especialidad es el fortalecimiento de gobiernos locales, en un país centralizado como pocos en la región. Por eso pretende mantenerse impulsando programas de desarrollo territorial - sin descuidar los requerimientos del protocolo - los programas sociales (“aún debo conocer qué hay”, ha dicho) y una tarea que asume como indispensable: evitar que Solís caiga en el aislamiento al que se exponen quienes ascienden al poder.

“Luis es muy aterrizado ya, pero pretendo estar ahí para dar el jalón a tierra cuando sea necesario”, aseguró este martes a EL PAÍS en el área común de su condominio. Mientras, su papá, Lorenzo, se preparaba para descansar antes de ver a su hija desfilar como primera dama del país al vino a estudiar en 1991. Él, un taxista jubilado con currículo de dirigente gremial en Madrid, rechazó una propuesta para ser diputado en los años 80 y ve ahora a su hija con un papel político al otro lado del Atlántico.

Reacia en un principio a formar parte de la campaña política, Mercedes Peñas se sentó por primera vez ante los periodistas el 6 de marzo, cuando Solís dio una rueda de prensa al saber que su rival, el oficialista Johnny Araya, había renunciado a la campaña electoral para la segunda ronda. “Prepárese y busquemos quién cuide hoy a Inés”, le dijo por teléfono Solís, en alusión a la hija de ambos, de ocho años. Por ella inició tiempo atrás los trámites de naturalización, pero dice que nunca sacó el tiempo para adelantarlos.

Ahora está aún más ocupada. Se ha encargado de los preparativos de la ceremonia de este jueves, ha participado ya en actividades formales y trata de cumplir con su papel de madre, con su parte de las tareas domésticas y con su vida social.

A Peñas no le preocupa su estado civil ni no estar casada con el nuevo presidente. “Es el mismo respeto, el cariño, la solidaridad y el amor. Nunca en este país me han pasado factura por no estar casada”, agrega esta católica de pocas misas, cuyas aficiones ideológicas prefiere guardarse con el argumento de que su familia, en Madrid, siempre se tomó a pecho lo del voto secreto y actuaba con una discreción heredada de los tiempos de dictadura franquista. En su explicación, parece restar importancia a la ideología.

La pareja de Solís explica que, si bien las labores de una primera dama no están claras en ninguna ley ni normativa, es consciente de que en ningún caso sustituyen el poder del Presidente. “Yo no he sido electa. Los costarricenses votaron por Luis, quien tiene su equipo de Gobierno y dos vicepresidentes muy buenos”. No quiere emular a la nicaragüense Rosario Murillo ni a la peruana Nadine Heredia. Cuando un periodista en radio le preguntó si su modelo era como el de Michelle Obama o Nancy Reagan, respondió de inmediato: “Mercedes Peñas”.

Peñas era en 1991 una estudiante de posgrado de la Universidad para la Paz, recién egresada de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense. Dejó el barrio de Hortaleza, en el centro de Madrid, a donde se había mudado su familia oriunda del distrito de Chamberí. Se declara “gata” (madrileña de cepa), vuelve una vez todos los años y sigue muy unida a su país natal: “Me duele ver la situación de mi país, pero todos somos corresponsables y hemos disfrutado de las vacas gordas”, ha dicho. No quiere despegarse de la ciudad que dejó después de que una amiga suya le habló sobre las bellezas de Costa Rica, donde se graduó como especialista en Cooperación para el desarrollo en la UPaz. Sin embargo, la consultora Peñas se quedó finalmente en Centroamérica.

Y así, entre charlas y clases, fue conociendo a Solís, con quien convive desde 2005. Echó raíces y ahora habla con orgullo de cómo su compañero logró llevar a la campaña electoral un entusiasmo similar al que ella conoció cuando apenas llegó a Costa Rica. Ya se siente medio costarricense, aunque en las paredes de su casa haya imágenes de toros y quijotes y en el refrigerador cundan los fiambres, los boquerones, el fuet y otros delirios de la pequeña Inés. En la casa, veces huele a ajo, no importa si el que cocina es el presidente o la primera dama.

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